miércoles, 16 de diciembre de 2020

The Paris Review: Entrevistas geniales

Acantilado publica una fabulosa edición de una selección de entrevistas literarias de la célebre The Paris Review. 

The Paris Review, fundada en 1953, se hizo famosa entre los aficionados a la literatura por las entrevistas que número a número iban publicándose de un escritor de altura. Eran conversaciones largas, elaboradas de tal forma que en ellas destacara la personalidad del entrevistado y las peculiaridades de su obra literaria. Muy cuidadas en el estilo, el goce para el los lectores estaba asegurado.

Tal disfrute nos lo ofrece ahora Acantilado al ofrecernos 100 de estas entrevistas completas repartidas en dos espléndidos volúmenes guardados en un lujoso estuche, bajo el título de: «The Paris Review» Entrevistas (1953-2012).

The Paris Review
100 entrevistas 

  La selección corre a cargo de Sandra Ollo, actual editora de la editorial Acantilado. Fascinada por el descubrimiento de esta revista —según contó ella misma en la presentación de estos volúmenes—, hace ya varios años, tuvo la idea de reunir las entrevistas que más le gustaban y publicarlas, pero fue el desaparecido y celebrado editor Jaume Vallcorba (el fundador de Quaderns Crema y Acantilado) quien secundó la idea de Sandra Ollo y le dio el visto bueno para el levar a la práctica el proyecto. Se gestó a lo largo de ocho años y, finalmente, ha concluido en estos dos volúmenes sin parangón.      

Con las 100 entrevistas seleccionadas se consigue dar un panorama muy variado, pero también exquisito, de lo que fue la cultura literaria occidental de la segunda mitad del siglo XX en adelante. El lector entendido y maduro encontrará nombres que le son familiares desde hace mucho tiempo, mientras que para los lectores y lectoras de menor edad, el encuentro con estas entrevistas supondrá el descubrimiento de las voces más señeras de la literatura contemporánea. Unos y otros se animarán a leer sus obras. En fin, que todas estas entrevistas, además de proporcionar mucha información de cada autor sobre la manera de pensar y de enfrentar su obra, conducirá al descubrimiento de libros nuevos. Ya se sabe que los buenos libros llevan siempre a descubrir otros. 

«The Paris Review» Cambió el modo de entrevistar a los escritores. Las preguntas y las respuestas daban pie a que el entrevistado se explayase ampliamente sobre sí mismo y sus obras, con plena libertad. Los textos de las entrevistas se trabajaban durante semanas o meses hasta que el entrevistador tanto como el entrevistado quedaban satisfechos con el resultado. Eran trabajos casi más literarios que periodísticos; no se producían para consumir en un momento sino para releer al cabo del tiempo, al cabo de los años … tal y como podemos hacerlo actualmente. Con todo, las entrevistas conservan la frescura de lo espontáneo, dado el buen hacer y de los responsables de editarlas. 

Las traducciones de las 100 entrevistas están firmadas por cuatro voces distintas: Maria Belmonte, Javier Calvo, Gonzalo Fernández Gómez y Francisco López Martín. De esta forma se distinguen también más variedades de tonos entre los diversos entrevistados.  

Los volúmenes están cuidados al máximo, desde el cartón del estuche y las cubiertas (ilustradas por el pintor e ilustrador Perico Pastor), hasta la impresión de los libros, en ese papel tan agradable a la vista y al tacto elegido por Acantilado, además de su elegante tipografía. Así que estos dos volúmenes en estuche son una verdadera joya de la edición, que proporcionaran entretenimiento asegurado.

En cuanto a las entrevistas, ¡son una delicia para el lector! Conozcas o no la obra de los autores seleccionados, leer sus opiniones es toda una experiencia. Enseguida dan ganas de leer o releer sus libros. Leemos la entrevista con Jack Kerouac, y de inmediato nos gustaría volver a releer En el camino,  la novela que tanto nos fascinó en la adolescencia; o la magnífica e irónica entrevista con el irreverente Vladímir Nabokov (martillo de bolcheviques y de la literatura de la corrección política), que nos lleva a releer Lolita; ¡qué frescas sus opiniones!, y qué actuales pese a que hayan pasado tantos años de aquellas entrevistas. 

A los entrevistados se les preguntaba sobre todo el oficio de escritor y sobre la literatura en general; sobre sus gustos y sus fobias … sobre sus ritmos creativos … Preguntas muy atinadas por parte de diversos entrevistadores dan a cada entrevista un sesgo propio. Hay entrevistadores que hablan más que otros que se muestran más parcos, pero todos hacen preguntas atinadas que dan pie al explayamento de los autores, que son los que verdaderamente tienen que expresarse. La mayor parte de éstos (y éstas), son personas curiosas; de ellas siempre tendremos algo que aprender quienes sentimos interés por los libros, en cada una de las entrevistas encontramos algo sobre lo que reflexionar. 

Sin darnos cuenta vamos leyendo entrevista tras entrevista, saltando primero a nuestros autores favoritos, dejando a los otros para más tarde; pero favoritos o no, cada cual revela algo importante de su escritura; conmueve también observar que muchos de ellos sufren al ejercer su trabajo tanto como disfrutan. El nerviosismo que les atenaza cuando son incapaces de escribir como desean, el placer de escribir la frase redonda, la frase perfecta … la frustración de no haber dado todo de sí mismos … En esto se muestran enteramente humanos y enteramente artistas…

Los escritores entrevistados son artistas, pesos pesados de la literatura (abundan los de habla inglesa, por cierto) por eso sus opiniones sobre su arte dan tanto que pensar … muchos dicen cosas parecidas aunque con un sesgo personal… Imaginación, inspiración y mucho de oficio … es algo en lo que muchos de ellos inciden al hablar de los pilares fundamentales del oficio de escribir, de la profesión y del arte… 

En fin, las entrevistas —muy bien elegidas, por supuesto— son muy entretenidas porque se refieren a lo esencial del arte de escribir; la mayor parte de estos autores no pontifican ni disertan sobre política o crítica social, no son "intelectuales", sino artistas; no tienen por qué ir vertiendo por ahí sus críticas al mundo. Ya lo hacen en sus novelas, los que lo hacen … 

La lista de autores seleccionados consta de cien nombres. Tenemos lectura para una larga temporada. El lector empezará buscando los autores que le son más afines, pero terminará por leerlos a todos, eso es seguro.   


