martes, 27 de octubre de 2015

Cuadernos negros de Heidegger

El filósofo desilusionado


Heidegger en 1933


Aparece en castellano el tomo primero de la serie de los Cuadernos negros  de Heidegger. El suplemento cultural “Babelia”, del diario El País publicó mi reseña de este tomo el sábado 24 de octubre de 2015. He aquí el enlace a esta reseña: “El pensador desilusionado” y abajo el texto original que mandé al diario.




Traducción de Alberto Ciria
Trotta, Madrid, 2015, 420 páginas, 25 euros.



Cuadernos negros I
Los cuatro tomos pertenecientes a la serie de los Cuadernos negros de Martin Heidegger(1889-1976), publicados entre 2013 y 2015 en Alemania, causaron revuelo a escala mundial porque reafirman las ideas de que el célebre filósofo alemán se entusiasmó con el nazismo y manifestó ciertos rasgos antisemitas. En España aparece ahora el primero de estos volúmenes, un dietario filosófico que contiene cientos de pensamientos de diversa extensión escritos entre 1931 y 1938. Aunque buena parte de ellos son de materia filosófica, otros muchos aluden a la circunstancia política alemana: el triunfo del nacionalsocialismo, que Heidegger aclamó; él mismo, en 1933, fue rector de la universidad de Friburgo luciendo bigote hitleriano y esvástica en la solapa; pocos parecían entonces tan nazis.
A tenor del revuelo mediático de estos Cuadernos negros cabría pensarse que en sus páginas se vierten loas a Hitler e insultos a los judíos; en absoluto, las notas del pensador no son tan explícitas, sino más sutiles. En este primer tomo sólo muestra una adhesión inicial a los nazis; después, bastante desprecio por la situación “espiritual” de Alemania. Y no dice una palabra sobre los judíos.
En general, Heidegger aparece en sus notas como un entusiasta de la “Filosofía”, que él veía opuesta a la ciencia (“la ciencia no piensa”, escribió); alguien que entendió el filosofar como un saber de preguntas radicales y osadas más que de respuestas: “Todo preguntar un goce, toda respuesta una merma”, sentenció. Era el gran profesor que deslumbraba a sus alumnos (y alumnas, recordemos a su joven amante Hannah Arendt) con su pregunta esencial: “¿Qué es ser?” o “¿Por qué hay ente y no más bien nada?”; en definitiva, el “mago” que desmontaba palabras cotidianas para decir lo indecible. En efecto, vemos aquí al pensador sui generis, el mismo que, como ser humano, cometió un grave error de bulto con los nazis, puesto que con su llegada creyó ventear un cambio para mejor en Alemania, una verdadera “revolución” del espíritu que jamás acaeció como él esperaba. Creyó que el tirón unificador de Hitler inspiraría a los alemanes para buscar la verdad y el ser, como un “gran principio” saludó la llegada de los nazis; esperaba que la filosofía saldría beneficiada, volvería a dominar sobre la vida comunitaria germana tal como lo hizo en la (idealizada) antigua Grecia; y los filósofos, que suelen ser hombres solitarios (y Heidegger lo era en extremo), saldrían de su aislamiento y, dejando aparte a su “pequeño yo”, marcharían juntos con los demás hombres.
Poco antes de 1933, exultante de esperanza, anotó en estos cuadernos pensamiento tales como “Todo lo grande se tambalea y vacila, está en la tormenta, lo bello es arduo” —apuntando a la revolución nacionalsocialista—; o también: “Creciente endurecimiento en el ataque… Ninguna evasión, ningún agotamiento, siempre ataque. ¡No tener poderes plenos sino ser el poder!”
Su grado de fanatismo nacionalsocialista fue grande. Karl Jaspers, que caló el peligro que se avecinaba, le preguntó si creía que Alemania podría ser gobernada por un hombre de tan escasa formación como Hitler; su respuesta: “¡La formación es indiferente, fíjense sólo en sus hermosas manos!” Tamaño afán filonazi de Heidegger se esfumó en cuanto vio que eran otros “filósofos” los que tomaban las riendas de la universidad: Rosenberg, Bäumler o Krieck, ideólogos de la peor calaña, nada ingenuos.
Un año difícil de rectorado, los cambios del nuevo régimen político y la propaganda (“El reverso de una difamación que no está segura de sí misma”, anota) bastaron para que sus esperanzas se vieran truncadas. Poco a poco comprendió que las proclamas populistas de los nuevos amos nada tenían que ver con el gran pensamiento y tanto menos con la “cultura” que decían fomentar en “el pueblo”. Heidegger, como Platón con el tirano de Siracusa, creía en un gobierno ideal de los mejores en el cual él pudiera intervenir de algún modo con sus ideas, y estos apuntes proclaman la desilusión que se llevó cuando no pudo hacerlo. Por eso terminó por despreciar la “vulgaridad” de aquel movimiento hitleriano, de tendencias hasta “bolcheviques”, según sus palabras.
De ahí su notorio enfado con el mundo universitario; denunciaba que en él se había impuesto la “mediocridad”, el “olvido del verdadero saber”; la universidad “nacional-socializada” era una mera “escuela técnica” donde se predicaba “el más craso materialismo en forma de biologicismo”. La filosofía —“la sabiduría inútil, pero la más noble”, según Heidegger— yacía muerta, sustituida por la “ciencia política” para las masas ruidosas y sus jefezuelos petulantes.
La desilusión de Heidegger se observa asimismo en las entradas filosóficas. La fabulosa traducción de este primer tomo hace lo que puede por desentrañar el esoterismo de algunas de ellas, duras de entender porque el filósofo ensayaba entonces nuevas formas de preguntar por el ser. Invocaba, además, la venida de “nuevos dioses” que salvasen al mundo del nihilismo y la “técnica”, unos dioses que no trajeron los nazis y que requerían de un nuevo lenguaje.



