miércoles, 21 de diciembre de 2016

El mundo bajo los párpados: Jacobo Siruela



Acaba de aparecer en librerías la tercera edición de un libro fundamental sobre los sueños: El mundo bajo los párpados, de Jacobo Siruela, editado por Atalanta Ediciones.
Aprovechando la ocasión recupero para Ciudad de Azófar el texto original de la reseña de la primera edición de este título que la revista miscelánea de cultura y pensamiento Letras libres publicó en su número del 28 de febrero de 2011.


Ecos de otras orillas
 
El mundo bajo los párpados
Jacobo Siruela
Atalanta, Vilaür (Girona), 2010, 352 páginas.


El mundo bajo los párpados
El prestigioso editor Jacobo Siruela (1954) nos sorprende ahora con este libro en el que se revela como un autor filosófico, perspicaz y metódico. Su honestidad intelectual lo conduce a preocuparse seriamente de la Sabiduría en todas sus facetas, incluso de aquéllas olvidadas por el mundo académico porque remiten al sentimiento, la emoción o la imaginación, en tanto que vías idóneas para conocer el trasfondo de las cosas y hasta la unidad esencial de cuanto acontece. Desde esta perspectiva presenta este volumen excepcional, en el que ofrece su particular incursión histórico-fenomenológica en el onirismo, en todo cuanto se relaciona con ese mundo en el que habitamos cuando dormimos, o incluso cuando, cerrando los ojos en reposo, nos evadimos de la realidad visible y penetramos en otra evanescente e intangible, pero viva e íntima: la de los sueños.
 
El gran Lichtenberg parece haber inspirado el propósito de este ensayo, tal y como observa Jacobo Siruela. El agudo pensador de Gotinga apuntó en uno de sus célebres aforismos que nuestra historia “es únicamente la de los hombres despiertos; nadie hasta ahora ha pensado en una historia de los hombres que duermen”. Y tal es la historia a la que se acerca de manera indirecta este ensayo, cuyo autor nos propone un recorrido muy personal a través de la relación de los seres humanos con los sueños, desde la más remota Antigüedad hasta nuestros días. Los primeros capítulos del libro recogen algunos sueños de personajes históricos: de santos y santas, de guerreros, reyes y presidentes, filósofos, médicos y psicólogos o de otros tantos personajes que fueron meros aficionados a esa realidad evanescente que tanto nos determina. Hay aquí sueños de premonición y de inspiración, de amenaza y advertencia, visiones oníricas y situaciones soñadas tan reales como lo acontecido en el mundo cotidiano, y que impelían tanta fuerza o tanto temor a los “soñantes” que les incitaron a adoptar decisiones, e incluso a cambiar el curso de sus vidas. De manera que el lector cuenta con una surtida relación de relatos oníricos, y en este aspecto sí que hay que considerar este volumen como una pequeña historia de los hombres que duermen, aunque hay mucho más. 


Con suma amenidad y un estilo claro, expositivo, y gracias a su profundo conocimiento de la materia de la que trata, el autor nos traslada también a la antigua Grecia, al célebre complejo de Epidauro, sitio destinado a “curar enfermos” mediante prácticas de meditación y aislamiento, así como mediante la interpretación de sueños, que eran comunicaciones y revelaciones del más allá para el común de los griegos. Se trata de un extenso capítulo, de lo más interesante, que da paso a otros tantos, en los que se observa un intento de marcar cierta evolución en la curiosa historia del onirismo. Jacobo Siruela rememora en ella diversos hitos y momentos decisivos, protagonizados por singulares personajes que sentían gran fascinación por los sueños. Así, narra las curiosas aproximaciones de algunos diletantes que realizaron análisis propios en el mundo onírico, tales como Hervey de Saint Denys, quien se interesó por el denominado sueño lúcido; u otro “onironauta”, Willen van Eeden, investigadores ambos de las posibilidades que tiene el durmiente que sueña de cobrar conciencia de que está soñando, e incluso de la posibilidad de interactuar en los episodios soñados. Más adelante, encontramos otros capítulos muy ilustrativos sobre la investigación del tiempo en los sueños, o los sueños anticipatorios. Freud, Jung, pero también Schopenhauer, Nietzsche y J. W. Dunne contribuyen con sus ejemplos a proporcionar al lector suficiente material para comprender diversos aspectos de los avances en el ámbito del onirismo. 