Las entrevistas se abren con la primera de todas, dedicada a Foster y termina con la del editor y escritor 
Roberto Calasso “un guiño hacia uno de los grandísimos editores actuales, al frente de Adelphi, además de un autor extraordinario”, en palabras de Sandra Ollo. 


The Paris Review



El lector encontrará entrevistas, entre otros muchos autores y autoras, con Hemingway, Simenón, Graham Greene, Isak Dinesen, Truman Capote, T. S. Elliot, Robert Frost, Louis-Ferdinand Céline, Nabokov, Dorothy Parker, Isak Dinesen … Saul Bellow, Bashevis Singer, Auden, Isherwood, Gore Vidal, Heirich Böll … Raymond Carver …

Con Kundera, Koestler, Ionesco, Marguerite Yourcenar, Max Frisch, Iris Murdoch, Tom Wolfe, Toni Morrison, Primo Levi, P.D. James, George Steiner, Susan Sontag, Budd Schulberg, Martin Amis, Paul Auster, Haruki Murakami, Orhan Pamuk, Kazuo Ishiguro, John Banville, Ray Bradbury, Umberto Eco, Houellebecq … También, como una excepción, con el gran cineasta Billy Wilder, narrador de grandes historias cinematográficas.

Y entre los autores hispanohablantes se encuentran  Jorge Luis Borges, García Márquez, Octavio Paz, Cabrera Infante, Jorge Semprún, Javier Marías, Camilo José Cela y Julio Cortázar… Y muchos más hasta cien … Cien jugosas entrevistas, todas muy interesantes,  porque los autores y autoras también fueron y son personas interesantes, con mucho que contar sobre su oficio: el de la literatura. 
En suma: ¡una deliciosa maravilla periodística, literaria y humana!  L.F.M.C.

 


sábado, 24 de octubre de 2020

Stefan Zweig y Joseph Roth, «Cinco pistas»


Recupero aquí un texto que escribí para "Babelia" en 2015, para la serie titulada «Cinco pistas», a raíz de la publicación de varios libros sobre Stefan Zweig, Joseph Roth y la relación de amistad que hubo entre ambos.



Cinco pistas sobre … Stefan Zweig y Joseph Roth: amistad, genio y exilio 

Aparece en castellano la correspondencia entre Zweig y Roth junto a dos ensayos que reconstruyen las peripecias de ambos escritores en el exilio. Por: Luis Fernando Moreno Claros 


 1. Súbditos del Imperio perdido. Stefan Zweig (1881-1942) nació en Viena, en el seno de una familia judía acaudalada; autor de éxito, fue un enamorado ejemplar de la gran cultura y la libertad. En 1930 trabó amistad con Joseph Roth (1894-1939), nacido en Brody (Galitzia); agudo periodista que por entonces se forjaba una carrera como escritor. Les unió la admiración mutua y la nostalgia del Imperio austrohúngaro, símbolo para ambos de la Europa multicultural y unida, la patria del pensamiento y el sentimiento. La I Guerra Mundial los despertó de aquel sueño de paz y equilibrio; el terror nazi desatado contra los judíos los empujó al exilio. 


 2. Autores geniales. Zweig y Roth fueron creadores extraordinarios. Del primero son célebres sus colecciones de relatos psicológicos y las novelas —La impaciencia del corazón o Novela de ajedrez, por ejemplo (extraordinarias)—. Del segundo destacan La marcha Radetzky y Job (excepcionales). Zweig fue un maestro de la biografía: María Antonieta o Fouché (apasionantes); y de retratos paradigmáticos como los de Nietzsche, Hölderlin y Casanova. Roth fue un periodista genial, con artículos sociales amenos y modélicos. El relato de su viaje por la Rusia soviética destapó la tristeza del estalinismo; el conmovedor ensayo Judíos errantes dio pie a su amistad con Zweig. 


 3. La mutua admiración. La amistad se apoya en la simpatía y la admiración, la afianzan el trato y el respeto, se alimenta de pequeños y grandes favores; la envidia sobra en su escenario. En los buenos tiempos, Roth y Zweig intercambiaron ideas: hay mucho de Zweig en algunas novelas de Roth y a la inversa. En los malos tiempos, Zweig apoyó cuanto pudo a Roth, siempre ahogado por las deudas y el alcoholismo; necesitaba dinero y aquél se lo dio a espuertas junto a buenos consejos que el amigo, desmañado y trágico, desoía. Roth murió alcoholizado poco después de escribir El santo bebedor. 


 4. El suspicaz y el confiado. Roth, más desconfiado y pesimista que Zweig, vapuleado por la penuria laboral y la escasez económica, vio con antelación lo que les aguardaba a los judíos con los nazis —“esa panda de mierdecillas y asesinos”—. Zweig, refinado y culto, era más inocente: creía en el triunfo del humanismo. Se identificaba con Erasmo de Rotterdam, el pacífico; no creyó que el populismo hitleriano triunfaría en Alemania. Pero ganó, y Zweig tuvo que huir hacia ninguna parte. Cerca del amargo final todavía escribió El mundo de ayer y el ensayo sobre Montaigne, otro de sus ídolos humanos fortalecedores. 


 5. Novedades literarias. Aparece la correspondencia entre los dos amigos, contiene más cartas de Roth que de Zweig. La acompaña el libro de Prochnik, imprescindible para conocer bien el exilio al que marcharon Zweig y su joven segunda esposa: Lotte Altmann. ¿Qué pasos dieron los cónyuges hasta acabar en Brasil y suicidarse? Y Ostende, un libro radiante en el que Weidermann rememora un episodio hermoso del exilio alemán: el veraneo de los proscritos en la blanca costa belga; Zweig, Roth, Irmgard Keun (amante del segundo), Ernst Toller y otros intelectuales germanos pasaron allí alegres días —los últimos— en aquel ominoso verano de 1936. 



 


Joseph Roth & Stefan Zweig: Ser amigo mío es funesto (Correspondencia 1927-1938). Edición de Madeleine Rietra y Rainer Joachim Siegel. Epílogo de Heinz Lunzer. Traducción de J. Fontcuberta y Eduardo Gil Bera. Acantilado, Barcelona, 2014, 432 páginas, 25 euros. George Prochnik: El exilio imposible. Stefan Zweig en el fin del mundo. Traducción de Ana Herrera Ferrer. Ariel, Barcelona, 2014, 416 páginas, 24,90 euros. Volker Weidermann: Ostende. 1936, el verano de la amistad. Traducción de Eduardo Gil Bera. Alianza, Madrid, 2015, 150 páginas, 16 euros.











miércoles, 30 de septiembre de 2020

Algunas novedades literarias del otoño de 2020

Algunas novedades de este otoño de 2020.

