Las excelentes Obras Completas de Franz Kafka en castellano —que la editorial Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores comenzaron a publicar en 1999 y continuaron publicando en 2000 y en 2003— van a tener su continuidad muy pronto, concretamente en el próximo mes de noviembre de 2018: después de veinte años, está a punto de aparecer en los próximos días el primer tomo de la correspondencia completa de Kafka; este volumen será el cuarto en continuidad con los publicados anteriormente. Al anunciado tomo de cartas le seguirán otros, hasta terminar la edición de toda la correspondencia que se conserva del escritor praguense. Con ellos se cerrará esta magnífica edición que ya es difícil de encontrar en librerías en su formato original, y que quedará como una joya bibliográfica para coleccionistas (a no ser que Galaxia decida ahora la reimpresión de aquellos otros tres tomos de lujo). Contamos, es cierto, con otra edición más económica de la "obra completa" —con las mismas traducciones y comentarios de la edición original—, editada igualmente bajo el sello de Galaxia Gutenberg, pero el formato y la presentación dejan mucho que desear en comparación con aquélla.
Estuche: "Obra completa" de Kafka |
A continuación, recuperamos para "Ciudad de Azófar" los textos que Luis Fernando Moreno Claros escribió para ABC Cultural en 1999, cuando apareció el primer tomo de las obras completas de Franz Kafka en Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores. Además, una reseña de la edición alemana de los relatos completos de Kafka en sus versiones originales —que más adelante publicó la madrileña editorial Valdemar— y la reseña del tercer tomo de las Obras completas (Galaxia-Círculo) aparecido en 2003. Esta última reseña la publicó "Babelia" [31 de enero de 2004].
[Los textos originales de las reseñas no han sido modificados, sí los enlaces a las diversas ediciones de los libros de Kafka]
Ante la ley del padre
Franz Kafka nació el año 1883 en Praga. Su padre, Hermann Kafka, era un acomodado comerciante de origen judío perteneciente a la pequeña comunidad de ciudadanos de habla alemana, idioma que constituyó también la lengua habitual del hijo. El muchacho, afable y enfermizo, sentía un temor exacerbado frente a su progenitor, de carácter áspero y despótico; la incomprensión y el desprecio del que hacía gala el padre amargarían a Kafka durante toda su vida. Desde pequeño, el joven se habituó a vivir sometido, en un universo en el que el único gobierno y la única ley eran los que imponía el padre, quien, como todo autócrata, jamás esgrimía razones para justificar sus mandatos y castigos, surgidos del poder de una ley incomprensible para el hijo. Ante ese poder, Franz se sentía «absolutamente impotente y carente de valor». Sin embargo, muy pronto constituirían, primero la lectura y luego la escritura, el modo de disipar un tanto las ataduras impuestas en el mundo de la familia y de paliar las humillaciones a las que Franz se veía sometido en el ámbito dominado por el padre; era su protesta silenciosa contra lo que de ningún otro modo podía aspirar a derrumbar. La madre de Kafka, Juli Löwy, tenía un carácter distinto al de su marido, pero su papel en la vida del hijo fue irrelevante frente al del padre, a quien ella amaba y respetaba y al que no osaba contradecir, ni siquiera en defensa de los hijos. Tres hermanas más pequeñas contribuyeron a aislar aún más a Franz en su universo particular. Kafka comenzó a escribir a los quince años, hacia 1897-98. En 1902, conoció a Max Brod, otro joven con aspiraciones literarias que acabaría por convertirse en su amigo más incondicional. Él lo introdujo e círculos intelectuales y lo animó a publicar en alguna de las revistas literarias que abundaban en Praga. Por esta época ya había leído a los clásicos alemanes: Goethe y Schiller, así como a Grillparzer, por quien sintió de inmediato una gran afinidad espiritual. Pronto entraría también en el mundo de Kleist, de Flaubert y de Dostoyevski, verdaderos modelos intelectuales para Kafka. Con su descubrimiento, el universo del joven escritor adquirió una esfera de íntima libertad y su capacidad de interpretar la realidad adoptó dimensiones hasta entonces desconocidas para él.
