Conciencia contra violencia
(Poema dramático en nueve cuadros)
Traducción del alemán de Roberto Bravo de la Varga
Acantilado, Barcelona, 2020, 288 páginas, 18 euros.
[Esta reseña apareció en "Babelia", suplemento cultural del diario "El País" el bajo el título de "Stefan Zweig, pacifista y clarividente" el 8 de diciembre de 2020].
La obra escénica de Stefan Zweig (1881- 1942) es apenas conocida en España e Iberoamérica. Tersites (1807), La casa junto al mar, El comediante transformado (ambas de 1912), y la adaptación de la comedia Volpone, del inglés Ben Johnson (1926), no constan en las mal denominadas Obras completas de Stefan Zweig que publicó la barcelonesa Editorial Juventud entre los años 1952 y 1955. Los cuatro gruesos tomos de esta celebérrima edición recopilan la suma de lo aparecido en castellano (principalmente, en Argentina) del autor austríaco; pero en modo alguno recogen su «obra completa» —ni siquiera en alemán existe una edición crítica que recoja la inmensidad de cuanto escribió Zweig—. Cabe suponer, por lo tanto, que las piezas teatrales mencionadas nunca han sido traducidas al español. En cambio, al final del tomo I, que contiene las «Novelas», nos encontramos por sorpresa con el drama Jeremias.
Edición de "Obras completas" de Zweig en editorial Juventud |
El traductor suizo, naturalizado argentino, Alfredo Cahn —amigo personal de Zweig—, trasladó Jeremías al español aún en vida de su autor, aunque la traducción se publicó en 1942. Es la única con la que hasta ahora contábamos los hispanohablantes.
La nueva versión del experimentado Roberto Bravo de la Varga es más poética y más cuidada en el estilo que la de Cahn; sobre todo, la vuelve actual; Zweig emuló el lenguaje bíblico y su patetismo, con sus tonos exaltados y trágicos; y esta cuidada traducción da naturalidad y viveza a ese lenguaje, devolviéndole la fuerza del drama padecido por el pueblo judío que se negó a escuchar a su profeta.
Zweig concibió esta obra en 1915, en plena I Guerra Mundial, mientras Europa se desangraba y él veía, atónito, cómo día tras día las naciones se empeñaban en agredirse unas a otras con saña y ferocidad.
Al comienzo y en medio de la vorágine europea, muchas veces rememoró Zweig al personaje bíblico que, ya en tiempos ancestrales, también clamó contra la guerra. Sus conciudadanos, ciegos a sus palabras de advertencia, embriagados de orgullo y de excitación ante una «gloriosa contienda» que iniciar, lo tacharon de «derrotista» —aunque entonces se dijera simplemente «traidor»—; y poco faltó para que lo asesinaran por sus críticas. Zweig sintió necesidad de reescribir aquella historia, porque en realidad la entendía como una parábola premonitoria de la circunstancia de Europa.
El drama transcurre en Jerusalén (siglo VI a. C.); comienza poco antes del asedio de la ciudad —que duró ocho meses, según la Biblia—, y concluye con su destrucción y el éxodo de los judíos. Los ejércitos caldeos de Nabucodonosor II consumaron el asalto, el saqueo y la masacre posterior de buena parte de sus habitantes. El temible rey babilonio ordenó matar a los dos hijos de Sedecías, monarca absoluto de Jerusalén; además, quemarle los ojos al rey después de obligarlo a presenciar el sacrificio de sus vástagos.
Jeremías oyó la voz de Yahvé y profetizó lo que habría de suceder si Sedecías rompía su alianza con Nabucodonosor II y, apoyando al faraón de Egipto, le declaraba la guerra. Los esfuerzos del profeta por convencer a sus conciudadanos y a su rey de que debía prevalecer la paz sobre la guerra fueron vanos; el pueblo llano estaba azuzado por otro profeta rival, Ananías —un «populista» de entonces—, al que apoyaba el ejército; y éste sembraba por doquier la semilla de las falsas ilusiones, prometía victorias épicas y supuestas ventajas futuras nacidas de aquella guerra que señalaba como necesaria para obtener la libertad de la nación oprimida.
Los hechos se precipitan y, como era de esperar, muy pocos escucharon las palabras de cautela y conciencia que pronunciaba Jeremías; mientras que fueron muchos los que se dejaron seducir por los apasionados cantos de sirena que celebraban la violencia. Al ferviente profeta se lo tachó de farsante y saboteador. Pero al final, cuando ya era demasiado tarde, los maltrechos judíos sobrevivientes de la guerra vieron con pavor la verdad de sus profecías.
