viernes, 30 de octubre de 2015

Mesa de novedades I (Kierkegaard, Shestov, Nietzsche, Blas Matamoro, Antonio Priante, Schopenhauer…)

He aquí algunas novedades literarias que me parecen idóneas para disfrutar durante estos días lluviosos de otoño.

Mesa de novedades

Hermida editores sorprende de nuevo con la publicación de dos libros magníficos de filosofía “mundana”, así los denominamos con permiso de Kant y de Javier Gomá.


Nos referimos a Diapsálmata, de Sören Kierkegaard y Apoteósis de lo infundado, de Lev Shestov. Ambos aparecen en muy buenas traducciones, nuevas y realizadas expresamente para estas ediciones. De Diapsálmata contábamos ya en castellano con la traducción más conocida de Demetrio Gutiérrez, que los lectores pueden encontrar en ese estupendo tomo de Gredos incluido en la Biblioteca de Grandes pensadores y también reseñado en otra entrada de este blog. La traducción que presenta ahora Hermida en este bonito libro es asimismo sobresaliente. 

Es, sin duda, un estupendo libro para leer de un tirón, pero tal vez sea todavía mejor hojearlo de cuando en cuando para deleitarnos con el chispazo informal de su contenido, puesto que se trata de un librito de textos sueltos, la mayor parte de ellos breves.
Diapsálmata
Kierkegaard siempre sorprende por su idiosincrasia y su originalidad, por ese romper moldes de sus pensamientos, nada peregrinos y tan hondos como poéticos o desangelados: las reflexiones de un alma en ningún modo tímida ni cándida y los pensamientos de una cabeza que no tenía miedo a la paradoja ni tampoco a esa verdad del cambio perpetuo en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Kierkegaard fue un espíritu libre, enemigo de las masas, un solitario y un outsider, de ahí su grandeza. Autor enemistado con los "sistemas filosóficos" (crítico de Hegel, sin ir más lejos), y "periodista" a la par que pensador; nunca fue un farfullador ni un engreído.

Vertió en estos textos breves de su Diapsálmata su enorme ingenio y su tan elogiada ironía, aunque igualmente una gravedad muy suya envuelta de melancolía. ¿Por qué sedujo a tantos lectores, escritores tan geniales como Kafka y pensadores tan raros como Jaspers y Heidegger? La respuesta nos parece clara: el atractivo de su libertad de miras y de su apuesta perpetua por lo enteramente humano; y esto quiere decir, que apostó más que por la razón a ultranza y encorsetadora, por la vida en sí misma, por la existencia y sus contradicciones. Por supuesto que no abominó de la razón (¡qué sería del ser humano sin la pizca que le queda de ella!) pero tampoco de las razones del corazón ni de las pasiones del alma, las cuales él supo comprender en toda su grandeza y patetismo tal y como, por ejemplo, en el siglo XVII lo hiciera otro espíritu rebelde, solitario y en cierto modo afín: Spinoza.

Nietzsche y la música
En realidad, la historia de la filosofía está llena de personajes solitarios y afines entre sí desde Heráclito y Descartes (al que le gustaba "enmascararse") hasta ese original, portento del aforismo, que fue Nicolás Gómez Dávila; y entre ellos, como no, destacó Nietzsche, por supuesto.

La madrileña editorial Fórcola publica un ensayo muy útil y que hacía falta en España, donde no contábamos con un trabajo tan completo (a la par que divulgativo) sobre la pasión de Nietzsche por la música. El autor de El nacimiento de la tragedia fue  también compositor; sus obras, por cierto pueden escucharse actualmente en varias grabaciones: Valerie KinslowErik Oland (piano y voz), o la integral de las obras para piano solo, interpretadas por Michael Krücker, ambas muy notables.