Pese a la apestosa pandemia que cae sobre todos, las editoriales nacionales siguen valientemente su marcha. Dejo aquí un breve apunte de algunas novedades que han llegado a este blog durante estos días:

La editorial barcelonesa Acantilado publica Poder y resistencia, de Ilija Trojanow, una sustanciosa y estremecedora novela sobre los horrores del totalitarismo comunista. La traducción del alemán es del afamado traductor Roberto Bravo de la Varga.


Dos personajes, Konstantín y Metodi,  se erigen en símbolo respectivamente de la resistencia y del poder. Al término de la II Guerra Mundial, grupos denominados «antifascistas» ayudados por el Ejército Rojo de Stalin derrocaron al régimen dictatorial en Bulgaria. Así sentaron las bases para fundar la República Popular Búlgara, constituida en 1946 como un Estado satélite de la  Unión Soviética. El dominio comunista perduró con altibajos hasta la caída del muro de Berlín, en 1989. Poco después, se introducía el "capitalismo" en el país y los antiguos dirigentes comunistas fueron sustituidos por gobernantes en apariencia liberales y demócratas (pero «demócratas» occidentales). En esa época se promulgaron leyes que garantizaban a los antiguos presos políticos el acceso a las actas de los procesos que se les habían incoado durante el régimen comunista, a causa de los cuales fueron condenados a años de cárcel, presidio, vejaciones y torturas. 

Konstantín, un antiguo preso del régimen, acusado falsamente (como la gran mayoría de presos políticos) de atentar contra los intereses de la nación y del Estado, intenta conseguir las actas de sus procesos —cuál era la causa verdadera de  la acusación que pesó contra él— y descubrir a sus verdugos. Las peripecias con las que tropezará darán la pauta al lector de cómo fue el régimen que lo condenó y de cómo pervive la mentira en la «nueva normalidad» del país. Por otra parte, Metodi, un antiguo gerifalte comunista, tiene que enfrentarse también a su pasado (de carcelero y torturador) cuando un buen día aparece en su lujosa mansión una joven que dice ser hija suya: su madre habría sido una de las víctimas de Metodi… La historia de ambos personajes va intrincándose cada vez más y, con ella, va afianzándose la trama de la novela. Una novela que condensa la realidad cruel de aquellos años de miseria moral auspiciada por un régimen totalitario. 


Ayn Rand fue una autora que siempre odió los regímenes totalitarios y en sus célebres novelas alertó contra su fuerza destructiva. Deusto Ediciones está publicando la obra entera de Ayn Rand. Esta aguerrida mujer, escritora y filósofa, nacida en San Petersburgo y nacionalizada norteamericana (1905-1982), creó una filosofía de vida basado en ideales de heroísmo y responsabilidad individuales, así como una teoría política que casa mal con el colectivismo idealizado propalado por el comunismo. Ayn Rand desmontó las teorías colectivistas y totalitarias poniendo en guardia a la sociedad sobre los males que traen consigo: sin ir más lejos, la anulación del individuo y de la persona como criatura pensante y autónoma. Ayn Rand fue tildada de «fanática» del capitalismo y del individualismo. En 1936 publicó su aclamada novela Los que vivimos (muy divulgada en España en los años 60 en la célebre colección Reno, de Plaza & Janés); más adelante obtuvo grandes éxitos con obras como El manantial (1943) y La rebelión de Atlas (1957). 

Aparece ahora una novela temprana de Ayn Rand poco (o nada) conocida en el ámbito hispanohablante: Himno. Fue publicada en 1938. Un prólogo y un epílogo esclarecedores, además del facsímil de la obra con notas y marcas de la mano de la autora, consolidan una bella edición. 

Himno presenta una sociedad distópica en la que los individuos ya no cuentan; el yo personal, el ego (tal fue el nombre provisional de la novela antes de su publicación) queda diluido en favor del "nosotros" impersonal colectivo.

Una voz narrativa describe cómo es esa sociedad en la que se ha prescindido por completo del yo, en la que no existe libertad para el individuo, en la que un consejo de sabios momificados lo decide todo sobre todos. Rand adujo que no se planteó describir la situación de la Unión Soviética de manera abstracta, sino que iba más allá en su relato, y su crítica podía adaptarse a cualquier sociedad totalitaria… No quería radiografiar la esencia del totalitarismo soviético sino de todo totalitarismo; con ello, Rand creó una de las novelas distópicas más inquietantes de todos los tiempos; ¿metáfora de un futuro ya casi inmediato?


Otro libro de carácter muy distinto pero que es muy esclarecedor y, desde luego, cura de tentaciones totalitarias colectivistas y mesiánicas (o que debería curar) a poco que se adentre uno en us páginas, es Eso no estaba en mi libro de la Revolución Rusa, del profesor Javier Barraycoa Martínez, publicado por la editorial Almuzara


De una forma muy amena, escrito con suma claridad y con erudición divulgativa, el experimentado autor realiza un efusivo y exhaustivo trabajo de esclarecimiento. Los tópicos sobre la Revolución Rusa que todavía circulan por periódicos y revistas o que divulgan algunos admiradores acérrimos de aquella tragedia de doble cara caen por el empuje efectivo de las revelaciones de Javier Barraycoa. Hay muchas anécdotas sobre los líderes de la revolución, tan sangrienta y terrible como pocas. Nada escapa al escalpelo racional y erudito de del erudito autor: la mistificación de la revolución, y sus falsos presupuestos; la orgía de terror y crueldad que granjeó en la Rusia posterior a los zares. Los líderes: ¿quién fue de verdad el tan aclamado líder Lenin?; el vulgar y terrible Stalin, tan cruel y necio como Hitler. Un hombre manifestador y autoritario que lo único que hizo en su vida fue sembrar el mal. Las hambrunas y los genocidios a los que el régimen condenó a millones de ciudadanos. Las armas políticas utilizadas por los revolucionarios: las celebres 'purgas' de Stalin, el Gulag… Cárceles, torturas, exclusión y exterminios absolutos de cualquier disidente, fuera quien fuese. El ateísmo de la revolución que fue sustituido por inexplicables cultos esotéricos más nocivos que la religión popular que los revolucionarios se empeñaron en abolir (y que no abolieron nunca del todo). El extremismo radical de las revolucionarias que teorizaban sobre la condición  de las mujeres o del antisemitismo. En La Unión Soviética todo estaba planificado, todo controlado y todo era un desastre… Un libro estupendo para entender una vez más qué fue en realidad el régimen criminal comunista que se instauró en Rusia durante décadas y su nefasta influencia posterior (y presente) en tantas naciones. 

