RESEÑA DE INGRID ARREGUI ÁLVAREZ PARA CIUDAD DE AZÓFAR
C.S. Lewis, “Dios en el banquillo” (God in the dock, 1971), Madrid, Rialp, 2021 (séptima edición).
Dios en el banquillo |
Creer y no creer
De cuando en cuando conviene volver a abrir libros antiguos y encontrarse con autores que ya no están palpitando en los escaparates de las librerías. Permanecen agazapados en algún anaquel poco accesible incluso para manos curiosas.
El autor irlandés Clive Staples Lewis (1898-1963), insigne profesor de Cambridge, erudito, también fantasioso en su faceta como novelista de ficción para niños con su cinematográfica y atemporal Crónicas de Narnia, se convirtió al cristianismo anglicano alrededor de la treintena, después de una juventud entre atea y agnóstica. En este episodio tuvo mucha influencia la amistad con Tolkien, con quien formaba parte del grupo literario de los Inklings en la Universidad de Oxford.
Lewis inició una serie de escritos de carácter apologético del cristianismo, y entre ellos encuadramos Dios en el banquillo, donde se recogen diversos artículos publicados con anterioridad. En ellos trata sobre los milagros, la relación entre ciencia y religión, la realidad del mito cristiano, la moralidad trascendida por la espiritualidad, etc. Asuntos que pueden parecer desfasados para muchos, incluso una pérdida de tiempo en nuestra época tecnológica y abierta en abanico a un mundo de posibilidades antes nunca imaginadas. Y, sin embargo… unos momentos de sosiego, una mirada lúcida y paciente nos llevará como por encanto a poner entre paréntesis el tráfago ensordecedor de lo que nos rodea, a olvidar la gran dosis de estupidez reinante, y a entrar en las palabras estimulantes de Lewis, bien temperadas por la lógica de la razón y las referencias de la alta cultura. Hay en el libro sutiles argumentaciones propias de un mundo académico idílico —hoy casi desaparecido—, armadas con un estilo riguroso y claro que se deja leer con la misma curiosidad con que escucharíamos una de sus clases, intrigados por las conclusiones y agradecidos por su incansable afán explicativo.
Repasemos algunas de sus perlas discursivas. Los milagros, considerados recordatorios o profecías, reflejan la acción local divina, mientras que las leyes de la naturaleza serían la acción universal de Dios. Los nuevos avances del conocimiento no alteran el núcleo permanente del fondo cristiano, puesto que todo cambio no sería auténtico progreso, si no hay una base fundante inalterada. Lewis saca a relucir su implicación personal en la experiencia religiosa, inevitable, y que puede producir en sus inicios bienaventuranza u horror. Ahí esta el camino propio de cada cual, a caballo entre el intelecto abstracto y la experiencia de la realidad concreta. El mito en cuanto historia puede ser la solución parcial de ese trágico dilema. En palabras de Lewis, “Si Dios elige ser mitopoiético, ¿vamos a negarnos nosotros a ser mitopatéticos?” El autor continúa con empeño afirmando la fortaleza de la creencia cristiana, más allá de una moral acomodaticia, o de una búsqueda de felicidades momentáneas a golpe de impulsos satisfechos e incolmables. Esto último nos llevaría —¿nos está llevando ya? — al fin de la civilización.
Así que es un lujo poder asistir al pensamiento esclarecedor de personas inteligentes sobre cualquier tema, incluidas la creencia y la increencia, a todo ese mobiliario mental de otro siglo, pero de siempre, y que algunos han guardado en los sótanos o tirado a la basura. Quizá les pueda parecer ingenuo en la concreción de sus ideas, pero Lewis creía en la cultura, la racionalidad, la inteligencia, además de atreverse a declarar la realidad del mito cristiano. Y como él mismo proclama: “Todo lo que no es eterno, está eternamente pasado de moda”.
1 comentario:
Genial reseña la de Ingrid Arregui. Dan ganas de volver a leer a Lewis.
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