La mejor biografía de Kafka |
Una velada del año 1912, hallándose de visita en casa de Max Brod y portando consigo las pruebas de imprenta de su primer libro –Contemplación–,Franz Kafka conoció a Felice Bauer. La joven berlinesa, judía también y de paso por unas horas en Praga, no le causó al principio una impresión especial. Junto con Brod, la acompañó esa tarde hasta su hotel y, a consecuencia de que ella había mostrado interés por la realización de un posible viaje a Palestina, Kafka acordó escribirle; así lo hizo. A través de la relación exclusivamente epistolar, surgió entre ambos una atracción amorosa, forzada indudablemente por el ansia de cariño de Kafka. Éste otorgó una personalidad irreal a Felice, la cual, ciertamente, era muy distinta de él; se trataba de una persona práctica, jovial, activa y enérgica. Durante el primer año de correspondencia, Kafka se sintió embriagado por la sensación de sentirse –o de creerse– enamorado; dicha sensación parecía fortalecerlo y alentar su trabajo literario, que nunca hasta entonces fue tan productivo. Felice le proporcionaba, a semejanza de las vidas de los autores que admiraba, otra esfera de escape del mundo dominado por el padre. El periodo comprendido entre los años 1912 y 1917 destaca por la fértil producción literaria de Kafka. Infinidad de cartas, copiosos cuadernos de diarios, decenas de esbozos, etcétera; la creatividad literaria se hallaba entonces en su apogeo y no declinaría ya nunca. De los dos primeros años del noviazgo datan narraciones tan excelentes como «La condena», «El fogonero» y «La transformación».
Kafka pide la mano de Felice en 1913, pero cuando ella aceptó, el idilio comienza a mostrarle al escritor su verdadera faz. A partir del compromiso matrimonial con Felice, se inicia un periodo de mortal angustia para Kafka; súbitamente, se vio enfrentado con un nuevo poder al que consideraba imposible combatir, dada su extrema debilidad y su falta de confianza, herederas directas de la sumisión al padre. «Ridículamente enjaezado para el mundo», como él mismo escribió, advertía en su futuro matrimonio la amenaza de otras nuevas condenas, de nuevas imposiciones y humillaciones. En su célebre «Carta al padre», de 1919, Kafka escribiría una confesión sorprendente: «Casarse, fundar una familia, aceptar los hijos que vengan, conservarlos en este mundo tan inseguro y hasta guiarlos un poco es lo máximo que, según mi convicción, puede conseguir un hombre». Sin embargo, Kafka no se sentía capaz de lograr algo que –al menos en apariencia– parecía ser tan común y tan sencillo. Ante la ley del matrimonio tendría que dejar la literatura y elegir «la vida», mas él no se sentía dotado sino para la primera. En realidad, veía el matrimonio como un patíbulo; los muebles oscuros, sólidos y burgueses que pensaba comprar su novia a fin de instalar un hogar «digno de un doctor en derecho» le daban la impresión de ser otros tantos ataudes. Felice irrumpiría de pronto en su esfera íntima de libertad, imponiendo otras leyes: «ella pondría mi reloj en la hora exacta», escribe Kafka en su diario; mientras que él solía retrasarlo o adelantarlo arbitrariamente, pues su tiempo interior no tenía porqué concordar con el tiempo exterior de sus congéneres. Sus temores convirtieron las cartas a Felice en un lamento, en un auténtico trabajo de zapa contra sí mismo: «Libérate de mí y vive», éste era su mensaje y su grito de auxilio. Tal actitud acabó por provocar una ruptura del compromiso matrimonial. Algunos meses más tarde, una nueva promesa y, finalmente, en 1917, otra ruptura definitiva del compromiso por parte de Kafka, dejaron en él una secuela irreparable: ese mismo año se le diagnosticó una infección pulmonar. La enfermedad recién descubierta fue el hierro candente al que se aferró para liberarse de Felice y del fantasma del matrimonio. La enfermedad, que aún no era demasiado grave, lo indujo a alejarse de Praga y a retirarse al campo, a casa de Ottla, una de sus hermanas. En 1920, Kafka se compromete con July Whoryzek, en un nuevo intento de casarse, pero fracasa de nuevo; acaba por deshacer el compromiso. De esta época datan los magníficos relatos «En la colonia penitenciaria» y «Un médico rural», además de su novela inconclusa El castillo.
Los cuatro últimos años de su vida parecen haber sido los más esperanzadores para el equilibrio psicológico de Kafka; la enfermedad ya definitivamente declarada le concedía la seguridad y la tranquilidad de lo irremediable; a cambio, las angustias cesaron, y poco a poco comenzó a liberarse también del hogar paterno y de la ley de su progenitor que lo había condenado a permanecer detenido en la vida, a no vivir. Mientras la enfermedad avanzaba y Kafka se trasladaba de un sanatorio a otro, inició una intensa correspondencia con Milena Jesenská, la traductora de algunas de sus obras al checo, que acabó por enamorarse de él; en cartas plenas de lucidez, Kafka reconocía lo imposible y lo tardío de ese amor, que él también se inclinaba a corresponder; por otra parte, Milena era una mujer casada. En 1923, poco antes de morir, conoció a una joven polaca: Dora Diamant. Fue el año más dichoso de su vida; logró, por fin, abandonar Praga; se trasladó a Berlín y comenzó a convivir con la muchacha. Las penalidades derivadas de la inflación que padecía Alemania en aquella época hicieron la vida muy dura para ambos y contribuyeron a socavar más aún la salud de Kafka. En abril de 1924, la enfermedad había cobrado un cariz tan peligroso que obligó a Kafka a regresar a Praga; poco después ingresaría definitivamente en el hospital donde falleció. Fue el 3 de junio de 1924; Kafka contaba cuarenta y un años.
