La literatura es una gran compañera para un largo confinamiento. Rescataré algunas de mis reseñas antiguas para recomendar libros que no pasan nunca de moda; aunque no sean recientes, son relativamente fáciles de encontrar en librerías (de fondo, virtuales o de viejo); y hasta quizá haya alguien que los compró recién publicados y no ha tenido tiempo de leerlos como se merecen. Hoy recupero tres reseñas que publicó "Babelia" en su día sobre los extraordinarios diarios del judío-alemán Victor Klemperer, de su libro La lengua del Tercer Reich y de un curso de literatura. El bueno de Klemperer tuvo que vivir un confinamiento prolongado, pero además bajo la amenaza de no salir vivo de él. Sobrevivió de milagro. Cuenta su peripecia en este extraordinario testimonio.
[Nota: los Diarios de Klemperer están agotados o a precios desorbitados de segunda mano. Hace falta una reedición]
Cronista del horror
Victor Klemperer
Cuando en 1995 se publicaron en Alemania los dos tomos de diarios del judío alemán Victor Klemperer (1881-1960) correspondientes al periodo nacionalsocialista, la acogida de crítica y público fue extraordinaria. El éxito se internacionalizó con su traducción al inglés y, con ello, el nombre de Klemperer, tal como en su día el de Ana Frank, se convirtió en símbolo de la resistencia del "individuo privado" contra la aplastante maquinaria del terror instituido y legalizado por un Estado criminal.
En España conocemos ya de este autor su obra LTI (Lingua tertii imperii), un estudio ameno y devastador de la lengua del Tercer Reich (Minúscula, 2001), conocido en Europa, desde su publicación en 1947 como una joya del antitotalitarismo. Los dos magníficos volúmenes que ahora publican Galaxia y Círculo, en excelente traducción de Carmen Gauger, enriquecen incluso la cuidada edición alemana, pues la traductora ha añadido a las numerosas notas explicativas del original otras muy atinadas, dirigidas al lector hispanohablante. Por lo demás, estos diarios representan un acontecimiento en un panorama literario dominado por lo anecdótico o lo circunstancial.
Diarios. Victor Klemperer, 2 vols. |
La experiencia de Klemperer dista mucho de ser una historia más de supervivencia en un campo de concentración. Junto a su esposa Eva Schlemmer, una mujer "aria", pianista de profesión y que rehusó divorciarse de su marido cuando las autoridades del régimen de Hitler la invitaron a ello con toda clase de facilidades, este hombrecillo lúcido y observador padecería un tortuoso calvario sin salir de su propia ciudad, Dresde. Allí impartía clases de filología románica en la Escuela Técnica Superior hasta que en 1935 las leyes raciales antijudías lo obligaron a jubilarse.
En 1933, cuando Hitler accedió al poder, el profesor Klemperer era respetado entre sus colegas y estimado por sus alumnos. Benedetto Croce, que lo trató en Roma, afirmó de él que era el "típico profesor alemán": serio, eficaz y consciente de su deber; limitado en cierto sentido, pero excelente dentro de los márgenes de su especialidad. Había publicado correctos manuales de consulta, entre los que destacan la Historia de la literatura francesa en los siglos XIX y XX , además de su monografía sobre Corneille. Antes de habilitarse en Múnich con el célebre romanista Karl Vossler, trabajó como periodista y escritor independiente, publicando incluso algunos volúmenes de relatos breves.
Klemperer comenzó a escribir dietarios en su primera juventud, en 1897, siendo empleado en una tienda de complementos. En un principio, anotaba los argumentos para futuras novelas; más adelante, fueron un vivero imprescindible de observaciones e ideas, tan esenciales para su formación como el estudio y la lectura. Acostumbrado, pues, a escudriñar la realidad con ojos de experto, que extrae de cuanto acontece lecciones para su propia formación intelectual, y gran lector de pensadores franceses como Montesquieau, Rousseau o Voltaire, Klemperer se aferró a sus anotaciones diarias al llegar la barbarie. Con tenacidad, a veces de manera telegráfica y otras a modo de relato recopilatorio de varios días, tomaba nota, sobre todo, del horror que lo rodeaba en un mundo que se había vuelto loco. Su testimonio documenta por primera vez de forma exhaustiva el infierno de la vida cotidiana en el Tercer Reich.