De la Rusia Soviética y su siglo  trata también la excelente biografía escrita por Alexandra Popoff sobre un hombre magnifico que en un principio creyó en las bondades del régimen comunista pero que finalmente se desencantó de él, y hasta sufrió persecución: el periodista y escritor Vasili Grossmann: lleva por título: Vasili Grossmann y el siglo soviético (Crítica).  El célebre autor de la inmensa novela Vida y destino y de otra gran novela de denuncia estalinista Todo fluye es visto sin prejuicios por su biógrafa, con suma objetividad y, desde luego, con admiración. El «Tolstói soviético», lo llama la autora. En verdad la gran epopeya de Grossmann Vida y destino puede compararse a Guerra y paz, de Tolstói (reseña en "Babelia" de esta novela).


Vasili Grosmann (1905 -1964) se formó como ingeniero pero abandonó su trabajo en los años 30 del pasado siglo para dedicarse en exclusiva a escribir, primero como periodista. Cuando estalla la Segunda Guerra trabajó como corresponsal de guerra del Ejército Rojo. Fue famoso entre las tropas por sus crónicas llenas de vida y acción de las batallas de Moscú, Stalingrado, Kursk y Berlín (desde donde cubrió las información del fin de la guerra). Fue uno de los primeros periodistas en descubrir en persona el horror de los campos de exterminio nazis. Sus testimonios escritos sobre el horror de Treblinka, una vez liberado el campo, sirvieron como pruebas criminales en los juicios de Núremberg. Grossmann, judío también él, perdió a su madre masacrada por los nazis. Después de la Segunda Guerra Mundial la fe de Grossmann en el régimen soviético mermó y se trocó en desconfianza. Nunca entendió el giro antisemita que dio el Estado soviético, auspiciado por Stalin y sus secuaces. Tampoco pudo comprender las masacres estalinistas (¡matar de hambre a tantos pueblos que habían creído en él!). Aunque Grossmann no sufrió arresto por parte de las autoridades sí que se lo silenció y sus dos obras maestras fueron censuradas por «antisoviéticas». La policía política del régimen, el KGB, impidió su publicación. Hasta mucho después de la muerte de Grossmann no pudieron ver la luz, y lo hicieron en Occidente una red de disidentes clandestinos. Hasta 1988 no apareció en Rusia Vida y destino, alcanzando un gran éxito. 


De las persecuciones de judíos por parte del régimen criminal de Hitler trata la polémica novela del joven escritor alemán Takis WürgerStella, editada por la editorial Salamandra en traducción de Ana Guelbenzu. Ha causado una enorme polémica en Alemania a causa de la manera novelada y hasta «frívola», según dicen, de tratar un asunto espinoso basado en casos históricos reales. Stella es el nombre de una mujer que vivió en Berlín realmente y que, empujada por las circunstancias —sus padres estaban en manos de la Gestapo— se dedicó a denunciar a judíos alemanes escondidos. Ella fue la causante de que familias enteras fueran deportadas a los campos de concentración y de que la mayoría de sus miembros fuera exterminada. 

Pero la realidad es una cosa, y otra, cómo la cuenta la novela de Würger. De manera muy cinematográfica —la historia está pensada más en una sucesión de imágenes fílmicas que en una sucesión de hechos descritos—, se narra la historia de un joven suizo, Friedrich, hijo de familia acaudalada, que llega a a Berlín en 1942, cuando la ciudad está inmersa en su segundo año de guerra mundial. Allí reina la escasez, dominan Hitler y la Gestapo, los torturadores andan sueltos por los bares de alterne y por las grandes avenidas y los cafés, y el mercado negro funciona de maravilla para la gente que tiene dinero y puede costearse los caprichos más caros. Friedrich queda obnubilado por la ciudad, y ya el primer día, a raíz de asistir a una clase de dibujo —el muchacho pinta y se supone que es artista, o quiere serlo; pero en realidad es sólo un diletante—, ya el primer día, decíamos, conoce a Stella (al principio con otro nombre). Ésta es una chica rubia y aria en apariencia, porque en verdad resultará que es judía. Ambos jóvenes comienzan una historia de amor, viviéndola a todo lujo en el hotel berlinés en el que no falta de nada gracias a la fortuna del joven aprendiz de artista. Friedrich está intrigado porque ha oído decir que por las noches recorren la ciudad camiones secretos y se llevan a los judíos berlineses hacia no se sabe dónde… Le intrigan también los secretos de su novia. Ésta desaparece misteriosamente unos días y luego regresa con signos de tortura, ¿qué ha pasado?




En suma, la novela se deja leer (excelente traducción de Ana Guelbenzu), pero es difícil olvidarse mientras se la lee de que en verdad el autor quiere que veamos una película un tanto excesiva y como hecha ad hoc para contar una historia que resulta ciertamente inverosímil. Hay un leve recuerdo a Adiós Berlín y a la película Cabaret, pero la exageración de esta novela mata el encanto que sí tenían aquellas obras, mucho más incitantes e insinuantes que siniestras.  Stella no es una buena novela. Los personajes son clichés cinematográficos, la historia es retorcida, el protagonista es demasiado bobo; la chica delatora de judíos es poco creíble (en la realidad lo fue, y muy letal)… No obstante, a los amantes de Tarantino o de la literatura pseudo-culta basada historias de nazis y del holocausto es posible que les guste. 


Mucho más convincente en su estilo y hechura es la novela El segundo jinete (Maeva) de la austriaca Alex Beer, una joven promesa de la literatura negra, inserta sin ocultación en la estela del escocés Philipp Kerr y el alemán Volker Kutscher.           