En su testamento, Kafka dio orden expresa a Max Brod de que destruyera todos los manuscritos cuya posesión le legaba: cartas, diarios, cuadernos de notas, relatos, las novelas inacabadas, etcétera. Tan sólo le permitía respetar las obras publicadas, aunque le desaconsejaba reeditarlas. También a Dora Diamant le había pedido días antes que rompiera todo el material literario que se hallara en sus manos. Ésta respetó su deseo, Max Brod no lo hizo. A la desobediencia de este último debemos la actual existencia de gran parte de los escritos de un autor sumamente enigmático, pero también de los más singulares y extraordinarios de todos los tiempos.
Kafka en todo su esplendor
Estaría fuera de lugar trasladar aquí la larga lista de adjetivos elogiosos que podrían esgrimirse tanto en alabanza de la iniciativa de publicar por fin en castellano una edición íntegra y digna de la totalidad de los escritos de Franz Kafka, como para encomiar la elegancia y belleza (encuadernación, papel, tipografía) con la que se presenta el volumen que reseñamos, que contiene las tres novelas póstumas del escritor praguense y es el primero de los cuatro tomos que contempla la colección y que aparecerán más adelante. El volumen II recogerá los diarios y otros escritos autobiográficos; el III, las narraciones y los fragmentos y aforismos dispersos en los cuadernos del autor; finalmente, el IV incluirá la totalidad de la correspondencia: las cartas a Felice, a Milena, a Ottla y a la familia, así como a Max Brod y otros amigos de Kafka. A los excelentes traductores Juan José del Solar y Andrés Sánchez Pascual habremos de agradecer las versiones de los tomos segundo y tercero; para el cuarto, aún no se ha anunciado traductor. La edición gratamente germana, esto es, rigurosa, filológicamente impecable, se atiene a unos férreos criterios editoriales, resumidos en la fidelidad absoluta al texto original alemán, establecido con carácter definitivo en la edición crítica de las obras completas de Kafka publicadas por la editorial Fischer. La diferencia principal que singulariza a las nuevas versiones con respecto a las ya tradicionales, aparecidas en castellano, radica en que estas últimas se basaban en los textos establecidos por Max Brod a la muerte de Kafka, que no respondían a criterios tan rigurosos de edición y que, además, el gran amigo del escritor «manipuló» bienintencionadamente al subsanar algún lapsus calami o lo que él pensó que eran pequeñas incongruencias debidas algún despiste de Kafka. Asimismo, Brod fusionó algunos fragmentos dispersos y los dotó de una coherencia de la que originalmente carecían. Al albacea literario de Kafka debemos la existencia de las tres singulares novelas del escritor checo: El desaparecido (que Brod tituló América), El proceso y El castillo, que vieron la luz por primera vez en Europa en los años 1925, 26 y 27 respectivamente. También ellas sufrieron algunas variaciones. Brod siempre adujo en su defensa que a él nunca le había interesado la filología, sino la popularidad y la comprensión por parte del público lector de las obras de su genial amigo.
OBRAS COMPLETAS I, Novelas |
Además de las novelas, se incluye en este primer volumen de Obras Completas una nueva traducción a cargo de Joan Parra de la excelente monografía de Klaus Wagenbach sobre Kafka (ahora actualizada y revisada), publicada en nuestro país hace ya dos décadas por Alianza Editorial. Con ello queda harto satisfecha la parte informativo-biográfica de la edición. Como preámbulo a las difíciles y enigmáticas novelas que prosiguen, pero también al conjunto de la obra de Kafka, el editor ha querido incluir en este imprescindible primer tomo un esclarecedor texto de Hannah Arendt «Franz Kafka revalorado» (hasta la fecha inédito en España). La lúcida filósofa de origen judío se cuenta entre los numerosas pensadores que escribieron ensayos que hoy se consideran claves para comprender la obra de este clásico del siglo XX. Elias Canetti, Walter Benjamin, Theodor W. Adorno, Martin Walser, Erich Fromm o Marthe Robert elaboraron extraordinarios ensayos sobre Kafka, su mundo y sus obras. Llama la atención que no haya sucedido lo mismo en nuestro país, donde los libros kafkianos gozan de amplia difusión y el nombre del autor, de sobrada popularidad.
