jueves, 24 de septiembre de 2020

Goethe científico

 Goethe científico

 

Henri Bortoft

La naturaleza como totalidad. La visión científica de Goethe

Traducción de Antonio Rivas

Atalanta, Vilaür, 2020, 544 páginas, 32 euros.

 

 

J. W. Goethe

La metamorfosis de las plantas

Traducción de Isabel Hernández

Atalanta, Vilaür, 2020, 168 páginas, 24 euros.

 

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), el Miguel de Cervantes alemán, autor de Fausto—el Quijote de las letras germanas—, poeta, dramaturgo y novelista, aspiraba a ser el «hombre total» a la manera de los clásicos: la persona completa a la que nada de lo humano le es ajeno. De ahí que se propusiera conocer tanto el alma —el espíritu— como la materia de la que estaban hechos sus congéneres; pero igualmente también se propuso desentrañar el medio en el que nacemos crecemos y morimos: el mundo, la naturaleza, el espacio de la vida, del florecimiento y de la caducidad de lo vivo.





         Goethe quiso abarcarlo todo desde el punto de vista intelectual: tanto el arte como la ciencia. Escribió Las penas del joven Werther en su juventud. La pasión por una mujer casada de un joven exaltado e idealista descrita en esa novela de juventud le granjeó fama inmediata y perdurable. Pero él no quería  ser conocido sólo como escritor de novelas y de poemas. El puesto de relativo poder (y también de relumbrón) que le otorgó su gran amigo el duque de Weimar en la corte de esta pequeña ciudad alemana, poblada de grandes personalidades del mundo de las letras, el arte y las ciencias, le proporcionó el ocio necesario para consagrarse a viajes y estudios; viajó a Italia donde descubrió el arte de la Antigüedad en persona y donde se dedicó a estudiar la naturaleza través de la observación y la pintura. Goethe era un talentoso pintor de la naturaleza. Dejó acuarelas bellas de paisajes italianos. En Italia fue donde se desarrolló su amor por la belleza de las plantas.


La amistad que le unió a grandes hombres de su época, literatos, filósofos y científicos (los hermanos Humboldt, sin ir más lejos) otorgaron a Goethe, en su magnífico refugio de Weimar, epicentro intelectual de Alemania, las circunstancias óptimas para llevar una vida entregado a la theoría, es decir, el conocimiento y la ciencia, una vida que, según decía Aristóteles, es la mejor de cuantas puedan desearse.

 

         Escritor de cientos de poemas maravillosos, de novelas y dramas, Goethe se negaba a pasar a la historia universal sólo como genial Dichter [creador de obras literarias] —como decíamos—, abiertamente aspiraba, además, a que se le contase entre el palmar de los grandes científicos de la humanidad. Botánica, biología, zoología, mineralogía, óptica, eran ciencias a las que se dedicó con pasión; tanto más que a la literatura, una actividad que, andando el tiempo, pasó incluso a ser considerada por él como una actividad secundaria. Cuentan que, a menudo, prefería hablar del intestino de las ranas que de política o de literatura. La observación de la naturaleza y de sus manifestaciones, de sus transformaciones y avatares, era para Goethe tan sustancioso como la más interesante de las tragedias en el teatro de Weimar. 


Imbuido de una concepción filosófica de la naturaleza y de la vida que podría definirse como «panteísta», Goethe tocaba muchos palos en todo lo que tuviera que ver con la observación y la experimentación; quería saberlo todo cual eximio diletante, y sus concepciones, proclamadas sin el miedo a los científicos de profesión eran muy singulares e imaginativas (sin por ello caer nunca en la extravagancia o el delirio). Para Goethe, el mundo constituía un todo, el universo le parecía una entidad gigantesca dotada de cuerpo y espíritu, de conciencia. Consideraba que cada cosa tiene su razón de ser en el origen. Buscar las raíces comunes de lo diverso era una de sus ideas fundamentales que compartía, por ejemplo, con los primeros filósofos presocráticos. 


         



Goethe trató a grandes figuras del idealismo alemán, Hegel y Schelling, por ejemplo; también trató al gran Arthur Schopenhauer (aunque con éste se llevó mal porque Goethe era un optimista acérrimo, pero también porque Schopenhauer le discutió teorías científicas y apuntaba mucho talento). Estaba en el ambiente de la época observar la naturaleza como lo hicieran los grandes filósofos de épocas pasadas, desde los mencionados presocráticos de Grecia hasta Descartes, Hume o Kant. Goethe la veía como la manifestación variadísima y viva de un inmenso poder manifestándose como fenómeno a través de ella; ese poder ya no era el Dios cristiano, y ni siquiera el Dios de Voltaire, era el Deus sive natura del judío holandés Spinoza. Goethe, como Hegel, se declaraba «spinozista».  Estudiar las pasiones humanas —como hizo Spinoza— le parecía tan importante como estudiar los minerales y las plantas, los animales y las mareas; o las manchas del sol y las transformaciones de la luz, pues todo está en contacto. Todo forma parte de la misma entidad divina: la totalidad de espíritu (actualmente se dice «consciencia») y materia.