La tragedia —en una versión más breve que la aparecida en libro— se estrenó en el Teatro Estatal de Zúrich el 27 de febrero de 1918. El triunfo fue apoteósico. Los espectadores quedaron atónitos y sobrecogidos por la fuerza del drama. Zweig fue equiparado a Shakespeare.
Sin embargo, él se había limitado a expresar a sus contemporáneos con muchas dosis de enfado y pasión, con poderosas cadencias versificadas y distintos recursos literarios, lo que sucedió en Europa en 1914, cuando la mayor parte de las naciones parecían sedientas de guerra. También entonces, se ninguneó y proscribió a las pocas voces que se alzaron contra la catástrofe que se avecinaba.
Además de inspirarse en el libro homónimo de la Biblia para crear la figura del profeta Jeremías, Zweig se fijó en su gran amigo Romain Rolland. El autor galo fue uno de los mayores críticos contra la guerra, un pacifista a ultranza; y se erigió en el máximo defensor público de «la conciencia de Europa», la que hermana a los pueblos y los mantiene unidos en los antiguos ideales de tradición grecorromana y cristiana.
Pero también el propio Zweig, altamente sensibilizado por la postura antibelicista y las ideas de Romain Rolland, se veía reflejado simbólica e idealmente en la figura profética de Jeremías. Años más tarde, en 1934, cuando los nazis se destacaban en el horizonte como señores de Europa, y el comunismo trazaba sus crueles planes para el exterminio de cientos de miles de personas en la Unión Soviética, otra figura con conciencia tomó forma en libro, gracias a la maestría narradora de Zweig; en esta ocasión se trató de Erasmo de Rotterdam. Esta biografía del gran humanista del siglo XVI navegaba en la misma estela que su Jeremías. Ambos personajes expresaban la personalidad del autor que los recreaba. Por eso, Zweig aseguró que tanto el drama teatral como su Erasmo eran sus obras «más personales y privadas», porque expresaban su neta postura de «eminente pacifista» y de humanista.
Con la publicación de Jeremías en forma de libro —en 1917, en la editorial Insel— comenzó la fama meteórica de Stefan Zweig como escritor de éxito, pues alcanzó unas ventas inusitadas para la época. Éste afirmo en sus famosas memorias —bajo el título de El mundo de ayer—, que hasta la aparición de Jeremías, todo cuanto publicó anteriormente empalidecía como mera bagatela, frívola e inmadura. A partir de su publicación, en cambio, mostró su conciencia moral y esa postura comprometida con la paz mundial que habría de ser su sello personal a partir de entonces. Zweig fue tan pacifista que nunca se manifestó en público ni siquiera en contra de la Alemania hitleriana; sólo en el último gran relato que escribió, Novela de ajedrez, asestó un golpe abierto al nazismo y a sus secuaces. Pero quedó para la posteridad.
Cuando se publicó Jeremías y, más aún después de que se estrenara en los escenarios europeos, la sensibilidad de europea era la adecuada para recibirlo: el Viejo Continente estaba harto de sangre y fuego; hastiado de las atrocidades y de las miserias de la guerra. Y fue Zweig quien se atrevió a decir lo que muchos ocultaban en su fuero interno: que la Gran Guerra había sido una estéril crueldad, una magnífica estupidez que costaba millones de vidas … para nada. Pese a ello, al mismo tiempo que Zweig expresaba esta verdad en su drama sobre el denostado profeta judío, la obra aportaba esperanzas de futuro: pues ocurre a menudo que de los vencidos emana una fuerza de reacción que para sí quisieran los vencedores. Y esto era lo que también proclamaba Zweig con la potencia de convicción de su personaje. Tal vez pudiera aprenderse algo de aquella nueva catástrofe —venía a decir el autor—, y de tamaña y mortífera derrota, acaecida en realidad a la humanidad entera, pudiera quizá nacer cual ave fénix una futura vida mejor en la que no hubiera más guerras. Zweig creía entonces que Europa despertaría de su pesadilla y que algún día conformaría una unidad cultural única, exenta de nacionalismos y divisiones.
En sus mencionadas memorias, escritas unos meses antes de morir, el tono de Zweig era más escéptico y hasta pesimista: «…he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea». A esas alturas sabía ya que para aquella «peste» no había vacuna. L.F.M.C.
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