viernes, 19 de abril de 2019

Stefan Zweig: correspondencia con Friderike (Acantilado)

Acantilado publicó recientemente—por primera vez en castellano—la interesante correspondencia que Stefan Zweig mantuvo con su primera esposa: Friederike Burger (más tarde "Von Winternitz", y después "Zweig"). El volumen recoge además algunas cartas que Stefan Zweig intercambió con su segunda esposa: Lotte Altmann. La espléndida traducción al castellano es del gran Joan Fontcuberta.

A continuación la breve reseña que Luis Fernando Moreno Claros escribió para "Babelia" (diario El país).


Esplendor y tragedia de un matrimonio


Edición de Jeffrey B. Berlin y Gert Kerschbauer
Traducción de Joan Fontcuberta
Acantilado, Barcelona, 2018, 528 páginas, 24 euros.

Corría 1912 cuando una hermosa mujer, Friderike Burger (1882-1971), le escribió a Stefan Zweig porque quería conocerlo; él, un año mayor que ella, necesitó poco tiempo para dejarse seducir por esta admiradora, que era refinada, culta y con intereses literarios. Estaba casada y tenía dos hijas pequeñas pero no era feliz. Pronto fueron amantes, tras el divorcio de ella se casaron en 1920. La relación aguantó bien hasta 1937, cuando se quebró asfixiada por parte de Zweig, quien inició una aventura seria con Lotte Altmann, su joven secretaria. La desposó en 1939, tras divorciarse de Friderike. Por entonces el estado anímico del escritor era catastrófico: desquiciado por el peso de la fama, le obsesionaba el trabajo y el sosiego que le faltaba; además, lo angustiaba la desesperante situación política en Europa. En 1936, a raíz de que la policía secreta austriaca irrumpiera en su casa acusándolo de guardar armas, pensó en abandonar el continente para siempre.

Correspondencia con Friederike


Después del divorcio, el trato con Friderike continuó; pactaron acuerdos y siguieron escribiéndose, la última carta de Zweig antes de suicidarse en 1942 fue para ella. Entre ambos hubo muchas cosas: erotismo, amor, literatura, viajes, amistades, gran mundo… desavenencias también, pero nunca rencor. Eran una pareja civilizada, cosmopolita: ella, hermosa y diligente; él, más autónomo, con sus pequeñas liaisons toleradas—"No me seas muy infiel"—le escribía Friderike en una de sus cartas —“aunque pásatelo bien˝.
En los treinta años de relación, Zweig produjo mucho: las biografías de María Antonieta y Fouché, relatos como Miedo y Carta de una desconocida, o los estudios sobre Hölderlin y Casanova, por ejemplo. Ella le facilitaba el trabajo literario: le brindaba seguridad al ocuparse de asuntos demasiado terrenales para él, como el cuidado de la casa de Salzburgo, cuartel general de ambos, plagado de libros y amadas reliquias, entre las que se hallaban el violín y el escritorio de Beethoven o algunos poemas autógrafos de Goethe.
Se publica ahora en castellano una amplia selección de cartas entre los esposos Zweig—también, las de Lotte a Friderike—, en una edición impecable, en excelente traducción de Joan Fontcuberta Gel. Son cartas de pura cotidianeidad, espontáneas, sin aspiraciones literarias. Al principio, abundan las de Friderike enamorada; después, las de Stefan dando noticias de sus frecuentes viajes por una Europa vertiginosa, surcada por trenes. En la época de esplendor del matrimonio, las misivas transmiten esa feliz movilidad: largas vacaciones por parte de Friderike con sus hijas, e innumerables noticias del marido sobre invitaciones y conferencias en París, Berlín, Viena y hasta Moscú. Se mencionan amistades comunes: Romain Rolland y Joseph Roth o Thomas Mann; y dan la medida de lo amplio que era el círculo de conocidos de los Zweig: Toscanini y Gandhi o Salvador Dalí.
Hasta los años treinta, la vida del matrimonio mantuvo el ritmo habitual; después, la política y sus ominosas consecuencias—además de los vaivenes anímicos de Zweig—quebraron su estabilidad. Las cartas de la última etapa, cuando el escritor marchó al exilio definitivo, son las más enjundiosas porque documentan su tragedia: apátrida junto con su segunda esposa, con sesenta años, sin los amigos de antes ni los libros de siempre, no quiso vivir más en un mundo que no era el suyo y que sólo le ofrecía la perspectiva de un negro mañana. L.F.M.C.