Estos dos libros magníficos que ahora publica la editorial Atalanta muestran la faceta de Goethe como científico en todo su esplendor. El amplio estudio de Henri Bortoft (1938-2012), científico británico, ecléctico e independiente, parte de algunas de las ideas más señeras que Goethe tenía sobre la naturaleza para profundizar y esclarecer teorías científicas actuales. Los hombres de ciencia contemporáneos de Goethe nunca lo tomaron en serio como científico. Lo trataban con condescendencia debido a que era un gran poeta o porque tenía poder en la corte de Weimar, pero lo miraban con superioridad en cuanto se salía de su especialidad: la literatura y el arte. 

Para Bortoft, en cambio, las intuiciones que guiaron el proceder científico de Goethe lo sitúan como un avanzado científico de su tiempo. En esta obra minuciosa y ambiciosa, tan bien editada por Atalanta, y en excelente traducción de Antonio Rivas, el originalísimo profesor de física que fue Bortoft repasa las teorías que Goethe esbozó o publicó sobre todas las materias científicas que le interesaron; así encontramos sus ideas sobre la luz y el color —Goethe escribió y publicó una monumental Teoría  de los colores, que lo posicionó en contra de Newton—, sobre el mundo animal y los fenómenos atmosféricos y naturales; sobre la consciencia y la inconsciencia de la naturaleza; sobre las plantas y los árboles; o sobre los planetas y las estrellas;… y en definitiva, las ideas que manifestó sobre múltiples aspectos del mundo considerado un organismo y una totalidad llena de sentido. Goethe creía con Spinoza que Dios es sólo una hipótesis en la que se refugia el no saber. Sin declararse «ateo» literalmente, creyó en el «Deus sive natura» proclamado por el filósofo judeo-holandés en su Ética. Dios es también la naturaleza, y ambos hablan en un lenguaje que es comprensible mediante la razón humana y mediante la observación aplicada de los fenómenos naturales. Pero con Goethe como base, Bortoft repasa también las teorías científicas de Newton ,  Galileo o Humboldt, es decir, realiza su particular repaso por la historia de la ciencia. El libro está lleno de sorpresas para amantes de la ciencia, pero también para el público no especializado al que sólo le mueve la curiosidad. Y, por supuesto para todo admirador de Goethe que se precie.


            De observación y especulación —razonada— está compuesto el hermoso libro que recoge los escritos de Goethe sobre las plantas. La metamorfosis de las plantas que ahora publica Atalanta cuenta con bellas ilustraciones y fascinantes fotografías de Gordon L. Miller, autor asimismo de la edición americana que publica Atalanta en castellano. Esta espléndida edición ilustra con vistosas fotografías los ejemplos botánicos que Goethe da en sus textos. El lector puede seguir paso a paso y con sumo detalle las observaciones botánicas que hizo el gran autor hace más de 200 años. La obra original Intento de explicar una metamorfosis de las plantas se publicó en 1790; veintisiete años más tarde, Goethe revisó la edición y añadió más textos dando forma a la versión definitiva de La metamorfosis de las plantas, una obra poco o nada divulgada en los países de habla hispana. 


Estudiosos de Goethe han visto La metamorfosis de las plantas como una «poética natural», dado el cuidado y el cariño con los que Goethe describió los resultados de sus observaciones de los elementos y detalles florales. La impresionante idea que movió todas las investigaciones de Goethe consistía en asumir que cada planta es el desarrollo de una única hoja primordial, de una planta primera o Urpflanze. En cada planta se descubren trazos recónditos o evidentes de aquella unidad primera que lo constituye todo… Esta concepción era revolucionaria en su época, y hoy, ante el desprecio con que el ser humano trata mayoritariamente a la naturaleza, parece hasta «subversiva» en el sentido positivo del término, porque es innovadora y provocadora a la vez. Según Goethe, ¿cuándo habrá de comprender la humanidad que todo está en todo, que a cada ser humano le une a la naturaleza un hilo invisible que proclama también su fraternidad con los demás seres, y su inmortalidad cara al infinito? 


L. F. M. C.




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