Kafka concibió en 1911 el plan de una novela que, según indicios concluyentes, pensaba titular «El desaparecido» y cuya acción se desarrollaría por entero en «los Estados Unidos de Norteamérica». El joven Karl Rossmann es enviado por sus padres a Nueva York a fin de alejarlo de Europa, donde una sirvienta lo había seducido y luego dado a luz un hijo suyo. Antes incluso de tomar tierra, Karl encontrará a su tío Jakob, consejero de Estado y rico hombre de negocios que lo toma bajo su protección y quiere hacer de él un hombre próspero y cabal en esa Tierra Prometida. Mas el azar, verdadero regidor del mundo, tanto como de la mayor parte de las narraciones «kafkianas», hará que, también a causa de otro desliz sentimental, Karl se vea expulsado del mundo en el que vive el tío Jakob y pierda definitivamente la oportunidad de acceder a él, condenándose a vagar desde entonces, malviviendo y ejerciendo varios oficios, entre una caterva de personajes vulgares e histriónicos, hasta que por fin advierte un atisbo de salvación al ser acogido en el extraño «Gran teatro de Oklahoma». Acerca de El desaparecido, la más épica y convencional de sus novelas, Kafka manifestó que no era sino una «completa imitación» del David Copperfield de Dickens; «mi intención era escribir una novela de Dickens, enriquecida con luces más intensas, tomadas de la época, y con las luces débiles recogidas de mí mismo». El primer capítulo de la novela, «El fogonero», fue el único que satisfizo a su autor, quien en un principio parecía hallarse muy ilusionado con su novela americana: «Es el primer trabajo mío de una cierta envergadura del que, tras quince años de tormento y tantos momentos de desesperación, me siento seguro», comentaría a Felice Bauer, en 1912. En 1913, Kafka publicó el mencionado capítulo en la editorial Kurt Wolf; los restantes no llegaron a ver la luz hasta después de su muerte. Borges definió El desaparecido como «la más esperanzadora de las novelas de Kafka». América era la encarnación de la Tierra Prometida, el inmenso ámbito de la libertad a la que acudían todos los seres que, como a Karl Rossmann, caído en desgracia ante su padre y la sociedad, se les brindaba la oportunidad de comenzar una nueva vida mediante la que restablecer la dignidad anulada por la culpa; en esa tierra de todos y de nadie serían liberados de la humillación que suponía tener que existir con la carga de su pecado entre los suyos. A pesar de un aparente fracaso, el joven Rossman obtendrá la esperanza al ser admitido a formar parte del «Gran teatro de Oklahoma», símbolo de la Libertad, en esa América de las oportunidades que también daba la impresión de que terminaría por cerrarse para él.
América es, sin duda, la más liberadora y abierta, la menos asfixiante de las tres grandes novelas de Kafka. Sus personajes y situaciones recuerdan, dada su frescura e hilaridad, a los del singular escritor Robert Walser, tan admirado por el autor praguense. De otro tenor son El proceso y El castillo.La primera es una obra genial, superior en tempo e intensidad a la segunda. Ambas novelas podrían ser, como otra vez apuntó la perspicacia de Borges, meras pesadillas oníricas, ominosos ensueños de significado mucho más complejo del que cabría atribuírseles desde una lectura superflua.
