El suplemento cultural del diario "El País", "Babelia", publicó el sábado 14 de octubre la reseña del libro de James Hillman El pensamiento del corazón, publicado por la editorial Atalanta. La damos aquí de nuevo.
Encuentro con el alma del mundo
Traducción de Fernando Borrajo
Atalanta, Vilaür, 2017, 122 páginas, 19 euros.
Que el
corazón “piensa”, siente e imagina fue una teoría extendida en la Antigüedad y
el Renacimiento; y, según el psicólogo estadounidense James Hillman (1926-2011), de absoluta actualidad. Así lo confirma en las dos
conferencias-ensayo de este hermoso libro, recuperado ahora por Atalanta en una
primorosa edición.
En la primera de ellas,
pronunciada en Suiza en uno de los célebres congresos Eranos, Hillman
homenajeaba al gran estudioso de la mística sufí Henry Corbin —autor del
concepto de “imaginación creadora” y de una “filosofía del corazón”— al
recordar que es justo el órgano del corazón el asiento de la imaginación y que
ésta constituye su auténtica voz. “Pensar” para Corbin y Hillman es lo mismo
que imaginar con el corazón. Siempre se dijo que la mente piensa y el corazón
siente, y esa idea ha impregnado nuestra cultura occidental. De ahí que sea
posible aventurar que carecemos de un saber que recupere el papel que desempeña
realmente el corazón en nuestras percepciones. Un saber que describiría el
mundo de otra manera que las ortodoxias filosóficas de la razón.
Hillman expone una teoría según la cual en
las edades de la humanidad han predominado tres maneras de entender el corazón:
“el corazón del león”, la fase más heroica y pura, la más fogosa; “el corazón
de Harvey”, los hombres se industrializan y sienten el corazón como un órgano
mecánico; y “el corazón de San Agustín” que simboliza la fase en la que el yo
individual es el protagonista en la vida. Hillman no se detiene ahí, sino que
también elabora una teoría paralela de la belleza evocando a Platón, Plotino,
Petrarca y Dante; para él entender y encontrar la belleza del mundo es asunto
del corazón.
La belleza hace “palpitar los corazones”;
así le sucedió a Petrarca cuando con dieciséis años contempló a una bella joven
en la iglesia de Aviñón; y a Dante, con nueve años, al ver a Beatriz, “la niña vestida de
rojo”, el anima mundi, que hizo que
su corazón despertara a la vida estética. El resultado de estos pálpitos
cordiales fue, según Hillman, nada menos que “la transformación” de la cultura
occidental que comenzó manifestándose como revolución estética. El “alma” es de
naturaleza estética, afirma, junto con Platón; percibimos tanto con el alma
como con el corazón, dos complementarios que fundan nuestra Psiqué primigenia.
La psicología terapéutica se olvidó
durante años de la belleza, enfatiza Hillman, al centrarse en el
desocultamiento de la enfermedad y de lo “feo”. El morbo de nuestro tiempo
será, pues, la incapacidad para retener la belleza en nuestras vidas anodinas y
seguras, pero estancadas en lo material. Sólo el corazón —al que Pascal
denominó “instinto” y “principio” y de quien dijo que “tiene razones que la
razón no entiende”— será el órgano que nos haga reaccionar ante la falta de
belleza y frente a la ausencia de bondad (según el kalón kagathón de la Grecia Clásica). Es entonces cuando “ruge el
corazón del león”, capaz de rebelarse tanto contra el desierto de la vida
moderna como frente a algo mucho peor: el horror de Auschwitz, por ejemplo, o
la guerra de Vietnam.
La segunda conferencia, sobre el Anima mundi, aboga por un renacimiento
del alma “en el corazón del mundo”. En conjunto, ideas intempestivas y
necesarias en estos tiempos de crispación general. Luis Fernando Moreno Claros