Fragmento del friso de El Partenón de Atenas |
En esta época de basura y mentiras políticas, de
cinismo institucionalizado y cuando la Filosofía está a punto de desaparecer de
nuestras aulas, necesitamos recordar y elogiar a los grandes filósofos;
aquellos personajes que, luchando contra la adversidad de su tiempo, se
atrevieron a pensar a lo grande —y sólo quien piensa de este modo es filósofo—
por amor a la verdad y la libertad.
Epicuro fue uno de aquellos personajes; vilipendiado por muchos, elogiado por unos pocos, enseñó el camino de la felicidad mientras animaba a sus amigos y discípulos a liberarse de prejuicios y a que aprendieran a disfrutar del goce de estar vivos.
El lema del gran Goethe, tan reiterado en la actualidad: "¡Acuérdate de vivir!" participa del mismo anhelo que insuflaba las ideas de Epicuro: ¡vive! Disfruta de los dones que te ha otorgado la naturaleza; no temas al placer y cuando venga el dolor procura aprender de él mientras intentas que pase lo antes posible (Y aquí es imposible no recordar a Nietzsche y sus célebres versos: "El dolor dice: ¡pasa! // Mas todo gozo quiere eternidad, quiere profunda, profunda eternidad!" —últimos versos del poema "¡Hombre! ¡Presta atención!").
No malgastemos el tiempo en las cosas que nos son perjudiciales, como los pensamientos atormentadores suscitados por las pasiones desbocadas; mesura y alegría deben constituir la norma, y la serenidad y el goce el propósito y la meta. El bueno de Epicuro escribió mucho, no fue como Sócrates, quien enseñó sin escribir; sin embargo, sus libros se perdieron y sólo se han conservado algunas decenas de fragmentos extraídos de citas de otros autores que lo parafraseaban o se referían a párrafos concretos de sus enseñanzas escritas.
Epicuro fue uno de aquellos personajes; vilipendiado por muchos, elogiado por unos pocos, enseñó el camino de la felicidad mientras animaba a sus amigos y discípulos a liberarse de prejuicios y a que aprendieran a disfrutar del goce de estar vivos.
El lema del gran Goethe, tan reiterado en la actualidad: "¡Acuérdate de vivir!" participa del mismo anhelo que insuflaba las ideas de Epicuro: ¡vive! Disfruta de los dones que te ha otorgado la naturaleza; no temas al placer y cuando venga el dolor procura aprender de él mientras intentas que pase lo antes posible (Y aquí es imposible no recordar a Nietzsche y sus célebres versos: "El dolor dice: ¡pasa! // Mas todo gozo quiere eternidad, quiere profunda, profunda eternidad!" —últimos versos del poema "¡Hombre! ¡Presta atención!").
No malgastemos el tiempo en las cosas que nos son perjudiciales, como los pensamientos atormentadores suscitados por las pasiones desbocadas; mesura y alegría deben constituir la norma, y la serenidad y el goce el propósito y la meta. El bueno de Epicuro escribió mucho, no fue como Sócrates, quien enseñó sin escribir; sin embargo, sus libros se perdieron y sólo se han conservado algunas decenas de fragmentos extraídos de citas de otros autores que lo parafraseaban o se referían a párrafos concretos de sus enseñanzas escritas.
La editorial madrileña Errata Naturae acaba de publicar el volumen
titulado Filosofía para la felicidad en el que se recogen los textos que hoy se conservan de Epicuro. Carlos García Gual, gran conocedor del
filósofo de Samos, es el traductor; García Gual publicó en Alianza Editorial el volumen titulado Epicuro (1981, reeditado varias veces); allí ofrece un exhaustivo comentario a las doctrinas de Epicuro. También Emilio Lledó ha publicado su particular visión del epicureísmo en libro independiente: El epicureísmo (Taurus, 2002). De Pierre Hadot recomiendo un estupendo ensayo titulado: "No te olvides de vivir. Goethe y la tradición de los ejercicios espirituales" (Siruela, 2010).
Carlos
García Gual, Emilio Lledó, Pierre Hadot.
Filosofía para la felicidad.
Traducción
de Carlos García Gual y Javier Palacio Tauste.
Errata
naturae, Madrid, 2013, 140 páginas, 14, 90 euros.
Epicuro
exhortaba a actuar de la mejor manera posible, entendiendo que “lo mejor” es lo
que produce placer. Placeres físicos e intelectuales eran bienvenidos en su
escuela: hay que honrar el cuerpo como fuente de goces lo mismo que el
intelecto, pues aprender y educarse para la sabiduría es lo más gozoso de todo.