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En El proceso,cuyos capítulos primero y final escribió Kafka en el verano de 1914 de un tirón, como en un estado alucinatorio, un individuo llamado Josef K. despierta una mañana (y éste es el momento en que nos invade la sospecha de que verdaderamente comienza a soñar) y encuentra que unos extraños funcionarios enviados por un no menos extraño tribunal le comunican que se ha iniciado un proceso contra él y que está detenido. Le anuncian que, a pesar de ello, puede seguir moviéndose con libertad, proseguir con su trabajo en el banco, visitar a sus amigos, etcétera; tan sólo tendrá que asistir de cuando en cuando a ciertos interrogatorios. Al principio, K. siente la tentación de desentenderse del asunto, pero pronto descubre que quienes lo rodean saben ya de su proceso; es entonces cuando comienza a preocuparse y a intentar esclarecer las razones que han motivado su detención. Tras una serie de vicisitudes y encuentros con estrambóticos personajes –magníficas metáforas humanas de la maldad, la humillación, la perversión, la indolencia, la arbitrariedad– que pululan por el intrincado mundo de las oscuras y singulares dependencias del tribunal, y tras una lucha desesperada por comprender y abrirse paso en un universo en el que se halla solo a pesar de las muchas ayudas engañosas que se le ofrecen, el acusado K. es condenado a muerte y, finalmente, ejecutado. En tan sólo diez capítulos y seis más que quedaron incompletos, además de unos pocos fragmentos, Kafka es capaz de recrear una atmósfera sofocante y expresionista que hoy nos hace pensar en magníficas escenas cinematográficas donde coexisten intensamente los tonos grises y negros de una Praga fantasmal y transfigurada, opresiva y plagada de sentidos simbólicos y enigmáticos. Cada uno de los capítulos se presenta ante el lector con esa vivacidad inusitada que caracteriza a las pesadillas, y el conjunto tiene tal empuje que nos obliga a vivirlo hasta el final, dejándonos aún perplejos y expectantes. Nada es superfluo; cada personaje, insospechadamente vivo y real, espléndido en su papel, convincente, tanto como la situación general de la novela y la vicisitud íntima del protagonista, angustiosa, personal, pero a la vez de una pasmosa universalidad arquetípica. El hecho de que Kafka concluyera el último capítulo de El proceso confiere tal unidad al relato que fácilmente olvidamos que se trata de una obra sin pulir; sin embargo, incluso los fragmentos contribuyen a elevar el tono ya constante de un universo cerrado, enriqueciéndolo con nuevos matices. La escena de la detención es llamativa por lo absurda, la de los juzgados es magistralmente grotesca; el capítulo en el que se describe el encuentro de K. con el pintor Titorelli es, acaso, el que más nos induce a pensar que Kafka se inspiró en un sueño. El noveno capítulo, «En la catedral», cuyo ambiente es de una soledad opresiva, de una negrura triste e insoportable, es una joya filosófica. La conversación que K. sostiene con el sacerdote, tanto como la enigmática parábola «Ante la ley» que este último le narra, proporcionan una de las claves interpretativas de la novela, y quizá también del conjunto de la existencia del propio Franz Kafka. Obnubilado por la aparente prepotencia del guardián que parece impedirle el paso por la puerta que conduce a la Ley, un campesino que desea atravesarla se desentiende de vivir o de buscar la posibilidad de hallar otras entradas; al contrario, se obceca en que es precisamente ese guardián el que posee la llave de su suerte y sacrifica la vida entera a la ilusión de que algún día le permitirá franquear la puerta. Próximo a morir sin haber conseguido ablandar al centinela, el campesino le pregunta: «¿Cómo puede ser que en todos estos años nadie más que yo haya solicitado entrar?» El guardián le responde: «Por aquí no podía entrar nadie más porque esta entrada te estaba destinada sólo a ti. Ahora me iré y la cerraré». La historia ha dado pie a numerosas interpretaciones y se trata sin duda de uno de los textos más hermosos de Kafka. Una de ellas, sin duda ociosa, refiere que el acusado K. no podía salvarse de ninguna manera, puesto que él mismo se hallaba «detenido» en su vida real, tal como lo está el campesino de la leyenda, y se había olvidado de vivir sin temor. Pero el capítulo proporciona suficiente materia para pensar; hay una frase especialmente inquietante que K. profiere en un momento de la conversación con el sacerdote: «Entonces, el mundo se sustenta en la mentira»; Nietzsche y el nihilismo asoman en el horizonte.
EL Castillo |
En la última de las novelas, El castillo, el personaje, que esta vez sólo se llama «K.», llega a una aldea en la que piensa establecerse, puesto que el dueño del castillo lo ha contratado como agrimensor. Mientras K. aguarda a ser recibido por el omnipotente señor, descubrirá en la vida pueblerina un mundo terrible donde la humillación, la burocracia insultante y el poder arbitrario extienden sus tentáculos y someten y paralizan a unos aldeanos casi inertes, infinitamente infelices cuando no crueles o estúpidos hasta la irrisión. El agrimensor K., singular y extranjero como Karl Rossmann, incapaz de comprender la postergación y la detención a la que se ve sometido, como Josef K.; un hombre solo frente a esa maquinaria infernal, no llegará jamás al castillo, sucumbirá también ante la magnífica trama de poder, despiadada en apariencia aunque hueca en sí misma, únicamente sabia en su fomento del absurdo y la soledad, armas crueles que se ceban en el individuo aislado que, infinitamente más débil, sin aliento, no tiene más remedio que claudicar. Los numerosos exegetas de la novelística kafkiana están de acuerdo en una cosa: las pesadillas del autor checo pueden leerse hoy día como metáforas del sentimiento de nulidad del individuo moderno, alienado y aislado, ni siquiera ya confuso y luchador, como los héroes kafkianos, sino anodino las más de las veces, a semejanza de la multitud de comparsas que rondan al acusado, el desaparecido o el agrimensor. Tal vez el individuo moderno también se halle detenido, anulado por la máquina de poder que lo corroe, y tal vez espere, ante la puerta de una Ley ilusoria, alcanzar el paraíso.