Como ellos, también Beer inventa un detective enclavado en una época histórica rebosante de conflictos y contrastes; esta vez no es Berlín, sino la Viena de 1919. El ambiente en el que se desarrolla la acción recuerda mucho al Berlín de los años veinte del pasado siglo de Kutscher, y el detective creado por Beer recuerda al detective Bernie Gunther, de Philipp Kerr, salvando las distancias, claro, y unas «distancias» no muy largas. También el nuevo detective August Emmerich vive en una realidad personal trágica: cree que tiene una familia, pero esa ilusión se esfuma rápidamente cuando el marido verdadero de su compañera sentimental regresa del frente desuñes de haberle dado por muerto durante años. Aparte de ocuparse de su abrumadora situación personal, Emmerich tiene que resolver el caso de unas misteriosas muertes; puesto en faena dará con el recuerdo de horribles crímenes de guerra en la Primera Guerra Mundial y con una supuesta venganza. El abrumado, pero probo e inteligente detective lleva a cabo sus pesquisas en aquella aterradora Viena ahíta de hambre, deslomada por la disolución del Imperio Austro-Húngaro. La historia es muy entretenida, al uso de este tipo de historias, y abocada probablemente a ser éxito de ventas entre los amantes del género. 










  

jueves, 24 de septiembre de 2020

Goethe científico

 Goethe científico

 

Henri Bortoft

La naturaleza como totalidad. La visión científica de Goethe

Traducción de Antonio Rivas

Atalanta, Vilaür, 2020, 544 páginas, 32 euros.

 

 

J. W. Goethe

La metamorfosis de las plantas

Traducción de Isabel Hernández

Atalanta, Vilaür, 2020, 168 páginas, 24 euros.

 

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), el Miguel de Cervantes alemán, autor de Fausto—el Quijote de las letras germanas—, poeta, dramaturgo y novelista, aspiraba a ser el «hombre total» a la manera de los clásicos: la persona completa a la que nada de lo humano le es ajeno. De ahí que se propusiera conocer tanto el alma —el espíritu— como la materia de la que estaban hechos sus congéneres; pero igualmente también se propuso desentrañar el medio en el que nacemos crecemos y morimos: el mundo, la naturaleza, el espacio de la vida, del florecimiento y de la caducidad de lo vivo.





         Goethe quiso abarcarlo todo desde el punto de vista intelectual: tanto el arte como la ciencia. Escribió Las penas del joven Werther en su juventud. La pasión por una mujer casada de un joven exaltado e idealista descrita en esa novela de juventud le granjeó fama inmediata y perdurable. Pero él no quería  ser conocido sólo como escritor de novelas y de poemas. El puesto de relativo poder (y también de relumbrón) que le otorgó su gran amigo el duque de Weimar en la corte de esta pequeña ciudad alemana, poblada de grandes personalidades del mundo de las letras, el arte y las ciencias, le proporcionó el ocio necesario para consagrarse a viajes y estudios; viajó a Italia donde descubrió el arte de la Antigüedad en persona y donde se dedicó a estudiar la naturaleza través de la observación y la pintura. Goethe era un talentoso pintor de la naturaleza. Dejó acuarelas bellas de paisajes italianos. En Italia fue donde se desarrolló su amor por la belleza de las plantas.


La amistad que le unió a grandes hombres de su época, literatos, filósofos y científicos (los hermanos Humboldt, sin ir más lejos) otorgaron a Goethe, en su magnífico refugio de Weimar, epicentro intelectual de Alemania, las circunstancias óptimas para llevar una vida entregado a la theoría, es decir, el conocimiento y la ciencia, una vida que, según decía Aristóteles, es la mejor de cuantas puedan desearse.

 

         Escritor de cientos de poemas maravillosos, de novelas y dramas, Goethe se negaba a pasar a la historia universal sólo como genial Dichter [creador de obras literarias] —como decíamos—, abiertamente aspiraba, además, a que se le contase entre el palmar de los grandes científicos de la humanidad. Botánica, biología, zoología, mineralogía, óptica, eran ciencias a las que se dedicó con pasión; tanto más que a la literatura, una actividad que, andando el tiempo, pasó incluso a ser considerada por él como una actividad secundaria. Cuentan que, a menudo, prefería hablar del intestino de las ranas que de política o de literatura. La observación de la naturaleza y de sus manifestaciones, de sus transformaciones y avatares, era para Goethe tan sustancioso como la más interesante de las tragedias en el teatro de Weimar. 


Imbuido de una concepción filosófica de la naturaleza y de la vida que podría definirse como «panteísta», Goethe tocaba muchos palos en todo lo que tuviera que ver con la observación y la experimentación; quería saberlo todo cual eximio diletante, y sus concepciones, proclamadas sin el miedo a los científicos de profesión eran muy singulares e imaginativas (sin por ello caer nunca en la extravagancia o el delirio). Para Goethe, el mundo constituía un todo, el universo le parecía una entidad gigantesca dotada de cuerpo y espíritu, de conciencia. Consideraba que cada cosa tiene su razón de ser en el origen. Buscar las raíces comunes de lo diverso era una de sus ideas fundamentales que compartía, por ejemplo, con los primeros filósofos presocráticos. 


         



Goethe trató a grandes figuras del idealismo alemán, Hegel y Schelling, por ejemplo; también trató al gran Arthur Schopenhauer (aunque con éste se llevó mal porque Goethe era un optimista acérrimo, pero también porque Schopenhauer le discutió teorías científicas y apuntaba mucho talento). Estaba en el ambiente de la época observar la naturaleza como lo hicieran los grandes filósofos de épocas pasadas, desde los mencionados presocráticos de Grecia hasta Descartes, Hume o Kant. Goethe la veía como la manifestación variadísima y viva de un inmenso poder manifestándose como fenómeno a través de ella; ese poder ya no era el Dios cristiano, y ni siquiera el Dios de Voltaire, era el Deus sive natura del judío holandés Spinoza. Goethe, como Hegel, se declaraba «spinozista».  Estudiar las pasiones humanas —como hizo Spinoza— le parecía tan importante como estudiar los minerales y las plantas, los animales y las mareas; o las manchas del sol y las transformaciones de la luz, pues todo está en contacto. Todo forma parte de la misma entidad divina: la totalidad de espíritu (actualmente se dice «consciencia») y materia.


Estos dos libros magníficos que ahora publica la editorial Atalanta muestran la faceta de Goethe como científico en todo su esplendor. El amplio estudio de Henri Bortoft (1938-2012), científico británico, ecléctico e independiente, parte de algunas de las ideas más señeras que Goethe tenía sobre la naturaleza para profundizar y esclarecer teorías científicas actuales. Los hombres de ciencia contemporáneos de Goethe nunca lo tomaron en serio como científico. Lo trataban con condescendencia debido a que era un gran poeta o porque tenía poder en la corte de Weimar, pero lo miraban con superioridad en cuanto se salía de su especialidad: la literatura y el arte. 