Algunas anotaciones de Heidegger extraídas de los Cuadernos negros,vol. I:

(Traducción de Alberto Ciria)

-“La gran experiencia y el gran motivo de dicha es que el Führer ha despertado una nueva realidad que da a nuestro pensamiento el cauce y la fuerza de choque correctos”.

-“El final del rectorado. 28 de abril de 1934. He puesto mi cargo a disposición, porque ya no me era posible asumir la responsabilidad. ¡Viva la mediocridad y el ruido!

-“En una época en la que al boxeador se le considera el gran hombre, honrándosele con los honores habituales, en la que la hombría puramente corporal en toda su brutalidad se considera heroísmo, en la que el paroxismo de las masas se lo hace pasar por comunidad, y a esta por el fundamento de todo… ¿qué espacio queda entonces para la ‘metafísica’?”

-“Maestros de escuela embrutecidos, técnicos sin puesto y pequeños burgueses trasladados como los custodios del ‘pueblo’, como aquellos que ha de asentar los criterios”.

-“El ‘mundo’ está desquiciado. Ha dejado de ser un mundo, o diciéndolo más verazmente: jamás fue un mundo. Todavía estamos en su preparación”.

-“Todo gran pensador piensa un solo pensamiento. Este pensamiento siempre es único: el pensamiento del ser”.

-“Nuestro orgullo y nuestra nobleza: llevar el preguntar a lo más íntimo y extremo”.

-“Empezar con lo pequeño dándole vueltas a lo grande”.

-“¿Por qué tengo dos ‘g’ en mi apellido? ¿Para qué, si no es para darme cuenta de lo que constantemente importa? ‘Bondad’ [Güte] (no compasión) y ‘Paciencia’ [Geduld] (es decir, voluntad suprema)”.

-“La filosofía es el saber sin provecho, pero señorial”.

-“La ‘política cultural’ es el último tapujo de la barbarie”.

-“¿Por qué falta ahora por todas partes sobre la tierra la disposición para saber que no tenemos la verdad y que tenemos que volver a preguntar por ella?”

-“Ahora se ‘hace’ como si ya no hubiera nada más que hacer por ‘la verdad’”.

-“Permaneceremos en el frente invisible de la Alemania espiritual secreta”.


-“Orgullo: es la resolución madura de mantenerse en ese rango esencial propio que surge de la tarea de garantizar la seguridad de no volver a confundirse a sí mismo con otro”.

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