Todo lo anterior está muy bien y resulta revelador y entretenido, pero el lector atento advertirá que más allá de las anécdotas, las historias de experimentos, por encima de los nombres más o menos famosos que aparecen en esta obra, y que ilustran por sí mismos esta feonomenología de los sueños, en El mundo bajo los párpados se palpan las ideas filosóficas de Jacobo Siruela, el cual esboza —en segundo plano— una apología de la “otra realidad”, de la “otra parte” o la “otra orilla”; es decir, de las diversas e insondables dimensiones de que consta la realidad total. El autor de este ensayo nos susurra entre líneas y desde las primeras páginas de introducción al mundo de los sueños que esto que normalmente conocemos como realidad tangible o cotidiana no es la única posible y verdadera. Y hasta será posible oírle formular (siempre entre líneas) preguntas de este tenor: “¿Y si en verdad ese mundo palpable y medible, fuera sólo el trasunto de otro, desconocido e insondable, postergado y oculto, pero influyente y activo desde las sombras? ¿Y si lo que vemos es sólo un plano de algo más íntimo y verdadero que desconocemos? ¿Será cierto que nuestra conciencia es más espiritual que material? De ser así, ¿entonces la materia es apariencia y lo que llamamos real es sólo una visión sesgada de un todo más rico y de muchas dimensiones a las que no se llega con la razón?” De manera que, a través de su interés por el onirismo, Jacobo Siruela se asoma —y nos invita a asomarnos— al inabarcable abismo de ese “más allá” al que sin duda remiten los sueños. Y aquí radica el mérito de esta obra, tan rica, esclarecedora y, al mismo tiempo, tan profundamente filosófica.

Nietzsche recordó a sus engreídos contemporáneos que no porque en el siglo XIX se hubiera llegado a tan alto grado de tecnicismo, debía creerse que los hombres habían superado en profundidad de pensamiento la “antigua” época de Platón. En posición similar se sitúa Jacobo Siruela cuando sostiene algunas tesis que a los pragmáticos del realismo habrán de parecerles quiméricas, puesto que desmienten que la historia del pensamiento y de la ciencia esté en constante progresión hacia lo mejor y lo verdadero. El autor sostiene que el ser humano vive al margen de esa “segunda vida” que se manifiesta en los sueños; de manera que “en vez de comprender los mensajes que cada noche cruzan e iluminan su mente, insiste en seguir siendo ciego a todo ello”, y permanece sometido al convencimiento de que “la roma planicie de cada día” se erige como la única realidad posible de todo cuanto somos y puede acontecer en el mundo. A pesar de toda su “irrisoria” hiperconciencia y de su presunción de escepticismo —continúa Jacobo Siruela—, “el ser humano suele estar dispuesto a creer en cualquier cosa menos en la verdad”. De ninguna manera debe verse aquí un rechazo del autor del ensayo al progreso de la ciencia, que aunque siempre apoyado en los avances de la razón calculadora, lo considera innegable; ahora bien, según él, se trata de una progresión en parte también sólo aparente, pues no toca lo esecial, no hay progreso hacia el núcleo último de todo. Entendemos que a dicho núcleo no se va por la autopista de la razón, que circunvala lo esencial, sino de otra forma, acaso no por tierra, sino volando más allá del espacio y el tiempo. ¿Será a través de los sueños?

En el último y esencial capítulo de este apasionante ensayo, se pone toda la carne en el asador: “el mundo moderno ha fracasado desde una perpectiva existencial”, asegura Jacobo Siruela al inicio de su somero pero crucial análisis de la relación de las sociedades modernas con la muerte. Mientras que antiguamente, desde la civilización egipcia hasta el Indostán, se educaba a todo el mundo en el culto al más allá y la muerte estaba integrada en la vida y no suponía un cese de ésta, sino un paso hacia otra frontera, en la actualidad la muerte del ciudadano normal es un suceso que se esconde casi como una vergüenza. Morir ya no es un tránsito a otro más allá, la continuación de la vida por otro cauce, sino el deceso con el que “se acaba todo”. Ahora bien, hay sueños que niegan esta evidencia tan gris. A menudo se dan casos en los que al moribundo se le anuncia a través de sueños concretos una nueva vida y una paz duraderas en nuevos paisajes, en ámbitos que implican un mas allá del mundo habitual. Y hay otros sueños en los que esa temida noche eterna de la nada, fría y estéril a la que iremos directos cuando muramos —según suponen los materialistas recalcitrantes— se revela como transitoria, y se descubre en verdad como una apertura de puertas a un renacer primaveral. ¿Serán los sueños también atisbos de esa realidad que nos espera tras la muerte? ¿Nos darán noticia del más allá? Las incógnitas continúan sin resolver, pero Jacobo Siruela ha contribuido con este sugerente ensayo a clarificar mucho las cosas: los sueños no son sólo sueños y nada más; tampoco son sólo “espuma”, tienen consistencia en tanto que apuntan a otras realidades que se tornan presentes a poco que queramos verlas, y en resumidas cuentas, siempre nos traen ecos de otras orillas, de mares recónditos, plácidos, y sólo en apariencia tenebrosos. 
 Luis Fernando Moreno Claros

1 comentario:

El infierno de Barbusse dijo...

Justo he aprovechado esta nueva edición para leer por fin este libro, que verdaderamente me resulta fascinante. Como tú dices, Luis Fernando, se le oye susurrar constantemente entre líneas a Jacobo Siruela la idea de que la realidad es mucho más amplia, sorprendente y enigmática de lo que se ha venido creyendo -haciéndonos creer- desde el auge del Racionalismo.

Tener una editorial en España como Atalanta, que está creando un catálogo impecable, un corpus bibliográfico esencial para sacudir mentes y poner en tela de juicio las visiones limitadoras y acomodaticias sobre el mundo, es un regalo, un verdadero lujo.

Un abrazo.