Para Bortoft, en cambio, las intuiciones que guiaron el proceder científico de Goethe lo sitúan como un avanzado científico de su tiempo. En esta obra minuciosa y ambiciosa, tan bien editada por Atalanta, y en excelente traducción de Antonio Rivas, el originalísimo profesor de física que fue Bortoft repasa las teorías que Goethe esbozó o publicó sobre todas las materias científicas que le interesaron; así encontramos sus ideas sobre la luz y el color —Goethe escribió y publicó una monumental Teoría  de los colores, que lo posicionó en contra de Newton—, sobre el mundo animal y los fenómenos atmosféricos y naturales; sobre la consciencia y la inconsciencia de la naturaleza; sobre las plantas y los árboles; o sobre los planetas y las estrellas;… y en definitiva, las ideas que manifestó sobre múltiples aspectos del mundo considerado un organismo y una totalidad llena de sentido. Goethe creía con Spinoza que Dios es sólo una hipótesis en la que se refugia el no saber. Sin declararse «ateo» literalmente, creyó en el «Deus sive natura» proclamado por el filósofo judeo-holandés en su Ética. Dios es también la naturaleza, y ambos hablan en un lenguaje que es comprensible mediante la razón humana y mediante la observación aplicada de los fenómenos naturales. Pero con Goethe como base, Bortoft repasa también las teorías científicas de Newton ,  Galileo o Humboldt, es decir, realiza su particular repaso por la historia de la ciencia. El libro está lleno de sorpresas para amantes de la ciencia, pero también para el público no especializado al que sólo le mueve la curiosidad. Y, por supuesto para todo admirador de Goethe que se precie.


            De observación y especulación —razonada— está compuesto el hermoso libro que recoge los escritos de Goethe sobre las plantas. La metamorfosis de las plantas que ahora publica Atalanta cuenta con bellas ilustraciones y fascinantes fotografías de Gordon L. Miller, autor asimismo de la edición americana que publica Atalanta en castellano. Esta espléndida edición ilustra con vistosas fotografías los ejemplos botánicos que Goethe da en sus textos. El lector puede seguir paso a paso y con sumo detalle las observaciones botánicas que hizo el gran autor hace más de 200 años. La obra original Intento de explicar una metamorfosis de las plantas se publicó en 1790; veintisiete años más tarde, Goethe revisó la edición y añadió más textos dando forma a la versión definitiva de La metamorfosis de las plantas, una obra poco o nada divulgada en los países de habla hispana. 


Estudiosos de Goethe han visto La metamorfosis de las plantas como una «poética natural», dado el cuidado y el cariño con los que Goethe describió los resultados de sus observaciones de los elementos y detalles florales. La impresionante idea que movió todas las investigaciones de Goethe consistía en asumir que cada planta es el desarrollo de una única hoja primordial, de una planta primera o Urpflanze. En cada planta se descubren trazos recónditos o evidentes de aquella unidad primera que lo constituye todo… Esta concepción era revolucionaria en su época, y hoy, ante el desprecio con que el ser humano trata mayoritariamente a la naturaleza, parece hasta «subversiva» en el sentido positivo del término, porque es innovadora y provocadora a la vez. Según Goethe, ¿cuándo habrá de comprender la humanidad que todo está en todo, que a cada ser humano le une a la naturaleza un hilo invisible que proclama también su fraternidad con los demás seres, y su inmortalidad cara al infinito? 


L. F. M. C.




miércoles, 15 de julio de 2020

Walter Kempowski: "Todo en vano"

Walter Kempowski en 2005
Por fin se publica en España una novela del escritor alemán Walter Kempowski (1929-2007); se trata de la magnífica Todo en vanoque vio la luz en 2006 en Alemania, apenas un año antes del fallecimiento de su autor. La excelente versión castellana es del veterano traductor y escritor Carlos Fortea.

Hay que felicitar a la editorial "Libros del Asteroide" por tan excelente iniciativa. Kempowski fue un escritor bastante conocido en el ámbito gemanoparlante en la segunda mitad del siglo XX; no tiene una obra extensa, pero sí digna de ser recordada, en primer lugar por la maestría de su prosa—puro alto alemán del norte—; y en segundo lugar, por el tema que abordan sus novelas principales: las vivencias de la gente corriente durante la Segunda Guerra Mundial en la parte norte de lo que fue la antigua Prusia oriental.  Con especial dedicación se centran dichas novelas en el drama que la invasión de los rusos supuso para miles de alemanes, que vieron cómo sus ciudades eran destruidas sin piedad y cómo las tropas rusas sedientas de sangre llegaban para arrasar todo cuanto encontraban a su paso, asesinando a todo bicho viviente y violando a cuanta mujer o niña se cruzaba en su camino. Aquéllas fueron experiencias traumáticas, crímenes de lesa humanidad, que no han encontrado demasiado eco en la literatura de posguerra, ni en Alemania ni en otros países y mucho menos en Rusia. Pero Kempowski sí que dio voz a las víctimas de esa tragedia. Y halló el eco que merecía. Reconocer las víctimas alemanas no menoscaba la memoria ni el sufrimiento de otras víctimas, léase las que causó el ejército alemán al invadir la Unión Soviética, o Polonia, o las víctimas  del Holocausto. 

A los "alemanes" en bloque (así, de manera abstracta) se les consideró "culpables" por haber seguido a Hitler con los ojos cerrados, y de haber desatado la guerra; se les halló culpables de los horrendos crímenes en Rusia y de matar a millones de judíos; de ahí, que el hecho de que sufrieran  consecuencias (en forma de destrucción y de muerte, de miseria y violencia extrema) al final de la guerra se viera como una represalia incluso hasta bien merecida. Los historiadores europeos de la posguerra ignoraron lo que quisieron ignorar, silenciaron lo que quisieron silenciar. Sobre todo, los crímenes sioviéticos Al fin y al cabo, la Unión Soviética, junto con Inglaterra y Estados Unidos, había liberado a Europa del "fascismo". En aquella época era «políticamente correcto» olvidar y silenciar los crímenes cometidos por las tropas soviéticas en Alemania para no incomodar a los vencedores.

