Walter Kempowski en 2005 |
Por fin se publica en España una novela del escritor alemán Walter Kempowski (1929-2007); se trata de la magnífica Todo en vano, que vio la luz en 2006 en Alemania, apenas un año antes del fallecimiento de su autor. La excelente versión castellana es del veterano traductor y escritor Carlos Fortea.
Hay que felicitar a la editorial "Libros del Asteroide" por tan excelente iniciativa. Kempowski fue un escritor bastante conocido en el ámbito gemanoparlante en la segunda mitad del siglo XX; no tiene una obra extensa, pero sí digna de ser recordada, en primer lugar por la maestría de su prosa—puro alto alemán del norte—; y en segundo lugar, por el tema que abordan sus novelas principales: las vivencias de la gente corriente durante la Segunda Guerra Mundial en la parte norte de lo que fue la antigua Prusia oriental. Con especial dedicación se centran dichas novelas en el drama que la invasión de los rusos supuso para miles de alemanes, que vieron cómo sus ciudades eran destruidas sin piedad y cómo las tropas rusas sedientas de sangre llegaban para arrasar todo cuanto encontraban a su paso, asesinando a todo bicho viviente y violando a cuanta mujer o niña se cruzaba en su camino. Aquéllas fueron experiencias traumáticas, crímenes de lesa humanidad, que no han encontrado demasiado eco en la literatura de posguerra, ni en Alemania ni en otros países y mucho menos en Rusia. Pero Kempowski sí que dio voz a las víctimas de esa tragedia. Y halló el eco que merecía. Reconocer las víctimas alemanas no menoscaba la memoria ni el sufrimiento de otras víctimas, léase las que causó el ejército alemán al invadir la Unión Soviética, o Polonia, o las víctimas del Holocausto.
A los "alemanes" en bloque (así, de manera abstracta) se les consideró "culpables" por haber seguido a Hitler con los ojos cerrados, y de haber desatado la guerra; se les halló culpables de los horrendos crímenes en Rusia y de matar a millones de judíos; de ahí, que el hecho de que sufrieran consecuencias (en forma de destrucción y de muerte, de miseria y violencia extrema) al final de la guerra se viera como una represalia incluso hasta bien merecida. Los historiadores europeos de la posguerra ignoraron lo que quisieron ignorar, silenciaron lo que quisieron silenciar. Sobre todo, los crímenes sioviéticos Al fin y al cabo, la Unión Soviética, junto con Inglaterra y Estados Unidos, había liberado a Europa del "fascismo". En aquella época era «políticamente correcto» olvidar y silenciar los crímenes cometidos por las tropas soviéticas en Alemania para no incomodar a los vencedores.
Kempowski no cayó en esa trampa. Sus familiares, oriundos de Rostock (una de las ciudades que quedó convertida en ruinas al final de la guerra), sufrieron la invasión de las hordas rojas. Y Kempowski lo contó. De manera extraordinaria narró la desesperación de los hombres y de las mujeres que murieron en aquel infierno, así como las desventuras de quienes pudieron escapar del infierno en el éxodo, a menudo también mortal, en busca de refugio en el interior de Alemania. Los rusos no perdonaron tampoco a los refugiados. Sólo los alemanes que tuvieron la suerte de dar con los vencedores norteamericanos obtuvieron algo de piedad. Al menos los norteamericanos se mostraban más humanitarios que los soviéticos, unos verdaderos carroñeros.
Todo en vano |
A la espera de que la editorial Libros del Asteroide se anime y continue publicando las seis novelas que componen el ciclo Die deutsche Chronik [Crónica alemana]—¡ojalá lo haga!—, que es una espléndida saga familiar, de momento nos alegramos de leer en castellano esta estupenda Todo en vano.
Kempowski vuelve en esta novela, ya postrera, a la memoria de aquel éxodo que padecieron tantas familias alemanas. Perdieron su hogar y a sus seres queridos mientras huían despavoridas de los asesinos con uniforme de soldado del ejército de Stalin.
