Siguiendo con libros sobre nazis y afines, dejo aquí la reseña que escribí el verano de 2014 sobre la correspondencia de Heinrich Himmler con su esposa, Marga Siegroth. Fue un encargo de "Babelia", pero finalmente no pudieron publicarla por falta de espacio y el libro dejó de ser novedad.
Himmler íntimo.
Michael Wildt y Katrin Himmler
Traducción de Josefa Cornejo. Taurus, Madrid,
2014, 400 páginas, 21 euros.
Himmler y su esposa |
Después de su libro Los hermanos Himmler (Libros del silencio), Katrin Himmler (1967), sobrina nieta del siniestro nazi
Heinrich Himmler, continúa desentrañando la biografía de su cruel antepasado.
Con el historiador Michael Wildt (1954) presenta ahora la correspondencia del Reichsführer de las SS y su esposa, Marga Siegroth. Estas cartas, aparecidas en Tel Aviv
en 1980, se incluyen en este volumen asistidas por acertadas explicaciones de
los compiladores; así, a la par que conocemos las trivialidades que
intercambiaban los cónyuges también tenemos presente el curso de la tragedia
orquestada por los nazis.
Las misivas son de lo más trivial, no contienen ni vivas
descripciones ni confesiones íntimas. Heinrich Himmler —“Heini” para Marga—,
fue el marido siempre ausente; mientras que ella —la “querida y buena
mujercita”— desempeñó el papel de fiel ama de casa pequeñoburguesa, atareada en
el hogar y siempre a la espera del guerrero: “Tu lansquenete”, firmaba Himmler.
Unas líneas diarias bastaban para asegurarse la mutua entrega en los primeros
años de matrimonio; luego, durante la guerra, las breves cartas llegaban en
compañía de regalitos para la esposa y la hija de ambos: Gudrum, la
“muñequita”.
En los primeros tiempos, Marga solía bromear con su marido tratándolo
de “malo” y “malote” porque sus múltiples “responsabilidades” lo alejaban de su
lado, ¿sabía ella de sus crímenes? De las cartas no se deduce, pues Himmler no
escribía sobre sus acciones. Pero sabemos que Marga, ideal de “aria pura”
(rubia y de ojos azules), compartía con su cónyuge un férreo antisemitismo:
“¡Cuándo desaparecerá esta escoria judía para que podamos vivir en paz!”,
escribe.
Desde que se conocieron en 1927 —él, poderoso jerifalte del
floreciente partido nacionalsocialista; ella, divorciada y siete años mayor—
quedó muy claro que Himmler consagraría su vida a la altísima misión de liberar
Alemania de sus “opresores” y fundar un gran Reich que se extendería por
toda la tierra a costa de dominar a las “razas inferiores”. Tan excelsa tarea
importaría más que el matrimonio. Marga estuvo de acuerdo en sacrificarse por
la causa, a la que se mantuvo fiel incluso tras la muerte de su esposo, quien
se suicidó en 1945 al morder una cápsula de cianuro cuando fue detenido.
El lansquenete nazi era lo más opuesto en lo físico al ideal de
belleza ario: bajo, esmirriado, de cara insulsa, corte de pelo a la prusiana,
bigote chaplinesco y unas gafas metálicas tras las que destellaban unos ojillos
marrones desconfiados; pero era listo, inmisericorde y fanático hasta la
médula, por eso llegó a tener casi tanto poder como Hitler. Tras alcanzar el
más alto rango de las SS, fue el jefe máximo de la siniestra policía política
(Gestapo) y el organizador absoluto del exterminio de los judíos. Creó los
campos de la muerte y ordenó la aniquilación de cientos de miles de personas;
en fin, fue una joya de hombre “cumplidor de su deber”. Así se veía él mismo y
así lo veía Marga; ésta sobrevivió a la guerra y nunca renegó de su ideología
ni de su esposo.
Lo que espeluzna en estas misivas es saber que un hombre como Himmler,
tan corriente en sus expresiones de afecto, era a la vez un monstruo. Un
miserable que se creyó ungido por los dioses (germánicos, en este caso) para
cumplir sin escrúpulos con una “misión sagrada”. ¡Pobre humanidad cuando es codiciada por tipos así!
3 comentarios:
¡Extraordinaria reseña! Da gusto leerla con ese estilo desenvuelto que usted tiene. Aquí un grupo de amigos esperamos ya con ganas nuevas entradas del blog.
¡Muchas gracias, Juan!
Saludos cordiales
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