Kempowski no cayó en esa trampa. Sus familiares, oriundos de Rostock (una de las ciudades que quedó convertida en ruinas al final de la guerra), sufrieron la invasión de las hordas rojas. Y Kempowski lo contó. De manera extraordinaria narró la desesperación de los hombres y de las mujeres que murieron en aquel infierno, así como las desventuras de quienes pudieron escapar del infierno en el éxodo, a menudo también mortal, en busca de refugio en el interior de Alemania. Los rusos no perdonaron tampoco a los refugiados. Sólo los alemanes que tuvieron la suerte de dar con los vencedores norteamericanos obtuvieron algo de piedad. Al menos los norteamericanos se mostraban más humanitarios que los soviéticos, unos verdaderos carroñeros. 

Todo en vano
A la espera de que la editorial Libros del Asteroide se anime y continue publicando las seis novelas que componen el ciclo Die deutsche Chronik [Crónica alemana]—¡ojalá lo haga!—, que es una espléndida saga familiar, de momento nos alegramos de  leer en castellano esta estupenda Todo en vano.

Kempowski vuelve en esta novela, ya postrera, a la memoria de aquel éxodo que padecieron tantas familias alemanas. Perdieron su hogar y a sus seres queridos mientras huían despavoridas de los asesinos con uniforme de soldado del ejército de Stalin.

La señora Von Globig, de noble cuna, joven y bella, casada con su apuesto marido, que se encuentra en Italia cumpliendo como militar al servicio del Reich alemán; una anciana tía, que lo domina todo en la casa (carácter huraño y típico de gente alemana que enseguida comulgó —de corazón— con el nazismo), el hijo de la señora de la casa, así como un criado polaco y dos criadas ucranianas, son los protagonistas de una narración de trama sencilla, pero tan intensa como una obra teatral de Shakespeare; tan bien escrita y tan bien ambientada que uno cree leer uno de esos maravillosos relatos del gran Eduard von Keyserling, un escritor crepuscular que también era oriundo de la Alemania del norte, siempre nublada, de veranos cortos e intensos en su luz y color. Como Keyserling también Kempowski funde de nostalgia su relato, pero más allá de la nostalgia están los hechos agobiantes de la vida y el hecho brutal de la guerra que todo lo destruye, memoria y vida.

La novela se ambienta en una primavera inestable, con los caminos todavía nevados o llenos de barro. La acción transcurre a medias en la casona solariega de la familia Von Globig, y a medias en el camino al éxodo, una vez que se sabe que llegarán los rusos, que no habrá perdón, y que se ha dado la orden de ¡sálvese quien pueda!

Los personajes y la trama son magníficos. Los recuerdos del pasado se mezclan con las circunstancias del presente en la mente de la señora de la casa, una aristócrata fina, un ser entrañable y noble, que vive aislada del mundo mediante sus ensueños y singulares pensamientos. Pero todos los personajes, desde el niño hasta el más extraño de cuantos visitantes van apareciendo por la hacienda de los Globig en su huída de los rusos, están muy bien caracterizados, basados todos ellos en personajes que realmente existieron y que no escaparon al agudo olfato del gran narrador que fue Kempowski.


Merece la pena, desde luego, esta gran novela; no dejará a nadie indiferente. Pero no se esperen grandes hazañas ni grandes hechos de los personajes; su drama consiste aquí en verse atrapados, impotentes, por el rodillo triturador de la Historia. En hallarse inmersos, sin libertad para actuar, en la mayor tragedia de todas: esa guerra mundial que avanza implacable e imparable y que desquiciará y destrozará su apacible mundo cotidiano.  








lunes, 1 de junio de 2020

Panorama de ideas desquiciadas: Jean-François Braunstein

Panorama de ideas desquiciadas




Este libro trata de tres temas generales que hoy están de moda en occidente: género y sexo, derechos de los animales y eutanasia. Desde los años sesenta y setenta del pasado siglo, profesores de filosofía y psicólogos norteamericanos publicaron trabajos sobre estos asuntos, e impartieron clases universitarias en las que se debatían cuestiones tales como si el sexo determina el género o sucede al revés; si los animales son equiparables a los seres humanos en todo; o si es un derecho fundamental de la persona morir bien cuando ya no se puede vivir dignamente. 
La filosofía se ha vuelto loca
         Las ideas de algunos de esos filósofos y filósofas que entonces empezaban a despuntar han ganando enorme influencia en la sociedad actual. Nombres como el de Peter Singer o Martha Nussbaum son conocidos hasta por quienes no se interesan en la filosofía. Menos lo son John Money, Judith Butler o Tom Regan, y sorprende conocerlos, porque estos pensadores, dejándose llevar por su afán racionalista, lógico y científico, han producido ideas que causan verdadero espanto a quien tiene la paciencia y el valor suficientes para ponderarlas críticamente. 
         El filósofo francés Jean-François Braunstein (1953) —profesor en París, especialista en filosofía de la ciencia, en concreto, en filosofía de la medicina y ética médica— repasa las teorías de estos nuevos popes del pensamiento relacionadas con los tres temas mencionados al inicio. Además de los «animalistas» y de los teóricos del final dulce de la vida, destacan también algunas filósofas, férreamente feministas, cuyo mayor interés intelectual y vital  consiste en determinar y clarificar la variedad de alteridades sexuales que comienza a definirse en la sociedad, porque cierto número de individuos se siente en desacuerdo con su sexo biológico; según estas pensadoras, ya no cabe hablar de dos sexos, sino de múltiples géneros que definen lo que cada ser humano «quiere ser» desde el punto de vista sexual: homosexual, bisexual, transexual, asexual, etc. Así, pronto habrá tantos géneros como «colectivos» se fundamenten en la misma afinidad o fobia sexual.   
         Braunstein presenta con esta especie de bestiario intelectual un panorama de ideas que, en su opinión, son absurdas y contrarias al humanismo clásico, pero que de un modo igualmente absurdo están calando en el imaginario social.
Un botón de muestra: ahora se descubre lo ya sabido desde milenios, que los animales son «sensibles»; pero lo novedoso es colegir de ello que también son «humanos», y que deberíamos tratarlos como a tales (según esto, podríamos casarnos legalmente con un perro). Asimismo, se ve razonable facilitar la muerte a personas que ya no disfrutan de una vida placentera; pero lo que en un principio se pensó como solución piadosa para acortar los padecimientos de enfermos terminales, pensadores como Singer y sus seguidores lo han llevado a extremos deductivos peligrosos; tanto, que han coincidido con  el nazismo y la eutanasia selectiva.
         Braunstein es riguroso en sus críticas —no exentas a veces de cierta guasa—, y la visión que ofrece es desoladora. Lo preocupante es que ideas tan descabelladas se vean como progreso moral y terminen por condicionar la realidad en forma de «corrección política», sin ir más lejos. «El sueño de la razón produce monstruos», reza la rúbrica del célebre aguafuerte de Goya, y algunos filósofos y filósofas actuales producen engendros aún más dañinos, cabe añadir tras la lectura de este excelente ensayo, tan original como valiente. 
Luis Fernando Moreno Claros