Chocará al lector ya ducho en las anteriores versiones castellanas de estas tres novelas de Kafka la frescura del lenguaje de las nuevas traducciones, que sin perder su carácter levemente atemporal, parece recobrarse ágilmente de un letargo de años: Miguel Sáenz logra acercarnos con un castellano sobrio, conciso y fiel, a un Kafka más vivo e inquietador que nunca, casi tanto como el que nos contempla desde los textos originales, esto es: en todo su esplendor. L.F.M.C.
Ensoñaciones, pesadillas y fábulas
El volumen «Los relatos y otras prosas escogidas» de Franz Kafka, cuya traducción castellana está a punto de editar la editorial Valdemar, recoge prácticamente la totalidad de lo que podrían denominarse «relatos», «narraciones», «pequeñas piezas», «poemas en prosa» o «cuentos» del autor checo, pero esta vez en sus versiones originales; esto es, tal como fueron publicados en vida de Kafka o se hallaron en sus diarios y cuadernos de notas, libres, pues, de las pequeñas intromisiones de Max Brod. Así pues, será la primera vez que aparezcan en un solo tomo y con su nueva faz en nuestro país.
Junto a los relatos más célebres –«La condena», «La metamorfosis», «En la colonia penitenciaria», «Un médico rural», «El jinete del cubo», «Chacales y árabes», «Un artista del hambre», «Ante la ley» o «Josefina la cantora y el pueblo de los ratones»– se recogen asimismo «El fogonero» –el único capítulo de América que Kafka consideró publicable– y las pequeñas piezas o prosas poéticas contenidas en Contemplación, tan características de ese ser profundamente lírico, de ese ávido soñador que, apoyado en el quicio de la ventana de su cuarto, elabora esbozos y situaciones y dota a los viandantes ocasionales de inusitada intensidad expresionista. De su mirada perspicaz surgieron «El deseo de ser un indio», «El paseo vespertino», «Niños en un camino del bosque», «Un encuentro» o «Transeúntes»; joyas que pueden leerse o evocarse una y otra vez y que siempre infunden una inexplicable sensación de dulce nostalgia. Tales piezas son creaciones primerizas y pertenecen a ese Kafka que tímidamente comenzó a darse a conocer en las revistas literarias. El Kafka grandioso, agudo observador de sí mismo, socavador insaciable de su alma, y escritor impertérrito de pesadillas nacería con ese cuento terrible y enigmático que es «La condena», una narración escrita en el año 1912, «en una sola noche, de un tirón». Con él inauguró uno de los períodos más fértiles de su creatividad literaria. La conexión del mencionado relato con El proceso, que habría de elaborar más adelante, resulta ya evidente.Los leitmotivs kafkianos del desarraigo, la culpa, el miedo ante el poder omnipotente del padre, el extrañamiento del mundo familiar e incluso de la sociedad burguesa protagonizan esta narración. Un anciano condena a su hijo, huérfano de madre y a punto de contraer matrimonio, a morir ahogado. El joven acata la sentencia y él mismo se lanza al agua, obedeciendo la siniestra y arbitraria orden paterna. Lo biográfico-simbólico que invade toda la obra de Kafka es aquí evidente, como también lo será en el relato más célebre de cuantos concibiera el escritor checo: «La metamorfosis» [o «La transformación»]. Elías Canetti consideró esta pesadilla el «punto culminante» de la carrera literaria de Kafka, ya que, en palabras del premio Nobel: «No hay nada que pueda superar La metamorfosis, una de las obras maestras y perfectas de este siglo». Idéntica perfección, aunque por distintas razones, le atribuyó también Vladimir Nabokov.
El argumento de este relato es pasmosamente singular: una mañana, al despertar Gregor Samsa de sueños intranquilos, se halla de pronto convertido en un monstruoso insecto. La familia lo apremia para que se levante y acuda al trabajo, pero él no desea ver a nadie y decide permanecer encerrado en su cuarto. Allí se acomoda enseguida a su nueva condición. La familia se le torna cada vez más extraña, mientras Gregor se revela como una carga insoportable para sus padres. Sólo la hermana se apiada de él y es la única que le lleva a su cuarto algo con qué alimentarse: sobras. Finalmente, el monstruo muere, lo que arranca un suspiro de alivio a sus progenitores –pues son ellos quienes lo han engendrado– que piensan en rehacer sus vidas. Como en El proceso, también esta vez el relato comienza con el despertar matutino del protagonista, y sin embargo, sospechamos que, paradójicamente, es sólo entonces cuando comienza el verdadero sueño, la pesadilla. «El jinete del cubo» o «De visita entre los muertos» son otras alucinaciones oníricas no menos vívidas e inquietantes. Bajo el último epígrafe se nos narra otro sueño: Alguien –Kafka, suponemos– se halla de visita en el mundo de los muertos; traba amistad con una bella muchacha, habitante de aquel reino, que lo invita a seguirla hasta su ataúd. «Un médico rural» es otra parábola simbólico-hermética, digna de los mejores y más arriesgados intérpretes y exegetas, de toda una caterva de esforzados psicoanalistas. Tras su complicado simbolismo se adivina la furia demoníaca y fáustica que domina al escritor, el cual desatiende sus deberes para con la vida que lo reclama.
