sábado, 6 de enero de 2018

Henryk Skolimowski: «Filosofía viva»

Realidad sagrada y evolutiva

Atalanta, Vilaür, 2017, 331 páginas.

         
Reseña de Ingrid Arregui Álvarez para Ciudad de Azófar


El filosofo polaco Henryk Skolimowski (Varsovia, 1930), abanderado de la Ecofilosofía, nos propone en este libro de la editorial Atalanta una nueva cosmología, basada en la santidad de la vida y en nuestra actitud reverencial por toda la naturaleza que nos rodea. Esta misma editorial ha publicado recientemente su obra magna, La mente participativa

Filosofía viva
    Después de los estragos causados por el paradigma mecanicista, cuantitativo y alienante, que comenzó en Occidente con la revolución científica del siglo XVII y que nos está llevando a la destrucción paulatina del planeta, Skolimowski propone recuperar el problema trascendental del sentido de la realidad para dignificar al ser humano y su relación con todas las formas vivientes que la evolución ha desplegado a lo largo del tiempo. Esa novedosa cosmología (ecocosmología) que este anciano visionario desarrolla en complicidad con algunas ideas del polémico paleontólogo Teilhard de Chardin o del físico cuántico David Bohm, aboga por ser el fundamento de nuevos valores (valores ecológicos), que nos impelan hacia una acción creativa y co-participativa en la evolución del universo, y de esta manera contribuyan a un desarrollo sostenible y con un marcado carácter espiritual.

    Sin olvidar el orden expositivo que sus estudios en Filosofía Analítica han contribuido a forjar, pero alejado completamente de los supuestos de esa corriente filosófica a la que critica sin piedad, Skolimowski va desgranando las características básicas de su propuesta cosmológica: el principio antrópico (“el universo es el hogar de lo humano”, página 34), la evolución como devenir creativo, la mente participativa (que colabora en la evolución y completa su significado gracias a la autoconciencia), el orden implicado (concepción holista de Bohm, donde todo en el universo es codependiente), una teología de la esperanza (entendida ésta como parte de nuestro ser y fuerza de trascendencia ante la propia vulnerabilidad), reverencia por la vida (incluyendo comprensión y compasión), y la ecoética (con valores como responsabilidad, austeridad, búsqueda de la sabiduría y autorrealización, todos ellos cimentados en la ya aludida actitud referencial de respeto y cuidado). 
         
     En franca postura dialéctica contra la filosofía contemporánea que ha perdido el norte y se ha dejado seducir y apabullar por el mecanicismo científico reinante, el autor lidera una filosofía alternativa, la ecofilosofía: una metafísica preocupada y comprometida con la salud, la calidad de vida y las responsabilidades individuales y colectivas, que incide en la búsqueda de la sabiduría, sin perder ni un ápice de rigor y consistencia intelectuales. Además, este pensamiento emergente, edificado sobre una conciencia ecológica, adquiere un decidido compromiso político en la búsqueda del bienestar universal y de la vida buena.

      Para llegar a buen puerto con este proyecto global, los valores resultan ineludibles, ya que fundamentan y fortalecen nuestras acciones concretas. De ahí que Skolimowski dedique muchas páginas a explicar sus valores ecológicos, basados en un humanismo nada arrogante, sino anclado en el imperativo moral de preservar y potenciar la vida. De este modo, el nuevo hombre en ciernes acoge en sí un renacer espiritual, donde Dios deja de ser el inicio y creador de todo, para convertirse en el resultado final del proceso evolutivo en el que nosotros -sus fragmentos actuales- colaboramos con responsabilidad y sensibilidad por lo sagrado. 

       Los valores radicales que han de sustentar el mundo concebido como un santuario son: la resonante  reverencia por la vida, la responsabilidad, la austeridad, la diversidad como riqueza en sí misma y la justicia para todos. Estos valores emanan de una conciencia holista y participativa que se opone, beligerante, a la conciencia tecnológica y cuantitativa que todavía nos domina con su afán insaciable por la producción y el lucro. Por ello, son muy sugerentes sendos capítulos de este libro dedicados al fenómeno del poder —en sus vertientes prometeica y faústica— y a la importancia que tiene la arquitectura para armonizar o, por el contrario, destruir la calidad de la vida del hombre en tanto animal espacial. 

Con un estilo claro y una estructura envolvente de ideas, casi una letanía en ocasiones, el pensador polaco demuestra en su obra un gran bagaje intelectual y una definida vocación pedagógica a la hora de dialogar con numerosos filósofos. Ahí están entre otros, Platón o Kant, también Heidegger y Nietzsche, incluido Chardin, por supuesto, y el Premio Nobel de la Paz en 1952, Albert Schweitzer, cuyo mensaje reverencial ha influido tanto en el propio Skolimowski, como él mismo reconoce. Sumergirse en este ensayo es un encuentro familiar con la gran filosofía que siempre ha aspirado a comprender y mejorar la realidad desde la imbricación de conocimiento y valores: «para dedicarnos a una investigación valiosa debemos aspirar a una vida valiosa; tenemos que pensar “bien” en todos los sentidos de la palabra». (Página 112).
     
      Mucho nos pide este filósofo polaco en nuestra época consumista, tecnologizada y de alienación creciente. Sin embargo, esa transformación profunda que necesitamos con urgencia como especie ya se está produciendo en algunas personas, y a buen seguro que las nuevas generaciones están tomando nota de ello. El optimismo de Skolimowski sobre nuestra responsabilidad en la evolución futura del universo no es una utopía ingenua, sino una llamada insoslayable y dramática para actuar ya, desde nuestra dimensión espiritual, en la recuperación del sentido sagrado de la vida: único camino viable para que los seres humanos no desaparezcamos de la faz del cosmos.


    Ingrid Arregui Álvarez para Ciudad de azófar


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