La señora Von Globig, de noble cuna, joven y bella, casada con su apuesto marido, que se encuentra en Italia cumpliendo como militar al servicio del Reich alemán; una anciana tía, que lo domina todo en la casa (carácter huraño y típico de gente alemana que enseguida comulgó —de corazón— con el nazismo), el hijo de la señora de la casa, así como un criado polaco y dos criadas ucranianas, son los protagonistas de una narración de trama sencilla, pero tan intensa como una obra teatral de Shakespeare; tan bien escrita y tan bien ambientada que uno cree leer uno de esos maravillosos relatos del gran Eduard von Keyserling, un escritor crepuscular que también era oriundo de la Alemania del norte, siempre nublada, de veranos cortos e intensos en su luz y color. Como Keyserling también Kempowski funde de nostalgia su relato, pero más allá de la nostalgia están los hechos agobiantes de la vida y el hecho brutal de la guerra que todo lo destruye, memoria y vida.
La novela se ambienta en una primavera inestable, con los caminos todavía nevados o llenos de barro. La acción transcurre a medias en la casona solariega de la familia Von Globig, y a medias en el camino al éxodo, una vez que se sabe que llegarán los rusos, que no habrá perdón, y que se ha dado la orden de ¡sálvese quien pueda!
Los personajes y la trama son magníficos. Los recuerdos del pasado se mezclan con las circunstancias del presente en la mente de la señora de la casa, una aristócrata fina, un ser entrañable y noble, que vive aislada del mundo mediante sus ensueños y singulares pensamientos. Pero todos los personajes, desde el niño hasta el más extraño de cuantos visitantes van apareciendo por la hacienda de los Globig en su huída de los rusos, están muy bien caracterizados, basados todos ellos en personajes que realmente existieron y que no escaparon al agudo olfato del gran narrador que fue Kempowski.
Kempowski vuelve en esta novela, ya postrera, a la memoria de aquel éxodo que padecieron tantas familias alemanas. Perdieron su hogar y a sus seres queridos mientras huían despavoridas de los asesinos con uniforme de soldado del ejército de Stalin.
La señora Von Globig, de noble cuna, joven y bella, casada con su apuesto marido, que se encuentra en Italia cumpliendo como militar al servicio del Reich alemán; una anciana tía, que lo domina todo en la casa (carácter huraño y típico de gente alemana que enseguida comulgó —de corazón— con el nazismo), el hijo de la señora de la casa, así como un criado polaco y dos criadas ucranianas, son los protagonistas de una narración de trama sencilla, pero tan intensa como una obra teatral de Shakespeare; tan bien escrita y tan bien ambientada que uno cree leer uno de esos maravillosos relatos del gran Eduard von Keyserling, un escritor crepuscular que también era oriundo de la Alemania del norte, siempre nublada, de veranos cortos e intensos en su luz y color. Como Keyserling también Kempowski funde de nostalgia su relato, pero más allá de la nostalgia están los hechos agobiantes de la vida y el hecho brutal de la guerra que todo lo destruye, memoria y vida.
La novela se ambienta en una primavera inestable, con los caminos todavía nevados o llenos de barro. La acción transcurre a medias en la casona solariega de la familia Von Globig, y a medias en el camino al éxodo, una vez que se sabe que llegarán los rusos, que no habrá perdón, y que se ha dado la orden de ¡sálvese quien pueda!
Los personajes y la trama son magníficos. Los recuerdos del pasado se mezclan con las circunstancias del presente en la mente de la señora de la casa, una aristócrata fina, un ser entrañable y noble, que vive aislada del mundo mediante sus ensueños y singulares pensamientos. Pero todos los personajes, desde el niño hasta el más extraño de cuantos visitantes van apareciendo por la hacienda de los Globig en su huída de los rusos, están muy bien caracterizados, basados todos ellos en personajes que realmente existieron y que no escaparon al agudo olfato del gran narrador que fue Kempowski.
Merece la pena, desde luego, esta gran novela; no dejará a nadie indiferente. Pero no se esperen grandes hazañas ni grandes hechos de los personajes; su drama consiste aquí en verse atrapados, impotentes, por el rodillo triturador de la Historia. En hallarse inmersos, sin libertad para actuar, en la mayor tragedia de todas: esa guerra mundial que avanza implacable e imparable y que desquiciará y destrozará su apacible mundo cotidiano.
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