La transformación |
El argumento de este relato es pasmosamente singular: una mañana, al despertar Gregor Samsa de sueños intranquilos, se halla de pronto convertido en un monstruoso insecto. La familia lo apremia para que se levante y acuda al trabajo, pero él no desea ver a nadie y decide permanecer encerrado en su cuarto. Allí se acomoda enseguida a su nueva condición. La familia se le torna cada vez más extraña, mientras Gregor se revela como una carga insoportable para sus padres. Sólo la hermana se apiada de él y es la única que le lleva a su cuarto algo con qué alimentarse: sobras. Finalmente, el monstruo muere, lo que arranca un suspiro de alivio a sus progenitores –pues son ellos quienes lo han engendrado– que piensan en rehacer sus vidas. Como en El proceso, también esta vez el relato comienza con el despertar matutino del protagonista, y sin embargo, sospechamos que, paradójicamente, es sólo entonces cuando comienza el verdadero sueño, la pesadilla. «El jinete del cubo» o «De visita entre los muertos» son otras alucinaciones oníricas no menos vívidas e inquietantes. Bajo el último epígrafe se nos narra otro sueño: Alguien –Kafka, suponemos– se halla de visita en el mundo de los muertos; traba amistad con una bella muchacha, habitante de aquel reino, que lo invita a seguirla hasta su ataúd. «Un médico rural» es otra parábola simbólico-hermética, digna de los mejores y más arriesgados intérpretes y exegetas, de toda una caterva de esforzados psicoanalistas. Tras su complicado simbolismo se adivina la furia demoníaca y fáustica que domina al escritor, el cual desatiende sus deberes para con la vida que lo reclama.
Hannah Arendt manifestó que los relatos de Kafka proporcionan estructuras arquetípicas, armazones o esquemas de la realidad de los que muy bien podríamos servimos a fin de escrutarla y tratar de comprenderla. Así, en el sobrecogedor relato «En la colonia penitenciaria» advertimos una radiografía de la crueldad que desenmascara como pocas el armazón de los más bombásticos totalitarismos. Quedan esas otras narraciones de carácter más lúdico y amable –si bien no menos simbólicos que los anteriores–, pequeñas fabulaciones, alguna de ellas escrita con el tono escueto de un artículo enciclopédico o con la solemnidad de una crónica arcana. Junto a ellas, encontramos también los cuentos paradójicos que tanto le gustaban a Borges: el hombre que jamás consigue llegar al pueblo vecino; los correos del emperador que nunca entregarán el mensaje o esa magnífica narración que es «La construcción de la muralla china», donde se describe el propósito de ejecutar por decreto una tarea infinita e imposible.
Aunque biografía, existencia íntima y sueño son inseparables en la obra de Franz Kafka, es posible rastrear en sus cuentos otras influencias. Sabemos que amaba las fabulillas chinas de animales y también los hermosos cuentos jasídicos –relatos judíos de tradición oral– que tan certeramente recopiló Martin Buber; su influencia se deja adivinar en las anécdotas y fábulas sapienciales que salpican el conjunto de sus escritos; además, otra influencia evidente la constituyeron las historias de almanaque de Johann Peter Hebel; hasta tal punto le entusiasmó el Cofrecillo de joyas, el libro más célebre del autor suizo, que, con frecuencia y siguiendo esa amable costumbre centroeuropea, Kafka solía llevar en el bolsillo su querido y gastado ejemplar de esta obra. L.F.M.C.
