lunes, 6 de mayo de 2024

"Oda a la naturaleza". Reseña del libro de David Fideler: Restaurar el alma del mundo

 

RESEÑA DE INGRID ARREGUI ÁLVAREZ



                                                   ODA A LA NATURALEZA

 


David FidelerRestaurar el alma del mundo

Traducción de Amelia Pérez de Villar Herranz

Ediciones Atalanta, Vilaür, 2023, 405 páginas, 33, 25 euros.




Restaurar el alma del mundo


 La editorial Atalanta sigue en su empeño por sembrar los escaparates de las librerías con ediciones de gran impacto visual, ornamentos cuidados y contenidos siempre apegados al mundo simbólico y su trascendencia espiritual. Y ahí está la traducción del filósofo y consultor norteamericano David Fideler de su obra Restaurar el alma del mundo. Fideler se inició en la filosofía griega y se dedicó a la indagación del mundo pitagórico. Se ha movido siempre en ese ámbito sincrético donde confluyen el estudio de la cultura, la psicología, la creatividad humana y hasta la ecología; campo ahora muy en boga, y abonado para autores diletantes que buscan el éxito fácil a costa de orientar a un gran público desnortado y hambriento de claves para dirigir su vida. Por fortuna, no es el caso de Fideler: dotado de una sólida formación y de un buen estilo, claro y agradable en su lectura, aunque a veces resulte reiterativo, nos ofrece con este título un repaso bien documentado por los principales faros filosóficos, cosmológicos y biológicos de la historia del conocimiento, con un único hilo conductor, recuperar ese mundo espiritual que se ha cifrado a lo largo de los tiempos en una palabra mágica, alma, y su íntima conexión con la natualeza.

Desde la filosofía presocrática y hermética, pasando por la Florencia renacentista hasta recalar en el alborar de las corrientes holísticas en los siglos XX y XXI, Fideler aborda los principales hitos en la visión humana de una naturaleza viva, dotada de inteligencia. Visión que se rompió, según este estudioso, con el paradigma mecanicista de Cartesio y de Newton, y que actualmente es necesario desterrar, porque ha conducido a una depredación destructiva del planeta por parte de la especie humana. Por fortuna, son muchos los pensadores y científicos que abogan por una sostenibilidad, incluso por una regeneración que permita revivir los ecosistemas deteriorados. Ahí se sitúan las nuevas ciencias de la biomímemis y el diseño ecológico, que se inspiran en el aprendizaje de la naturaleza como maestra indiscutible para solucionar problemas y generar entornos creadores de más vida. Fideler, en su optimismo contagioso, apuesta por una nueva cosmópolis, una comunidad colaborativa con la naturaleza. Insiste en que la imagen tan potente de la Tierra vista desde el espacio exterior cambia para siempre nuestra percepción del lugar que habitamos, y puede fomentar la relativización de los conflictos desde nuestra identidad universal como especie natural en ese universo vivo que es Gaia.

Su cámara se fija en los detalles más significativos para su propósito: abunda en matices y datos anecdóticos, cita muchas frases, resume bien las teorías, y de este modo resulta un hábil divulgador para un lector curioso y sensible, con ciertas inclinaciones hacia la abstracción. Además, añade las dosis necesarias de referencias personales (como su residencia en Sarajevo) y lenguaje motivador a través de lemas y mantras actuales, como corresponde a ese tipo de escritor del ámbito anglosajón que combina la consultoría con la pedagogía. Las partes más logradas de su libro residen en su recorrido científico por la cosmología y las tendencias recientes de la ecología, terrenos de su especialidad y querencia. Si bien el impulso decae cuando incursiona en la parte filosófica, que resulta más miscelánea y menos profunda.

En cualquier caso, el mensaje de este autor es claro y harto repetido, en medio de un sincretismo trufado de citas. Hay mucho Jung y mucho Skolimowski entre sus páginas, también la apoyatura en variados divulgadores de nuestra época, sin olvidar a los biólogos continuamente presentes. Fideler no es original, pero constituye un buen recordatorio de lo que nos jugamos en un futuro a corto plazo.

En un mundo donde las pulsiones tecnológicas empiezan a rebasarnos y alterar nuestra idiosincrasia inmemorial, ignoramos qué grado de ingenuidad nos permite mantener nuestra esencia simbólica contra ese huracán; pero más allá de heroísmos trasnochados, sabemos que es una necesidad insoslayable recordar a los ancianos de la tribu, los señores del pensamiento, y escuchar sus voces para rastrear los pasos leves del alma, la maestría de la naturaleza, y no perder el camino.

 

INGRID ARREGUI ÁLVAREZ

5 de mayo de 2024