Traslado a "Ciudad de Azófar" la reseña original que escribí para "Babelia" de dos libros recientes, imprescindibles para cuantos admiren a estos dos grandes escritores que fueron Joseph Roth y Stefan Zweig: la correspondencia entre ambos, publicada por Acantilado; y el excelente ensayo de George Prochnik sobre las peripecias de Zweig en el exilio.
Joseph Roth & Stefan Zweig
(Correspondencia
1927-1938)
Edición de
Madeleine Rietra y Rainer Joachim Siegel
Epílogo de Heinz
Lunzer
Traducción de J.
Fontcuberta y Eduardo Gil Bera
Acantilado,
Barcelona, 2014, 432 páginas, 25 euros.
George Prochnik
El exilio imposible. Stefan Zweig en el
fin del mundo
Traducción de
Ana Herrera Ferrer
Ariel,
Barcelona, 2014, 416 páginas, 24,90 euros.
“Cordialmente, su fiel amigo”
Los
escritores Joseph Roth (1894-1939) y Stefan Zweig (1881-1942) mantuvieron una
singular relación de amistad durante la ominosa década de los años treinta del
siglo XX. Ambos de origen judío, nostálgicos del imperio austrohúngaro,
sufrieron como testigos impotentes la caída de Europa en el abismo.
Se han conservado más cartas
de Roth a Zweig que a la inversa, por ello la persona y desventuras del primero
se imponen al lector en este libro, mientras que la voz de Zweig suena un tanto
lejana. Las lagunas las suple el epílogo de Heinz Lunzer.
Ser amigo mío es funesto |
Roth tuvo cientos de corresponsales, aunque ninguno le fue tan querido
ni de tanta utilidad como Zweig. A él se aferraba con insistencia —dándole
profusas muestras de admiración y cariño— en sus peores momentos vitales, que
fueron muchos. La llegada de los nazis al poder
(esos “mierdecillas y asesinos”, según Roth) trastocó su vida al igual que la
de Zweig y las de tantos otros judíos. El autor de Job [Ver en Amazo.es] y La marcha Radetzki [Ver en Amazon.es] —los dos grandes éxitos de Roth en esta época— tuvo muy claro enseguida qué
perseguía Hitler: el exterminio de los judíos, tal y como refería el ex cabo en
su horrendo Mein Kampf. Zweig, más ingenuo
que su amigo, creyó durante algún tiempo que podría mantenerse al margen.
Imposible. En algunas de estas cartas, Roth le reprende por su postura; en 1935
lo declara “optimista” por su inicial ceguera ante Hitler. “Tengo más instinto
que entendimiento”, escribía Roth, “lo contrario de usted”. Zweig se había
reflejado a sí mismo en su Erasmo (1936) [Ver en Amazon.es] como el humanista pacífico en medio del caos que le gustaría haber sido, pero fue
en su magnífica Castellio contra Calvino
(1936) [Ver en Amazon.es] cuando se mostró beligerante contra los nazis sin ningún género de dudas.
Ambos libros fueron bien saludados por Roth, a quien Zweig rendía franca
admiración como escritor y de quien a menudo recibía críticas agudas.
La correspondencia de los dos
amigos no abunda en temas literarios, está ampliamente lastrada por la dura
vida de Roth; pese a que ganaba bastante con sus artículos, relatos y novelas
—su única fuente de ingresos—, siempre estaba a la cuarta pregunta. Escribir
era vital para él y una tortura; si no escribía
no comía… ni bebía (el vicio que acabaría matándolo); con dinero tenía que
pagar las clínicas en las que su joven esposa, esquizofrénica, pasaba largas
temporadas. Era una obligación que lo cargó de por vida (los nazis asesinaron a
la enferma en 1940). Pero la pena que sentía por su mujer no le impidió a Roth
mantener a los hijos de su exótica amante Manga Bell, así como a varios
familiares, mientras iba creciendo de manera portentosa su necesidad de
alcohol. Zweig lo ayudaba mandándole dinero, pero Roth nunca tenía bastante;
era caprichoso, gustaba de hoteles caros, sableaba a quien podía, daba a manos
llenas, vivía muy al estilo del gran Balzac. Cuando Zweig le dijo en una
ocasión que Dios lo librase del dinero, que viviera con mesura, Roth le espetó:
“¡Al contrario! ¡Déme Dios dinero, mucho dinero! Porque en el mundo de hoy el
dinero ya no es una maldición ni la pobreza una bendición”. Zweig también lo
amonestaba para que dejase de beber y organizase su vida. Empresa imposible
dado el carácter de Roth: irritable y apasionado hasta la inconsciencia; tanto
era así que en 1938 se enfadó con el amigo, hastiado de sus consejos, pero
entonces ya no tenía salvación. Reconciliados a medias de nuevo, Roth murió poco
después en un hospital parisino, aquejado de neumonía y delirium tremens. Zweig
se suicidó en Brasil tres años después.
El exilio imposible |
Luis Fernando
Moreno Claros