Gracias a su condición de judío "privilegiado", merced a que su matrimonio fue catalogado como "mixto" por las autoridades nazis, el profesor gozó de cierto respiro en los primeros años del régimen. Al amparo de esa circunstancia favorable aunque provisional, Klemperer escudriñó con suma clarividencia y rotundidad la demencia nacionalista que convirtió a un país civilizado en una cárcel donde reinaban la arbitrariedad y la ley de la selva y en la que tan víctimas eran los judíos como muchos "arios". Su diagnóstico, mediante el que trata de comprender la naturaleza del régimen totalitario a través de los inquietantes signos externos que observaba a su alrededor, constituye uno de los análisis más lúcidos del nazismo y, por extensión, de cualquier régimen totalitario.
Hitler y sus "patéticos bramidos de predicador" obnubilaron a las masas que, enceguecidas, ignoraban lo que se les avecinaba. "Impresiona ver cómo, día tras día, sin el menor rebozo, salen en calidad de decretos la pura fuerza bruta, la violación de la ley, la más repugnante hipocresía, la más brutal bajeza de espíritu", escribe Klemperer, quien también advirtió la verdadera esencia del nazismo. Con su fanfarronería cervecera, sus proclamas grandilocuentes y eslóganes facilones, los nazis eran tan sólo una banda de criminales, de acomplejados y perturbados mentales que vivían en un mundo autista, y exento de matices. Su proverbial incultura se oponía por antonomasia a la tradición de la gran cultura alemana, heredera del más puro humanismo europeo. Klemperer, que se sentía alemán hasta la médula, proclamó con desdén que los nazis no eran alemanes, sino los únicos enemigos de Alemania.
Día a día, conforme el régimen iba arrojando sus máscaras y decretando leyes cada vez más vergonzosas, la vida de los Klemperer se tornó más angustiosa. Una serie de paulatinas prohibiciones absurdas —desde pasearse por parques públicos, comprar flores, fumar, viajar en autobús o en taxi, escribir, leer, poseer animales de compañía o coser y cortarse el cabello— convirtió la existencia del matrimonio en una prolongada tortura. Se les privó de su casa y de su coche —a los judíos se les retiró el carnet de conducir—, así que tuvieron que trasladarse con todas sus pertenencias a una "casa de judíos", donde tuvieron que someterse a toda clase de vejaciones por parte de la Gestapo. Las apasionadas lecturas a escondidas así como sus anotaciones, que Eva ocultaba después arriesgando la vida, mantuvieron a Klemperer con ánimos para seguir resistiendo. Sabía que su tarea se sustentaba en un imperativo moral: dar testimonio y consignar la crónica negra de aquel régimen demoníaco hasta el final.
Los diarios concluyen en junio de 1945, con una Dresde devastada bajo toneladas de bombas aliadas. La hecatombe de la ciudad significó la salvación de los Klemperer, que un día u otro habrían sido deportados a un campo de exterminio. Al terminar la guerra recuperaron sus propiedades y el profesor volvió a impartir sus clases. Inducido por el odio a los nazis, por reacción, ingresó en el Partido Comunista Alemán, aunque temiendo que, con el tiempo, el régimen prosoviético fuera a diferenciarse escasamente del hitleriano. Tras observar en la calle un enorme cartel del "Mariscal Stalin", Klemperer anotó con agrio escepticismo: "Muy bien podría ser Hermann Göring". Pero esto pertenece ya a otra nueva época de su vida y a los diarios de 1945-1959.
Luis Fernando Moreno Claros
In lingua veritas
Aparte de la narración de los penosos avatares cotidianos, quizás lo más aleccionador de los diarios de Klemperer sean sus singulares reflexiones sobre el lenguaje del Tercer Reich. El perspicaz profesor comprendió enseguida que la más sutil de las estrategias del nuevo régimen para dominar a la opinión pública y la mente del ciudadano privado consistía en acuñar nuevos términos lingüísticos que, poco a poco, iban inoculándose en los cerebros de todos —víctimas y verdugos— como mínimas dosis de arsénico, a largo plazo tan letales como la fuerza bruta de las órdenes y los decretos.
