martes, 10 de marzo de 2015

Joseph Roth y Stefan Zweig: la amistad hasta el amargo final.


Traslado a "Ciudad de Azófar" la reseña original que escribí para "Babelia" de dos libros recientes, imprescindibles para cuantos admiren a estos dos grandes escritores que fueron Joseph Roth y Stefan Zweig: la correspondencia entre ambos, publicada por Acantilado; y el excelente ensayo de George Prochnik sobre las peripecias de Zweig en el exilio.




Joseph Roth & Stefan Zweig
(Correspondencia 1927-1938)
Edición de Madeleine Rietra y Rainer Joachim Siegel
Epílogo de Heinz Lunzer
Traducción de J. Fontcuberta y Eduardo Gil Bera
Acantilado, Barcelona, 2014, 432 páginas, 25 euros.


George Prochnik
El exilio imposible. Stefan Zweig en el fin del mundo
Traducción de Ana Herrera Ferrer
Ariel, Barcelona, 2014, 416 páginas, 24,90 euros.



“Cordialmente, su fiel amigo”


Los escritores Joseph Roth (1894-1939) y Stefan Zweig (1881-1942) mantuvieron una singular relación de amistad durante la ominosa década de los años treinta del siglo XX. Ambos de origen judío, nostálgicos del imperio austrohúngaro, sufrieron como testigos impotentes la caída de Europa en el abismo.
Se han conservado más cartas de Roth a Zweig que a la inversa, por ello la persona y desventuras del primero se imponen al lector en este libro, mientras que la voz de Zweig suena un tanto lejana. Las lagunas las suple el epílogo de Heinz Lunzer.

Ser amigo mío es funesto
Roth tuvo cientos de corresponsales, aunque ninguno le fue tan querido ni de tanta utilidad como Zweig. A él se aferraba con insistencia —dándole profusas muestras de admiración y cariño— en sus peores momentos vitales, que fueron muchos. La llegada de los nazis al poder (esos “mierdecillas y asesinos”, según Roth) trastocó su vida al igual que la de Zweig y las de tantos otros judíos. El autor de Job [Ver en Amazo.es] y La marcha Radetzki [Ver en Amazon.es] —los dos grandes éxitos de Roth en esta época— tuvo muy claro enseguida qué perseguía Hitler: el exterminio de los judíos, tal y como refería el ex cabo en su horrendo Mein Kampf. Zweig, más ingenuo que su amigo, creyó durante algún tiempo que podría mantenerse al margen. Imposible. En algunas de estas cartas, Roth le reprende por su postura; en 1935 lo declara “optimista” por su inicial ceguera ante Hitler. “Tengo más instinto que entendimiento”, escribía Roth, “lo contrario de usted”. Zweig se había reflejado a sí mismo en su Erasmo (1936) [Ver en Amazon.es] como el humanista pacífico en medio del caos que le gustaría haber sido, pero fue en su magnífica Castellio contra Calvino (1936) [Ver en Amazon.es] cuando se mostró beligerante contra los nazis sin ningún género de dudas. Ambos libros fueron bien saludados por Roth, a quien Zweig rendía franca admiración como escritor y de quien a menudo recibía críticas agudas.
La correspondencia de los dos amigos no abunda en temas literarios, está ampliamente lastrada por la dura vida de Roth; pese a que ganaba bastante con sus artículos, relatos y novelas —su única fuente de ingresos—, siempre estaba a la cuarta pregunta. Escribir era vital para él y una tortura; si no escribía no comía… ni bebía (el vicio que acabaría matándolo); con dinero tenía que pagar las clínicas en las que su joven esposa, esquizofrénica, pasaba largas temporadas. Era una obligación que lo cargó de por vida (los nazis asesinaron a la enferma en 1940). Pero la pena que sentía por su mujer no le impidió a Roth mantener a los hijos de su exótica amante Manga Bell, así como a varios familiares, mientras iba creciendo de manera portentosa su necesidad de alcohol. Zweig lo ayudaba mandándole dinero, pero Roth nunca tenía bastante; era caprichoso, gustaba de hoteles caros, sableaba a quien podía, daba a manos llenas, vivía muy al estilo del gran Balzac. Cuando Zweig le dijo en una ocasión que Dios lo librase del dinero, que viviera con mesura, Roth le espetó: “¡Al contrario! ¡Déme Dios dinero, mucho dinero! Porque en el mundo de hoy el dinero ya no es una maldición ni la pobreza una bendición”. Zweig también lo amonestaba para que dejase de beber y organizase su vida. Empresa imposible dado el carácter de Roth: irritable y apasionado hasta la inconsciencia; tanto era así que en 1938 se enfadó con el amigo, hastiado de sus consejos, pero entonces ya no tenía salvación. Reconciliados a medias de nuevo, Roth murió poco después en un hospital parisino, aquejado de neumonía y delirium tremens. Zweig se suicidó en Brasil tres años después.

El exilio imposible
George Prochnik narra con gran detalle el desenlace de los destinos de Zweig y de su segunda esposa, Lotte Altmann, en el exilio: ambos padecieron una gran extrañeza en el nuevo mundo. Lotte tenía asma y su marido se hallaba aquejado de nostalgia e inquietud por el viejo continente. Para calmarse redactó El mundo de ayer —sus famosas memorias [Ver en Amazon.es] —, mientras trataban de habituarse a Norteamérica; a veces, aislados en pequeñas ciudades y otras, alojados en lujosos hoteles en una Nueva York plagada de emigrados centroeuropeos que asaltaban a Zweig con peticiones de auxilio. Extranjeros en todas partes, viajaron a Argentina, a Paraguay, y al final decidieron trasladarse a Brasil y establecerse en Petrópolis. Allí, en medio de una naturaleza exuberante, se las prometían felices; mas la impaciencia y la soledad del escritor, su pesimismo al creer que Europa quedaba para siempre en manos de Hitler, lo empujaron al suicidio. Lotte, muy enferma ya, lo acompañó en su fin. Poco antes, Zweig había terminado su Novela de ajedrez [Ver en Amazo.es], otro alegato más contra los nazis. Prochnik recorre las etapas de un exilio que, para Lotte y Zweig, apegados a los valores del mundo de ayer, fue imposible de sobrellevar.
Luis Fernando Moreno Claros