La escritura lograda
Obras completas, Volumen III
Obras completas III |
Gracias a la clara ordenación que rige el volumen, el lector sabrápor fina qué atenerse en cuanto a la historia de los textos de Kafka sin naufragar en el maremagno cronológicocreado por las ediciones “de siempre”, basadas en los criterios editoriales de Max Brod, ya superados, o incluso por otras más recientes que aseguran contener todos “los cuentos completos” de Kafka.Se hanagrupadoen tres partes. La primera comprende los libros que Kafka publicó en vida, todos de corta extensión: Contemplación, La condena, El fogonero (publicados en 1913), La transformación (1915), En la colonia penitenciaria, Un médico rural (ambos de 1919) y Un artista del hambre (1924). En realidad, estos libros constituyen lo que podríamos denominar la escritura “lograda” de Kafka, pues vieron la luz con el visto bueno de su exigente autor, que era perfeccionista e inseguro hasta la exasperación. Algunos de estos títulos incluyen esos preciosos apuntes expresionistas y mínimos de rápida pero infinita lectura, típicos de un Kafka muy joven y tímido, dotado de un don especial para la observación; también esas parábolas intemporales como “Ante la ley” o “El mensaje del emperador”, tan características del mejor Kafka, amante de las pequeñas anécdotas y los cuentos jasídicos. Y enigmáticos relatos, algunos tan raros como “Un médico rural”, galimatías onírico para intérpretes esforzados; y otros tan hermosos como “Primer sufrimiento”, que narra la vicisitud de un inverosímil trapecista enamorado de su arte. Luego están además esos verdaderos hitos literarios del siglo XX: el estremecedor y ominoso relato “En la colonia penitenciaria”; y, cómo no, la obra kafkiana por excelencia, esa alegoría del extrañamiento que es Die Verwandlung, conocida en todo el mundo hispanohablante como “La metamorfosis”.
Por cierto, una de las innovaciones filológicas de este III tomo, entre algunas otras muy atinadas, es el discutible criterio adoptado por Jordi Llovet, encargado principal de la edición, de sustituir este título emblemático por el de “La transformación”. Llovet aporta una serie de pruebas convincentes en defensa de su opción, entre otras, el testimonio según el cual el mismísimo Borges —celebrado traductor ocasional de Kafka— también apostó en su momento por verter al castellano la palabra original alemana del título por “transformación”, término más común y con menos connotaciones cultas y mitológicas que “metamorfosis”; pero su editor de entonces la rechazó aduciendo que el relato era conocido mundialmente bajo el otro término y que no era conveniente cambiarlo. Permutar a estas alturas un título tan acuñado en la memoria colectiva de lectores y no lectores por uno nuevo e incluso menos eufónico es una apuesta arriesgada que acaso sólo genere confusión. Ello se justificaría si hubiera razones inapelables, tal como ha sucedido con otros títulos impuestos por Brod con arbitrariedad y que nunca puso Kafka, como es el caso de América, transmutado en la actualidad por El desaparecido. Ahora bien, las disquisiciones filológicas añaden más interés a un volumen que roza la perfección y lo enriquecen: lo tornan muy útil al especialista y no suponen ninguna carga para el aficionado. Lo principal es que los relatos de Kafka se hallan aquí en todo su esplendor, con la precisión de su escritura minuciosa y la magia de su frío absurdo. Las nuevas traducciones superan a cuantas tenemos en castellano por su fluidez y claridad —Borges incluido— y es un goce leerlas.
El segundo apartado comprende el puñado de textos que Kafka publicó en diarios o revistas: alguna reseña de libros, algún relato grotesco tal como “Conversación con el orante”, o una “kafkiana” crónica periodística, desconocida en castellano: “Los aeroplanos en Brescia”. Y, por último, el apartado más extenso comprende escritos póstumos datados entre 1906 y 1924, toda la vida de Kafka como escritor. Incluye esbozos y apuntes, notas autobiográficas, borradores epistolares y extensos fragmentos narrativos que hasta ahora se presentaban como “relatos” terminados de Kafka, pero que éste nunca concluyó, tales como “Blumfeld, un solterón entrado en años”, “El cazador Graccus” o “La construcción de la muralla china”. De entre estos cientos de páginas de escritura nunca “lograda”, según su autor, y sin embargo tan pura como la de sus libros publicados, destacan 109 enigmáticos “aforismos” conocidos hasta ahora en España como “Consideraciones sobre el pecado, el sufrimiento, la esperanza y el camino verdadero”, que revelan a un Kafka “existencial” y hasta místico,preocupado por la divinidad, el mal y la culpa. Uno de estosaforismos reza: “Dicen las cornejas que una sola corneja podría destruir el cielo. Esto es indudable, pero no constituye ninguna prueba contra el cielo, ya que el cielo significa precisamente imposibilidad de cornejas”. Otro: “No somos pecadores solo por haber comido del árbol de la ciencia, sino también porque todavía no hemos comido del árbol de la vida” Y otro: “Qué ridículamente te has enjaezado para este mundo”. Es curioso que de semejante ridiculez naciese una escritura tan lograda; la gran paradoja es que Kafka nunca lo creyó así. L.F.M.C.
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