Recientemente he leído dos libros del autor checo Jiří Weil, publicados por la editorial Impedimenta: Vida con estrella y Mendelssohn en el tejado; los dos son extraordinarios, merece la pena leerlos para conocer de primera mano el ambiente que reinó en Praga durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial. Dejo aquí, en Ciudad de Azófar, el original de la reseña que publicó "Babelia" (diario "El País") de Vida con estrella.
Resistencia
extrema
Traducción del checo de Patricia Gonzalo de Jesús
Hace unos años
tuvieron éxito en España los Diarios de Viktor Klemperer (Galaxia Gutenberg). Éste describía su vida cotidiana como
judío en Dresde bajo el nazismo. Sus experiencias bien hubieran podido
titularse “Vida con estrella”, al igual que esta inquietante novela del judío
praguense Jiří Weil (1900-1959) publicada
ahora por Impedimenta en excelente traducción castellana.
Esta editorial tiene en catálogo Mendelssohnen el tejado, otra novela sobrecogedora de Weil, complementaria de Vida con estrella, pues participa del
mismo escenario e idéntica atmósfera: el terror que sobrecogió a Praga durante
los años más duros del “protectorado” nazi.
Weil fue uno de esos escritores singulares que dio la ciudad del Moldava
dos décadas después de Kafka y Hašek, y algo de ambos
se perfila en su obra: por ejemplo, lo absurdo e inmoral de las vidas abocadas
al dolor, así como la comicidad grotesca de algunas situaciones extremas sólo
soportables mediante la ironía. De eso hubo mucho en la moderna Praga,
transformada en un infierno para los judíos, que fueron desposeídos de todo
derecho humano y hasta de sus legítimas propiedades en cuanto entraron en vigor
las leyes raciales del Reich alemán en Bohemia y Moravia.
Incapaces de rebelarse, empobrecidas, expulsadas de sus casas, a los
cientos de familias judías sólo les quedaba la espera insoportable hasta que
les llegase la hora en que tuvieran que partir, embutidas en vagones de ganado,
a los campos de exterminio. Y todos sus miembros debían llevar prendida al
pecho la estrella amarilla con la palabra “Jude” escrita en negro, para hacer
visible su desdicha.
Josef Roubiček, antiguo empleado de
banca que lo ha perdido todo y que, casi inane, habita en una casucha inmunda
junto a un gato callejero, personifica la voz que desde su individualidad habla
de los sufrimientos de todos los habitantes de Praga que, sobre todo judíos,
malvivieron y murieron en aquellos días de ignominia. Impotente, tuvo que ver
cómo muchos de sus hermanos de sangre colaboraban en los saqueos y las
atrocidades que se cometían con tota impunidad bajo el auspicio de los nazis,
so pena de perder ellos mismos la vida si se negaban a hacerlo.
Obligado a trabajar como enterrador en un cementerio, este es el único
lugar donde se siente seguro y en el que respira la paz que no reina entre los
vivos. A diario es testigo de nuevas vejaciones e injusticias que comenta con
laconismo e ironía, aunque siempre con una enorme piedad por los sometidos, con
suma empatía por el sufrimiento ajeno. El único escape que le queda en su
soledad es la fantasía que lo transporta a un tiempo mejor de prosperidad y
amor.
Difícil no recordar en algunas de estas escenas de ensoñación el gran
relato El peregrino de las estrellas,
de Jack London (Valdemar), el preso que se esconde en sus sueños para escapar a
realidades inventadas. Y difícil no recordar también, a tenor de estas escenas
de ensimismamiento extremo y máxima claustrofobia, el inefable relato La transformación, de Kafka
(Atalanta). Josef Roubiček, a semejanza
de Gregor Samsa, se ve obligado a recluirse en un lóbrego cubículo y esperar
allí la muerte por inanición y aislamiento. Sólo que Roubiček no perecerá, al
contrario que el personaje de Kafka, porque encontrará una tabla de salvación
en la idea de superar el miedo y de no dejarse llevar sin más al matadero, que
lo ayudará en los peores momentos. Quien tiene miedo otorga poder al
amedrentador, además “por miedo los hombres son capaces de hacer cualquier cosa
que se les ordene: hasta conducir a sus hermanos a la muerte”, reflexiona. Él
luchará por mantener el terreno.
La novela es extraordinaria, un
testimonio de resistencia extrema en medio del sufrimiento; pero ¡qué paradoja!
cuando vio la luz en 1949 no gustó a los comunistas que subieron al poder en
Checoslovaquia una vez que expulsaron a los nazis. La nueva autoridad tachó a Jiří Weil de “derrotista” y “existencialista”.
Pensaba demasiado, algo que siempre resulta molesto a quien quiere ejercer un
poder férreo sobre los demás. Aunque también es verdad que Weil había
denunciado ya los crímenes de Stalin en otra de sus novelas publicada en 1937: Moscú-frontera. Su vida tampoco fue
fácil después de los nazis.