El suplemento cultural "Babelia" del diario "El País" publicó el 25 de mayo de 2016 una reseña mía de cuatro nuevos libros sobre la filosofía de Heidegger. Dejo aquí el enlace a la reseña publicada y pongo a continuación el texto con nuevos enlaces.
Heleno Saña
Heleno Saña
Editorial Verbum, Madrid, 2016, 214, páginas, 24, 99 euros.
Peter Trawny
Traducción de Raúl Gabás.
Herder, Barcelona, 2016, 94 páginas, 12, 50 euros.
Jesús Adrián Escudero
Guía de lectura de Ser y tiempo de Martin Heidegger, 2
volúmenes.
Herder, Barcelona, 2016, 390 y 304 páginas, 28 y 22 euros.
Pocas
obras magnas de la filosofía son fáciles de leer, recordemos la hegeliana Fenomenología del espíritu o la Ética, de Spinoza; aunque ya sabemos que
“todo lo excelso es difícil”, lo dijo este último filósofo. Pero hay un libro
que, a causa de su influencia en el pensamiento contemporáneo y las pasiones contrarias
que despierta su autor, destaca de entre los textos laberínticos y
desasosegantes: Ser y tiempo, de
Martin Heidegger (1889-1976).
Apareció
en 1927, cuando su autor, con 37 años, gozaba de gran fama docente. Sus
alumnos, obnubilados por su fuerza filosófica, lo apodaban “el rey secreto del
pensamiento” y se creían iniciados en una sabiduría oculta, pues Heidegger
ensayaba con ellos la búsqueda de un nuevo lenguaje de pensamiento. Con él
estudiaron Hans Jonas, Karl Löwith y la jovencísima Hannah Arendt, de quien
Heidegger se prendó a primera vista y consiguió hacerla su amante
Era la época en que la I Guerra Mundial trastocó los valores
del “mundo de ayer”. Trakl y sus poemas trágicos, Rilke, con sus ángeles negros,
Kafka, con sus pesadillas oníricas y Thomas Mann, con su Montaña Mágica y la seducción de lo enfermizo andaban cercanos al latido
de fondo de Ser y tiempo.
Heidegger
se preguntaba en su libro por “el ser de los entes”; sostenía que “la filosofía
habla del ser sin saber lo que es”. Sólo Parménides y Heráclito estuvieron
cerca de la verdad del ser; más tarde, Platón, con sus ideas eternas, desvirtuó
y enmascaró ese saber primigenio. En suma, la metafísica olvidó el ser centrándose
en el estudio de los entes. La nueva filosofía tiene que buscar el ser, pero
¿dónde? “En el Dasein”, según
Heidegger. Este término, el más célebre de su jerga, quiere decir ser ahí o estar aquí; se refiere al existente, al ente que está y vive en
este mundo y que es el único al que de verdad “le importa su ser”: el hombre.
Es a éste a quien hay que interrogar por el ser.
Martin Heidegger, época de Ser y tiempo |
Ser y tiempo se centró en el análisis
fenomenológico de este Dasein desde
cero: ¿cómo es este recipiente del ser? A grandes rasgos, lo que Heidegger
descubrió fue que cada uno de nosotros, cada Dasein, habita en este mundo, rodeado de objetos y junto con los
otros; hemos sido arrojados a la existencia, estamos desamparados, sin dioses, junto
al abismo de la nada y cara a la muerte —de ahí el famoso apotegma: “el hombre
es un ser para la muerte”—. Nos atenazan la angustia y el miedo, pero nuestra
vida es “cuidado” y podemos encararla desde la “autenticidad” o mantenernos en
la “inautenticidad”. Si el hombre o Dasein
se deja seducir por la masa de los mediocres será como “todo el mundo”, mas si cobra
conciencia de su finitud y vive con gallardía forjando su individualidad, será único
y el dueño de su vida.
Son
unas levísimas pinceladas, pero hasta dar con ellas en Ser y tiempo hay que pasar por una maratón: el libro es
laberíntico. Ortega afirmó con elegancia que “la claridad es la cortesía del
filósofo”; Heidegger fue harto descortés en este punto. José Gaos, el primer
traductor de Ser y tiempo al
castellano —traducción farragosa la suya—, sentenció lo contrario que su
maestro: “la claridad es el desprestigio del filósofo”: otra vez Heidegger.
Ser y tiempo se leyó como una antropología,
como la descripción en clave expresionista del ser humano enfrentado al
absurdo. Cada nuevo lector lo entendió a su manera, sólo Heidegger aseguró que
no lo había entendido nadie. El resto de su obra posterior la concibió como un
“giro” que se desligaba de Ser y tiempo.
La lectura en libertad del libro lo hizo fructificar, tal vez demasiado.
Hoy, con el debate de fondo sobre la militancia nazi de Heidegger y su admiración por Hitler, leer Ser
y tiempo es casi una rareza. O se lee sólo para abominar de su autor, como
es el caso de Heleno Saña, quien descuartiza las ideas de Heidegger en su
último libro; a su entender, Ser y tiempo
debe ser leído en clave política porque en él se incuba el gérmen del
antihumnismo y el nazismo del filósofo. Peter Trawny, con una retórica
descabellada, ensaya sobre la sentencia heideggeriana: “Quien piensa a lo
grande yerra también a lo grande”. Sostiene que Heidegger “erró” al abrazar el
nazismo y callar sobre el Holocausto; Trawny se enreda en un galimatías en
defensa de lo indefendible y concluye con una tesis poco edificante: “Quien
intenta habitar en el pesamiento de Heidegger tiene que abandonar las
expectativas de responsabilidad y culpa”. Este es justo el tipo de hombre que
algunos críticos ven descrito en Ser y
tiempo: el yo sin culpa ni responsabilid para con los otros, libre para
actuar y dominar: el macho alfa, el dictador.
De
otro tenor es el espléndido trabajo de Jesús Adrián Escudero: una guía de lectura,
única en castellano, que desde ahora tendrá que acompañar a cuantos quieran
saltar con red entre los distintos abismos de Ser y tiempo. Glosas al texto y atinadas precisiones a su
terminología acompañan a una interpretación novedosa y pragmática del libro.
Escudero lo encuadra dentro de la literatura filosófica del cuidado de sí
mismo. Aristóteles, Séneca o Montaigne, maestros en el arte de vivir y del
aprecio por la propia persona, asomarían en sus páginas. Benévola visión del
libro más dificil del filósofo más oscuro.