Seráfico
y donjuán: nueva vida de Rilke
Mauricio
Wiesenthal
Acantilado,
Barcelona, 2015, 1.158 páginas, 44 euros.
(Dejo aquí el texto original de mi reseña de este libro publicada en la revista "Letras Libres" en el número del mes de febrero de 2016).
Rainer Maria Rilke |
Junto con
Goethe y Hölderlin, Rainer Maria Rilke (1875-1926) es uno de los máximos poetas
de la lengua alemana. Sus Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo se cuentan
entre las cumbres líricas universales, y algunas de sus obras en prosa, tales
como Cartas a un joven poeta o su
novela de juventud Los apuntes de MalteLaurids Brigge, son clásicos modernos. Su genio poético sigue siendo
materia de estudio en la actualidad y su vida, motivo para remembranzas y
biografías. En este aspecto biográfico contamos en España con el libro del
germanista Antonio Pau: Vida de RainerMaria Rilke. La belleza y el espanto (Trotta, 2007), y con el trabajo del
profesor y traductor Federico Bermúdez Cañete: Rilke, vida y obra (Hiperión, 2008). Ambos son muy distintos, en
cuanto a estilo, envergadura e información, de la monumental biografía que
ahora publica Acantilado. Ésta es
una obra que, además de tratar de la vida y misterios de Rilke, rememora
multitud de personalidades que rodearon al poeta; por ello, tiene mucho de
enciclopedia cultural del último tercio del siglo XIX y de los años
inmediatamente posteriores a la I Guerra Mundial.
Mauricio Wiesenthal
(Barcelona, 1943) es una rara avis en
el mundo literario de nuestro país; alejado de sectas universitarias, es raro
en cuanto a su tremenda erudición, la elección de sus temas y el compromiso de
su espíritu con la gran cultura cosmopolita europea. Así
lo demuestran títulos suyos tan excepcionales como Libro de Réquiems (Edhasa, 2004), El esnobismo de las golondrinas (Edhasa, 2007) o Siguiendo mi camino (Acantilado, 2013),
libros misceláneos, mezcla de recuerdos, anécdotas, notas biográficas y viajes
por los lugares emblemáticos y los personajes señeros de la cultura de la vieja
Europa. En 2010 publicó, además, un hermoso libro sobre Tolstoi: El viejo león (Edhasa).
Lo dijo Lessing fascinado por
Sófocles: “Cuando un escritor se gana nuestro cariño, el detalle más
insignificante de su vida deja de sernos indiferente”. Eso mismo es aplicable a
Wiesenthal y su Rilke, nacido en Praga en una época axial de la cultura
moderna: ocho años mayor que Kafka, fue contemporáneo de Stefan Zweig, Hugo vonHoffmansthal, Proust, Gide y Rodin; del conde Harry Kessler y de la portentosa
Lou von Salomé, sin ir más lejos. Así que, animado de enorme empatía y gran
curiosidad por aquel universo, Wiesenthal recrea la vida de René Maria Rilke
(el Rainer —“puro” en alemán— se lo adjudicó Lou Salomé) con meticulosidad de
orfebre; y se las ingenia para que ni una sola de este millar de páginas sea
aburrida: ¡tantos son los avatares, las personas, los lugares que describe! Y
lo hace muy bien, porque Wiesenthal es un escritor de raza y “poeta” a su modo,
por eso su narración convence y el lector termina esclarecido sobre el carácter
de Rilke, sus sentimientos y las vicisitudes a las que lo condujo su
irrenunciable vocación de artista.
Al igual que muchos otros
artistas, Rilke fue un desarraigado que no se sintió ni checo ni alemán;
residió como un bohemio genial de magra fortuna económica lo mismo en la
comunidad artística del pintoresco Worspede, aldea junto a Bremen, que en
París, Venecia, Capri, Lausana o en el pueblecito del Valais suizo donde
reposan sus restos: Rarogne. Durante gran parte de su vida se las ingenió para
desenvolverse con soltura en un mundo que lo trató bien, pues desde su juventud
le permitió consagrarse a la literatura. Rilke, de familia burguesa de habla
alemana, creció bajo la influencia de su madre —Sophia Entz—, judía de origen y
con ínfulas de aristócrata; ella prendió en el niño la mecha de la poesía, lo
sobreprotegió y le enseñó a comportarse cual ser excepcional consagrado a los
placeres del espíritu y del arte: la más excelsa de las apariencias. Pero
Rilke, ni estudió una carrera ni tuvo otro oficio que el de poeta. Gracias a su
encanto personal y su gallardía, contó pronto con amistades poderosas
—princesas y mecenas— que subvencionaron sus gastos, invitándolo una y otra vez
a sus castillos y mansiones dispersas por una Europa sin fronteras, unificada y
vivificada por el antídoto común de las artes y la cultura. De manera que Rilke
se pasó el grueso de su corta existencia viajando de un castillo a otro,
consagrado siempre a su persona y su obra, componiendo magníficos poemas
intimistas, alumbradores, entre místicos y ocultistas (“quiero decir lo
inexpresable”, afirmó), seducido por la belleza, vestido como un dandi,
cortejando mujeres que lo adoraban —princesas, pintoras, pianistas, poetas—
pero a las que él dejaba muchas veces con un palmo de narices cuando se veía
demasiado comprometido. Donjuán sensible y delicado en extremo, solía
aparecérseles como una figura etérea y angelical —su gran amiga y protectora la
princesa Marie von Thurn und Taxis lo apodó “seráfico” por su afinidad
espiritual con los ángeles y serafines— para convertirse enseguida en un diablo
travieso, ya que nunca llegó a ser malvado
o fáustico; a pesar de que uno de sus versos más célebres reza: “Todo ángel esterrible”.
Se casó joven con la
escultora Clara Westhoff; tuvo una hija, pero pronto se desentendió de ambas:
aunque siguió manteniendo buena amistad con la madre, el poeta no pudo soportar
la responsabilidad de un matrimonio convencional y voló para dar rienda suelta
a sus veleidades: a menudo deseaba aislarse cual anacoreta enamorado del
silencio, y en otras ocasiones era el artista glamouroso que se exhibía y declamaba sus versos en salones y
cenáculos artísticos. Rilke tuvo mucho de mistagogo y hasta de embaucador, y
ello por el bien de su arte y la belleza de sus versos; frío ángel calculador
del valor de su obra, el único amor verdadero en su vida. Así lo pincela
Wiesenthal, quien presenta a un Rilke “humano, demasiado humano”, por decirlo
con Nietzsche.
Junto al relato de la atípica
vida de Rilke, son magníficas las aportaciones de Wiesenthal sobre sus propios
viajes siguiendo los itinerarios rilkeanos: Rusia, Francia Italia o Suiza. Allá
donde estuvo el poeta ha estado también su biógrafo para recordarnos el
ambiente que se respira en tal o cual rincón, en uno u otro hotel; asimismo,
sorprenden y agradan sus apuntes de los personajes que rodearon a Rilke. Da
certeras pinceladas sobre Lou von Salomé y su marido Andreas, Anton Kippenberg
— el editor de Insel que tan bien se portó con Rilke—, el apabullante Rodin, Eleonora Duse, Marina Tsvietáieva o la pintora Baladine Klossowska, el último amor; además de otra centena de personas relevantes del
mundo intelectual de aquella Europa abierta, donde la cultura reinaba como el
bien más preciado, por encima de fronteras y naciones.
Mauricio Wiesenthal ha
escrito una obra sin parangón, única en España, donde escasean las buenas biografías
de grandes autores extranjeros.
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