Blas Matamoro, celebrado crítico musical además de escritor y erudito de la cultura, recorre las pasiones musicales de Nietzsche desde su niñez hasta su ultima época en un ensayo poco convencional y de estilo muy libre, como es característica habitual de Matamoro; no es precisamente el estilo de un narrador, sino el de un degustador y disfrutador de la escritura que desgrana la materia conforme le viene en gana, interpolando cantidad de asociaciones; parece estar disertando ante el lector, que al oco queda envuelto en su discurso más visual que narrativo, como decía. La información que aporta este pequeño gran libro (muy bonito con ilustraciones necesarias, fotos de personajes como Wagner, Schumann, Liszt, etc) es muy completa y el lector aprende mucho de esta pasión musical nietzscheana; desde los comienzos, cuando el joven Nietzsche escuchaba con sus amigos Tristán e Isolda, de Richard Wagner, hasta su final, cuando Nietzsche cambió al autor de El anillo del Nibelungo por Bizet y su fogosa Carmen. Nietzsche y Wagner, primero fue amor luego transformado en odio —hasta el completo desprecio e indiferencia—; irreconciliable Nietzsche con Wagner. Por lo demás, Wagner era un manifestador y un ser tiránico, pagado de sí mismo, Nietzsche no lo pudo soportar; lo demás fueron excusas (que si el cristianismo contra el paganismo…), pues lo cierto es que su música, hasta cierto punto, lo ilusionó. Aunque a Nietzsche le gustaba mucho más la música de Franz Liszt. Tan apasionada o más que la de Wagner, tan cromática y vitalista. A Liszt lo imitó en sus propias composiciones de piano.

martes, 27 de octubre de 2015

Cuadernos negros de Heidegger

El filósofo desilusionado


Heidegger en 1933


Aparece en castellano el tomo primero de la serie de los Cuadernos negros  de Heidegger. El suplemento cultural “Babelia”, del diario El País publicó mi reseña de este tomo el sábado 24 de octubre de 2015. He aquí el enlace a esta reseña: “El pensador desilusionado” y abajo el texto original que mandé al diario.




Traducción de Alberto Ciria
Trotta, Madrid, 2015, 420 páginas, 25 euros.



Cuadernos negros I
Los cuatro tomos pertenecientes a la serie de los Cuadernos negros de Martin Heidegger(1889-1976), publicados entre 2013 y 2015 en Alemania, causaron revuelo a escala mundial porque reafirman las ideas de que el célebre filósofo alemán se entusiasmó con el nazismo y manifestó ciertos rasgos antisemitas. En España aparece ahora el primero de estos volúmenes, un dietario filosófico que contiene cientos de pensamientos de diversa extensión escritos entre 1931 y 1938. Aunque buena parte de ellos son de materia filosófica, otros muchos aluden a la circunstancia política alemana: el triunfo del nacionalsocialismo, que Heidegger aclamó; él mismo, en 1933, fue rector de la universidad de Friburgo luciendo bigote hitleriano y esvástica en la solapa; pocos parecían entonces tan nazis.
A tenor del revuelo mediático de estos Cuadernos negros cabría pensarse que en sus páginas se vierten loas a Hitler e insultos a los judíos; en absoluto, las notas del pensador no son tan explícitas, sino más sutiles. En este primer tomo sólo muestra una adhesión inicial a los nazis; después, bastante desprecio por la situación “espiritual” de Alemania. Y no dice una palabra sobre los judíos.
En general, Heidegger aparece en sus notas como un entusiasta de la “Filosofía”, que él veía opuesta a la ciencia (“la ciencia no piensa”, escribió); alguien que entendió el filosofar como un saber de preguntas radicales y osadas más que de respuestas: “Todo preguntar un goce, toda respuesta una merma”, sentenció. Era el gran profesor que deslumbraba a sus alumnos (y alumnas, recordemos a su joven amante Hannah Arendt) con su pregunta esencial: “¿Qué es ser?” o “¿Por qué hay ente y no más bien nada?”; en definitiva, el “mago” que desmontaba palabras cotidianas para decir lo indecible. En efecto, vemos aquí al pensador sui generis, el mismo que, como ser humano, cometió un grave error de bulto con los nazis, puesto que con su llegada creyó ventear un cambio para mejor en Alemania, una verdadera “revolución” del espíritu que jamás acaeció como él esperaba. Creyó que el tirón unificador de Hitler inspiraría a los alemanes para buscar la verdad y el ser, como un “gran principio” saludó la llegada de los nazis; esperaba que la filosofía saldría beneficiada, volvería a dominar sobre la vida comunitaria germana tal como lo hizo en la (idealizada) antigua Grecia; y los filósofos, que suelen ser hombres solitarios (y Heidegger lo era en extremo), saldrían de su aislamiento y, dejando aparte a su “pequeño yo”, marcharían juntos con los demás hombres.