El filósofo animaba a sus amigos a disfrutar de
la vida sencilla y natural, a despreciar las demasiadas riquezas y la prisa; se
cultivaban la amistad y el amor, no se temía a los dioses (ellos habitan en
otro mundo) ni a la muerte (“cuando nosotros somos, la muerte no está presente
y, cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros”). Placer y
dolor nos avisan constantemente de lo que nos conviene, “¡atengámonos a
ellos!”—exclamaba Epicuro.
Filosofía
del aquí y el ahora, del “más acá”, la de Epicuro, disfrute del momento sin
prejuicios heredados ¿hay alguna sabiduría más perenne que ésta? ¿Hubo alguna
más maldecida?
Aunque Epicuro escribió mucho, apenas se han
conservado tres cartas suyas y algunos fragmentos de sus escritos. El helenista
Carlos García Gual es el traductor de estos textos epicúreos que ahora reedita
Errata Naturae en esta sobria edición, enriquecida además con tres enjundiosos
ensayos de García Gual, Emilio Lledó y el filósofo francés Pierre Hadot que
esclarecen la figura del gran Epicuro y sus heterodoxas enseñanzas. ¡Gozosa
lectura!
***
Quien guste de las enseñanzas de Epicuro quedará también seducido por el magnífico poema filosófico De rerum natura, de Lucrecio, un romano cuyo nombre completo era Tito Lucrecio Caro —poco más se sabe de él—. Este poema filosófico es una de las obras más grandes e influyentes de la Antigüedad clásica… influyente no en los autores más ortodoxos y formales, sino en los del "otro bando": los heterodoxos, materialistas, sensualistas… Fue obra fundacional del paganismo, que sedujo a autores de la talla de Galileo y Newton, pero asimismo a Goethe, Schopenhauer y Nietzsche.
Es un goce leer la serena prosa de Lucrecio, tanto en el latín original como en la hermosa traducción de Eduardo Valentí Fiol (autor además de una útil gramatica de la lengua latina), tan pulcra, fina y, a la vez, tan clara y sencilla.
Lucrecio siguió las enseñanzass de Epicuro sobre la Naturaleza del mundo, de los hombres y los dioses. Al filósofo de Samos lo elogió con gran admiración con frases como éstas:
"¡Oh tú, el primero que pudiste levantar una luz clara del fondo de tinieblas tan grandes e iluminar los verdaderos bienes de la vida! […] Tú, padre eres el descubridor de la verdad, tú nos das preceptos paternales, y como en los bosques floridos las abejas van libando una flor tras otra, así vamos nosotros a tus libros, oh ilustre, a apacentarnos de tus áureas palabras, áureas y dignas siempre de vida perdurable. Pues en cuanto tu doctrina, producto de una mente divina, empieza a proclamar la esencia de las cosas, disípanse los terrores del espíritu, las murallas del mundo se abren y veo, a través del inmenso vacío, producirse las cosas […]. Ante estas cosas, un divino placer y un estremecimiento hacen presa en mí, al pensar cómo tu genio puso la Naturaleza patente a la vista, descorriendo todos sus velos" (De la Naturaleza, Libro III, "Elogio de Epicuro", versos 5-30).
Extracto del
De la Naturaleza, Lucrecio. |
Lucrecio siguió las enseñanzass de Epicuro sobre la Naturaleza del mundo, de los hombres y los dioses. Al filósofo de Samos lo elogió con gran admiración con frases como éstas:
"¡Oh tú, el primero que pudiste levantar una luz clara del fondo de tinieblas tan grandes e iluminar los verdaderos bienes de la vida! […] Tú, padre eres el descubridor de la verdad, tú nos das preceptos paternales, y como en los bosques floridos las abejas van libando una flor tras otra, así vamos nosotros a tus libros, oh ilustre, a apacentarnos de tus áureas palabras, áureas y dignas siempre de vida perdurable. Pues en cuanto tu doctrina, producto de una mente divina, empieza a proclamar la esencia de las cosas, disípanse los terrores del espíritu, las murallas del mundo se abren y veo, a través del inmenso vacío, producirse las cosas […]. Ante estas cosas, un divino placer y un estremecimiento hacen presa en mí, al pensar cómo tu genio puso la Naturaleza patente a la vista, descorriendo todos sus velos" (De la Naturaleza, Libro III, "Elogio de Epicuro", versos 5-30).
Extracto del
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