La lengua del Tercer Reich |
Un gobierno sustentado en las mentiras propaladas por un partido político de una ideología basada en la ficción y la irrealidad, tenía que recurrir a un lenguaje totalizador que otorgase visos de credibilidad a una política criminal. Klemperer desenmascaró el engaño ideado principalmente por el doctor Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler y, curiosamente, también filólogo de formación.
"El lenguaje del Tercer Reich no me deja en paz", escribirá el futuro autor de LTI. "La verdad habla por sí misma, pero la mentira habla por la prensa y la radio". Ahora bien, como Klemperer sabía que la misión de la lengua es "sacar la verdad a la luz" y que todo lenguaje, aunque sea a través de mentiras, "descubre la verdad", confiaba que sólo analizando los nuevos términos, desde las consignas hasta las siglas que invadieron la nación por doquier, extraería la "esencia criminal del hitlerismo", cuya hybris medular era el "odio de aldea contra el rascacielos". Así, frente al sinsentido de la ideología nazi, Klemperer se aferró al uso de las palabras acuñadas por la tradición, el símbolo evidente de la vida real. Se esmeró por escribir con exactitud, en buen alemán correcto y fiable: evitando usar las capciosas palabras de los nuevos amos eludiría sus trampas y podría vencerlos. L.F.M.C.
El judío Victor Klemperer (1881-1960) era catedrático de literatura francesa en Dresde cuando Hitler accedió al poder en Alemania. En 1935 lo expulsaron de su cátedra y no lo mandaron a un campo de concentración porque su esposa, la pianista Eva Schlemmer, era de pura sangre aria. Como ésta no quiso divorciarse de su marido, ambos fueron confinados en una “casa especial” destinada a albergar matrimonios “mixtos”, en Dresde. Klemperer residió allí hasta 1945, cuando la ciudad fue arrasada por las bombas aliadas. Desde el comienzo de su existencia en semicautividad llevó un diario en el que anotaba los avatares de la vida cotidiana en el III Reich desde una óptica novedosa: la del judío que, perdidos sus derechos de ciudadano, sufría el confinamiento en una ciudad donde la vida normal le estaba prohibida. Quiero dar testimonio hasta el final es el título bajo el que aparecieron estos diarios en Alemania, en 1995, con un éxito arrollador (en castellano los publicó Galaxia/Círculo). De inexcusable lectura es también el extraordinario libro que el destituido profesor dedicó al análisis del lenguaje de los nazis: LTI La lengua del Tercer Reich (Minúscula). Sólo por estos dos títulos Klemperer ocupa un lugar destacado entre los grandes testigos/autores del siglo XX.
Literatura universal, Klemperer |
Acantilado presenta ahora en excelente traducción este breve y modélico ensayo literario de 1929. Klemperer parte del evanescente concepto de “literatura universal” esbozado por Goethe en conversación con Eckermann —“hay que dejar a un lado las literaturas nacionales y elevarse más allá de ellas hacia un ámbito universal”—, con el propósito de dilucidar su evolución y pervivencia a lo largo de la historia de la literatura en Europa, desde mediados del siglo XIX hasta la época posterior a la I Guerra Mundial. ¿Hay una literatura universal en el sentido goetheano?, se pregunta Klemperer; ¿es lo peculiar y exclusivo de cada país algo que competa a toda la humanidad? Y si esa supuesta literatura universal existe, ¿acaso no tendrá que ser poseedora y transmisora de una ética global que hermane a los seres humanos en un único sentimiento común de paz, bondad y belleza? La formidable cultura cosmopolita y humanista de Klemperer, así como su ágil manera de explicarse dotan de interés a un tema que lo conduce hasta introducirse en la esencia de obras fundamentales de Unamuno, Pirandello o Joyce. Lo alemán, lo romántico, lo francés, lo español… ¿hasta qué punto dota todo ello de universalidad a la literatura?
Lectura obligada, pues, tanto para lectores interesados en teoría literaria como para cuantos admiren los diarios de este hombre humilde y sabio, a quien en sus momentos más terribles lo salvó de la desesperación, además del amor que profesaba a su querida esposa, la confianza en la grandeza humana que veía expresada en la gran literatura de todos los tiempos.
L. F. M. C.
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