miércoles, 6 de mayo de 2020

Especial Joseph Roth



Joseph Roth en 1926



Las novelas y relatos del escritor austrohúngaro Joseph Roth (1894-1939) gozan de gran éxito de público en España y Latinoamérica, gracias en parte a que muy pronto empezaron a traducirse al castellano. Pero desde finales de 2019, una vez que la obra de Roth está libre de derechos en España (recuérdese, diez años mas tarde que en los demás países de Europa), estamos asistiendo a un renacimiento. A partir será normal que veamos una reiteración de nuevas traducciones de sus relatos y novelas en distintas editoriales; esperamos que toda nueva traducción tenga la calidad que este gran escritor se merece. En la actualidad, en este aspecto, se llevaba la palma el sello barcelonés Acantilado por tener publicadas bajo su sello casi todas las obras de Joseph Roth. Recientemente hemos visto que la editorial barcelonesa Alba publica una nueva edición de la gran novela La marcha Radetzky, y Alianza Editorial otra. Y también Alianza inaugura una de sus series de autor en libro de bolsillo dedicada a publicar las obras de Roth; la inicia  con dos títulos señeros: La leyenda del santo bebedor y Job. Historia de un hombre sencillo, ambos en nuevas traducciones de Adan Kovacsics.


Con ocasión de la publicación de dos versiones nuevas de La marcha Radetzky, el suplemento cultural del diario El País publicó un artículo-reseña el sábado día 24 de abril, dejo aquí el enlace a la reseña publicada y bajo estas líneas el texto original enviado al diario.



Nostalgia del Imperio
Joseph Roth de nuevo






Roth: La marcha Radetzky
Las obras del gran escritor austrohúngaro Joseph Roth (1897-1939), al igual que las de su compatriota y amigo Stefan Zweig, tienen éxito en España y Latinoamérica. La editorial Acantilado rescató al medio olvidado Zweig hace veinte años, y lo convirtió en un éxito de ventas; algo parecido sucede con Joseph Roth, otro autor estrella de Acantilado, que publica sus novelas Hotel SavoyFuga sin fin o la maravillosa Job, entre otras; sus relatos breves, la correspondencia y algún volumen con artículos periodísticos. Entre sus traductores se encuentran Feliu Formosa, Berta Vías o Javier Pardo, a quien se debe una versión ya añeja de la La cripta de los capuchinos. También editan a Roth la editorial Minúscula o Siruela.
            Acantilado no cuenta en su catálogo con la obra maestra de Joseph Roth: RadetzkymarschLa marcha Radetzky (1932). Esta novela magnífica en todos los sentidos, profundísima, de halo nostálgico y crepuscular, es equiparable en relevancia a otras grandes novelas de las letras germanas: a Los Buddenbrook, por ejemplo; o a esa madura y singular obra de Zweig: La impaciencia del corazón (1939). No es descabellado afirmar que tal vez éste se inspiró un poco en La marcha Radetzsky para componerla, puesto que ambas se desarrollan en escenarios cuarteleros, en pequeñas ciudades de la parte oriental del inmenso Imperio austro-húngaro de los Habsburgo. Ambas atrapan al lector desde las primeras páginas, lo embelesan llevándolo a otra época, con sus costumbres y hálitos, con sus esplendores y miserias humanas; son buena y recia literatura como la mejor de Balzac, Proust, Flaubert o Chéjov; los autores que tanto inspiraron a Roth.
            La marcha Radetzky. además de una nueva versión de La cripta de los capuchinos. Las dos novelas forman un pequeño todo, constituyen el homenaje de Roth al mundo perdido de su niñez y juventud: el del secular imperio supranacional habsbúrgico, disuelto en 1919, tras la Gran Guerra.

La marcha Radetzky
Coinciden ahora en las librerías dos traducciones nuevas de 
            El himno oficioso de la Austria actual, el broche de oro del concierto de Año Nuevo en Viena, La marcha Radetzky, compuesta por Johann Strauss (padre), que da título a la novela, simbolizaba para Roth la pompa y el estilo del viejo Imperio. El emperador y rey Francisco José I (esposo de Sissi) regía con marcialidad sobre vastas extensiones de Centroeuropa, habitadas por checos, húngaros, eslovenos, rutenos, judíos… todos hermanados bajo la enseña del águila bicéfala: cincuenta millones de súbditos en una Europa sin fronteras. El monarca reinó durante 68 años, arropado por un ejército engalanado y variopinto que desfilaba, enamoraba y no hacía la guerra.

Así describe Roth la impresión de la famosa marcha: “Redoblaban los secos tambores, silbaban las dulces flautas y restallaban los risueños platillos. En la cara de todos los oyentes se dibujaba una sonrisa confiada y plácida, y en sus piernas hormigueaba la sangre. Mientras estaban allí de pie creían estar marchando. Las jovencitas contenían el aliento y entreabrían los labios. Los hombres mayores inclinaban la cabeza y recordaban las maniobras militares de antaño. Las ancianas se sentaban en el parque vecino y sus pequeñas cabezas grises temblaban. Y era verano”. Todo era paz y aparente esplendor en el rutilante imperio, hasta que en julio de 1914 llegó la desgracia con el asesinato en Sarajevo del heredero al trono. 
            Protagonista de la novela es la nueva estirpe de los Trotta, oriundos de la imaginaria ciudad de Sipolje. Un joven teniente Trotta salva la vida al emperador Francisco José en la batalla de Solferino (1859); por ello es premiado con el ascenso a la nobleza, y con la protección del emperador para sus descendientes: el hijo de éste, un poderoso funcionario imperial, y el nieto, un teniente de Cazadores, son los protagonistas de la novela. Sus vidas siempre están ligadas a las del monarca, y también su declive. Nada más aparecer, el libro vendió 25.000 ejemplares. Y lanzó a Roth a la fama. Poco después, los nazis lo pusieron en la lista de literatura prohibida, por ser Roth judío. Y éste tuvo que exiliarse.